El Masters de Augusta señala la falta de tensión competitiva de las estrellas del LIV
Deportes
Además de Scheffler, el joven Aberg se convierte en la sensación del golf
15 Apr 2024. Actualizado a las 19:59 h.
Scottie Scheffler es el golfista más en forma, con diferencia, y de ahí que no extrañe a nadie su segunda victoria en Augusta. El número 1 mundial se siente superior y, por eso, compite con tanta autosuficiencia. Pero el Masters deja siempre un puñado de lecciones más allá del ganador final.
EL AMEN CORNER
Un lugar que hace la criba hacia la victoria final
Pasan los años, cambian los jugadores y el Amen Corner, con toda su sencillez, resulta decisivo. El domingo Aberg patinó en el 11 y Homa necesitó seis golpes en el 12. Esos errores les frenaron y, al mismo tiempo, dieron confianza al futuro campeón.
EL CIRCUITO DE CAPITAL SAUDÍ
Demasiada relajación en el día a día para cambiar en la semana de un grande
Los jugadores del LIV Golf parecen haber perdido algo de tensión competitiva. Ahí están los resultados de los grand slams, confirmados en el Masters: muy pocos de sus jugadores suelen terminar en la zona de cabeza. Esa desconexión la vimos en un detalle del sábado en el hoyo 15. Allí llegó DeChambeau como uno de los máximos favoritos al título y, después de un driver desviado, decidió arriesgar de una forma muy temeraria. Como si diese igual. Porque pegó un segundo golpe a green incomprensible, en lugar de elegir una aproximación a 80 o 100 metros de bandera, una distancia a la que él es muy bueno, con lo que habría tenido opción de birdie o par. El fallo no solo le penalizó ahí, sino en los siguientes hoyos, porque le descolocó, le sacó de foco. Creo que alguien habituado a jugar con inteligencia y estrategia por la responsabilidad de lo que está en juego, habría elegido otro camino.
Las estrellas del PGA Tour compiten constantemente. Se juegan su futuro, títulos, prestigio. Tienen que pelear por pasar el corte —no lo hay en LIV— y por conseguir puntos para renovar la tarjeta o ir consiguiendo diferentes objetivos. Mientras que en el circuito de capital árabe las principales figuras tienen contratos blindados por jugar, en un calendario que no prima la meritocracia, sino las invitaciones, para continuar. Participan en sus eventos de forma más relajada, a veces casi como si fuesen torneos de exhibición. Y luego eso tiene consecuencias. No te puedes activar al máximo de golpe para un grand slam si no llevas meses enchufado. Un ejemplo de este problema en el Masters ha sido Jon Rahm.
PRESENTE Y FUTURO
Aberg lo tiene todo, tanto el juego como la mentalidad y la actitud en el campo
Ludvig Aberg es el Carlos Alcaraz o el Jannik Sinner del golf. Tiene el presente y suyo será el futuro. Lo vi por primera vez en el Open de Suiza, en un campo que conozco muy bien. A los 24 años, el jugador sueco, en su primer grand slam, ofreció una verdadera lección, no solo de golf, sino de actitud en el campo. El domingo, por ejemplo, pese a su doble bogey del 11, continuó con la misma actitud. La de un jugador consistente que mantiene el ritmo en todo momento, sin acelerarse, disfrutando del juego, sonriendo, charlando con naturalidad con su cadi e incluso con la gente.
Morikawa confirma su estatus de extraordinario jugador, pero le cuesta cerrar las victorias que, si no fuese por esos desenlaces, merecería.
Del jersey inapropiado de Day al permiso especial de un móvil para el ganador por si su mujer se ponía de parto
El Masters de Augusta, un lugar con sus propias reglas en la élite del golf
Paulo Alonso
El viernes, Jason Day decidió desafiar una de las normas no escritas de Augusta, la de vestimenta. Porque hay cosas que no hace falta decir en el Masters, el guardián de las tradiciones. Así que un oficial del campeonato se le acercó y le indicó que su jersey, con unas enormes letras, no era el apropiado. Los cadis siguen llevando el mismo mono blanco de siempre y la organización del campeonato, que corre a cargo del club anfitrión desde 1934, realiza innovaciones tecnológicas cada año: allí se realizó la primera transmisión en 4K; se usa desde el 2017 la inteligencia artificial de IBM en la realización televisiva para seleccionar los mejores momentos; y se usa desde el 2020 una flota de drones silenciosos a gran altura para captar imágenes cenitales.
La tecnología aumenta el relumbrón del torneo, con una aplicación para dispositivos móviles que recoge todos las imágenes de los golpes de todos los jugadores. Pero la experiencia en el campo, como siempre, es otra. Tradicional. Los cuarenta mil espectadores que hacen cola desde la madrugada para conseguir los mejores sitios —si no hay suerte en el sorteo de venta de localidades, en la reventa las entradas no bajan de 1.500 euros un día de prácticas, y de 3.000 los días de competición— no pueden correr cuando abren las puertas, sino solo caminar. No pasa en ningún otro sitio. Tampoco se permite recostarse, sentarse en el suelo, quitarse los zapatos... Ni usar el móvil. Son requisados a la entrada. Ni el público puede utilizarlos, bajo amenaza de expulsión, ni nadie, aunque Jon Rahm reconoció esta semana que a las estrellas sí les toleran un uso muy discreto de los dispositivos, en privado. El propio Scottie Scheffler contó que el club le concedió un permiso especial para que una persona de su equipo llevase esta vez móvil, para poder enterarse de si su mujer se ponía de parto y marcharse.
Para completar la estampa idílica tampoco se permite lucir banderas, ni carteles ni nada por el estilo. A cambio del dineral de las entradas, los precios en la cafetería son baratos —sándwiches desde dólar y medio (1,41 euros)—. Como no existe una tienda en internet, la física, dentro del club, hace una facturación de unos 70 millones durante la semana del torneo. Tampoco se permite dar propina a los voluntarios y la acreditación de los periodistas incluye un chip para saber su ubicación en cada instante.
El listado de socios es secreto, solo se conoce la afiliación de alguien cuando pasa a lucir la chaqueta verde que Augusta National reserva a socios y campeones. Pero la directiva no invitó a formar parte del club a una persona de raza negra hasta 1991 (Ron Townsend), y a ninguna mujer hasta el 2012. Lleva unos años disputándose un torneo femenino, pero el club decidió que fuese amateur, no profesional, como homenaje al aficionado Bobby Jones, la mente que ideó el paraíso de Augusta.