Borja Golán: «Salí de la burbuja, ahora ya me conocen en el cole de mis hijas»
Deportes
El mejor jugador de squash de la historia en España dice adiós a la competición tras veintidós años en el circuito profesional
13 May 2023. Actualizado a las 05:00 h.
Borja Golán (Compostela, 1993) llevaba cuatro años masticando la retirada del squash, pero siempre acababa pidiendo prórroga. Hasta que en diciembre unas molestias en una rodilla le llevaron a decidir su adiós al deporte profesional. Se va con 17 Campeonatos de España y dos de Europa en su palmarés, además de haber llegado a ser el quinto en el ránking mundial.
—Cuando empezó, con apenas diez años, el squash no tenía un seguimiento masivo. ¿Cómo inició su singladura?
—En los ochenta y noventa hubo un bum del squash. Pero aquí no era tan conocido. Vivía a 300 metros el Squash Club Santiago. Cuando era un niño, en Milladoiro éramos quinientas personas. Muchos de los niños, en algún momento vinieron al gimnasio a probar alguna actividad. Fue mi caso. Probé el squash, piscina, kárate, jugaba al fútbol... Pero el squash me enganchó desde el primer momento.
—Llegó a jugar en el Compos.
—Jugué en el Compostela Follas Novas al fútbol sala y después me pase al Villestro, compaginando fútbol grande y sala. Coincidí con Fernando Seoane, Toñito, Brais, Pepe Conde, Marcos Conde... También lo pasaba genial.
—Pero eligió la raqueta.
—Eran muchos entrenamientos . Con 14-15 años había que decidir.
—¿Cuándo y cómo decide que va a dedicarse profesionalmente al squash? Su caso es una excepción, y más entonces.
—Mi objetivo era aprobar la selectividad para poder hacer una carrera, que fue Periodismo. Mis padres me dijeron que si aprobaba, me dejaban un año sabático, entre comillas, para aprender inglés y entrenar duro, en el Reino Unido, y para ver si podía dedicarme a esto. Tuve la suerte de coincidir con John Milton, que fue como un segundo padre. Ya había ido con 14 años a jugar el British. Volví con 18 para quedarme un año y vi lo que se necesitaba para ser jugador profesional, entrenar duro cada día y dar el máximo. Luego tienes que competir bien, tener suerte con las lesiones, asimilar bien las cargas de trabajo... Hay muchos factores. Todo eso me ha encantado siempre.
—No son monjes, pero para competir al más alto nivel las exigencias son enormes, es vivir por y para el deporte.
—Cuando empecé, con 19 años, entrenaba a reventar, comía muchísimo, lo quemaba todo. En estos últimos cinco años era ya otra historia. Tienes que hacer entrenamientos de más calidad, cuidar mucho más la dieta, vigilar el peso... Con los años van cambiando las cosas. Pero lo más importante es siempre dar el máximo en el día a día y tener ambición.
—¿Lleva la cuenta de kilómetros o millas acumuladas en avión?
—No, pero piense que igual estaba fuera doscientos días al año. Un ejemplo: durante cuatro años fui a Suiza, solo a la liga, doce veces en cada uno. También iba a la inglesa, a la italiana, a la francesa, estaban los torneos del circuito profesional, la selección... Igual llegaba de Estados Unidos un lunes, el martes me iba a la liga inglesa, el miércoles a la holandesa y el jueves a la suiza. Volvía y me iba a un torneo a Hong Kong. El cuerpo podía. Luego ya tuve que ser más selectivo.
—¿Con el tiempo pesaban las rutinas o mantenía la ilusión?
—Cuando ves que el final se acerca disfrutas más, con más ilusión.
—El circuito profesional de squash es como el del tenis, pero dividido por mucho. ¿Ganar un torneo como el de Nueva York, qué puede suponer en dinero?
—Uno grande, pues unos 40.000 dólares, pero eso para el vencedor. De ahí para abajo. Pasar una primera ronda podían ser unos 1.500 dólares. Cuantas menos rondas pases, menos percibes. Sin las ayudas de las instituciones públicas y los patrocinadores privados sería inviable, porque tienes que pagar todos los gastos.
—¿Ya ha superado el bajón de levantarse por la mañana y saber que se ha acabado la competición?
—La verdad es que llevaba cuatro años diciéndole a mi mujer que iba a ser el último. Pero fueron buenos, y por eso seguía. El apoyo de mi familia y el de mi mujer, Chelo, ha sido fundamental para una carrera tan larga. En junio le comenté que solo uno más. Al principio no lo tomó bien, pero al día siguiente ya me dijo, adelante, un año más.
—Y ha sido menos de medio año. ¿Qué pasó?
—En noviembre jugué mi último torneo PSA, en Francia. Y lo gané, a Masotti, que estaba decimonoveno del mundo y contra el que había perdido las tres veces anteriores en que nos cruzamos. En diciembre aparecieron unas molestias en una rodilla, en la que tenía líquido. Pasaban las semanas y ahí vi que era el momento, porque quería retirarme siendo competitivo. No ha sido fácil. Es como pasar un luto. Se acaba una etapa, la del yo jugador, y empieza otra, con tiempo para dedicarme a la familia, a mis hijas y a la academia de squash. El deportista profesional vive en una burbuja. Salí, ahora ya me conocen en el cole de mis hijas.
—¿Hay algún partido que le quede grabado a fuego en su memoria?
—Quizás el torneo en Área Central, en el que remonté dos sets en la semifinal y acabé ganando, con toda la gente de casa, son momentos increíbles. Y también con España, después de jugar 22 europeos y no pasar nunca del quinto puesto, acabar segundos en Birmingham, en el 2019. Competir en equipo, en un deporte individual, es algo muy grande.
—Del 2002 al 2019 no perdió ningún partido en España. ¿Sus rivales no le llegaron a pedir que se tomase un descanso? Tenía que ser algo frustrante para ellos.
—Era el que más se dedicaba al squash, de los pocos que he podido vivir profesionalmente de esto. Siempre me tomé los Campeonatos de España muy en serio. Y también influye la suerte, porque una gripe o cualquier percance durante el torneo te puede pasar factura. Nunca me confié.
—Claramente, su futuro sigue pasando por el squash, a través de la academia que ha puesto en marcha.
—Es una idea que venía madurando, pensando en la retirada. Quería seguir disfrutando de este deporte, aunque no sea de la misma manera. Entrenar a chicos y chicas que quieran ser profesionales me pareció una buena opción. Empezamos en el SCS (el mismo club en el que se inició en este deporte), que tiene unas instalaciones impresionantes.