Iga Swiatek: una constante lucha contra la autodestrucción para ser la número uno del mundo
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La tenista polaca, tras conquistar tres «grand slams», busca en el Mutua Madrid Open su decimocuarto título
03 May 2023. Actualizado a las 08:27 h.
Más de un año. Ese es el tiempo que Iga Swiatek (Varsovia, 2001) lleva reinando en el tenis femenino. El 4 de abril del 2022 se aupó hasta el número uno del ránking mundial. Y ahora, con trece títulos, se postula como la gran favorita para ganar el Mutua Madrid Open. Esta tarde se enfrenta a Martic en cuartos de final (20.00 horas, Movistar+, Eurosport. Teledeporte no especifica el partido que emitirá del cuadro femenino).
Introvertida, educada en la disciplina y en las rutinas saludables, su historia, como ella misma dice, no es como la de otros atletas. De pequeña no soñaba con ser tenista, sino con sentirse cómoda en contextos sociales, porque hubo un tiempo en la vida de Swiatek que, el simple hecho de hablar con una persona o mirarla a los ojos, era un auténtico desafío. «Odiaba lo difícil que era para mí. Mi mente estaba en blanco y no sabía qué decir», rememora en una entrevista.
El deporte siempre estuvo presente en su vida. Su padre, Tomasz Swiatek, fue remero en cuádruple scull en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Cuando se dio cuenta de que sus dos hijas tenían talento, se dedicó a hacerlas mejores deportistas. Con el escaso dinero en la familia, tuvo que hacer malabares para poder conseguir buenos entrenadores y pistas.
El tenis no fue el primer deporte que conquistó a Iga. Solía quedarse en el colegio jugando al fútbol con sus amigos, causando el enfado de su padre. «Me venía a buscar a la escuela gritando. Él fue quien insistió en que me entrenase al tenis. Siempre creyó en mí, me enseñó a ser una profesional, a tener disciplina y regularidad. Era esa voz en mi cabeza que siempre me guiaba en el camino correcto. Era el que soñaba con que yo fuese profesional», apunta.
La influencia de Nadal
Hasta que un día, con 15 años, su cabeza hizo clic. Participó en su primer grand slam júnior (Roland Garros). En París experimentó, por primera vez, la profesionalidad. Le sorprendió la calidad con la cuidaban a los deportistas. «En Polonia me entrenaba con tres grados. Las condiciones no son buenas para los atletas por falta dinero», subraya.
«No fue solo el lugar y la atmósfera. Estaba rodeada de grandes campeones. Estuve cerca de Nadal y Serena... Me fui de París pensando en cómo trabajar más duro y ser mejor, pero nunca creí que fuese posible ganar un grand slam o ser número uno. Soy de un país que no tiene tradición en el mundo del tenis», dijo Swiatek.
Un infierno emocional
Pero sí fue posible. Años más tarde, en el 2020, y en la misma tierra parisina que le hizo seguir apostando por este deporte, la polaca se proclamó campeona de Roland Garros. Todo cambió y su casa se convirtió en el lugar de reunión de paparazzis. «Nos seguían en el coche. Mi padre conducía, íbamos muy rápido y girando de un lado a otro. Parecía la escena de una película de Hollywood. Suena aterrador, pero nos divertimos y ahora, cada vez que pienso en ese día, recuerdo su sonrisa», comenta la tenista.
Y fue ahí, después de un gran triunfo, cuando aparecieron los fantasmas. «Sentía que había ganado Roland Garros por error», indica. Swiatek se exige hacer todo perfecto. Todo el tiempo. Dentro y fuera de la pista. «Esta cualidad es la que me llevó a este punto de mi vida, pero es realmente destructiva», reflexiona la polaca.
En el 2021 empezó a trabajar con su entrenador, Tomasz Wiktorowski. Y, para él, el objetivo era ser la número uno al año siguiente. Pero Iga, subestimándose, no se lo creyó. Arrancó la temporada dispuesta a probarse a sí misma. Y eso le pasó factura, mental y físicamente. Buscó jugar como lo había hecho en París, pero las condiciones no eran las mismas. Se sentía insegura y notaba la presión. En su cabeza solo rondaba un pensamiento: si no lograba más títulos, sería una decepción para todos.
En el Open de Australia cayó en la cuarta ronda, pero su mayor lucha fue en los Juegos Olímpicos de Tokio. La apabullante victoria de la española Paula Badosa (6-3 7-6 (4)) la dejó hundida en lágrimas en la pista. Llegó a las WTA Finals de Guadalajara agotada mentalmente. Se sentía impotente. «Me preocupaba cómo me vería la gente. Estaba avergonzada», recuerda.
Ascenso a la cima
Sin embargo, la retirada en el 2022 de Ashleigh Barty, ex número uno, cambió la vida de la tenista polaca para siempre. Al enterarse de la noticia, colapsó y se bloqueó. «Había cierta confusión sobre lo que iba a pasar, porque yo solo había sido la número dos del mundo durante tres días. Sollozando, llamé a mi padre. En Polonia era de madrugada, y yo no podía parar de llorar», recuerda la tenista.
«Barty pudo elegir hacer esto de una manera diferente. Cada año sentimos lo duro que es estar de gira. Hay muchas obligaciones que cumplir y hay que equilibrar el trabajo que se hace en la cancha. Esto no es simplemente poner la pelota en el cuadrado», comenta. «En este viaje luchando por la excelencia estás en el control. El secreto de mi último año es darme la libertad de que no me importe lo que la gente piense. Eso fue lo que me llevó a ganar otro grand slam, el tercero. Y eso es lo que me trajo al número uno. El dejar ir», expone.
Porque, después de un camino por el infierno, Iga Swiatek volvió a saborear la gloria. Y por partida doble. En el 2022 ganó Roland Garros y el US Open. «Tengo 21 años y, cuando miro hacia atrás, con todo lo que ha pasado, aprecio incluso más lo que he logrado. Todavía no sé si quiero ser famosa o una estrella mundial, pero seguiré adelante», finaliza la ganadora de tres grandes.