El quietista que inquieta a A Estrada
A Estrada
El artista Francisco Aguado tiene muchas vidas: puede ser Neptuno, el Quijote o un superviviente del Vesubio envuelto en lava y petrificado
16 Apr 2023. Actualizado a las 05:00 h.
Desde hace unas semanas, los días de feria A Estrada tiene un invitado de piedra. Tiene ambas piernas amputadas, está envuelto en lava y parece que no respira siquiera. Su atuendo gris tiende a camuflarlo con el pavimento, pero cuando uno se da de bruces con él, es difícil no detener la vista. Un par de inscripciones reclaman la atención. Una identifica al personaje como Plinio El Joven, que relató en su época la erupción del Vesubio. Es una versión libre, con un Cayo Plinio cojo y petrificado. La otra frase sentencia: «El arte duerme en los museos. Los artistas sobreviven en la calle».
Bajo la apariencia inerte de la estatua se esconde el artista Francisco Aguado Añonuevo, que viene cada miércoles desde Ponte Caldelas para exhibir su arte en la calle Calvo Sotelo. Francisco, que es natural de Madrid, lleva ocho años en Galicia. «Para trabajar me gusta el norte. Hay dos Españas y en la de Madrid para arriba la gente tiene más respeto por los artistas y su trabajo. En Donosti es típico que los padres se paren a enseñarle a los hijos que eres un artista», comenta.
A Francisco Aguado le gusta definirse como quietista. «Quietista es el que no se mueve y eso es lo que hago yo. Soy mimo, pero dentro de eso hay ramas y lo que hago yo es quietismo», explica una vez rematada su jornada.
Que nadie se confunda. Estarse quieto no es una forma cómoda de ganar dinero. Es un trabajo para el que no vale cualquiera. «Tengo muchos amigos que en algún momento que estaban sin trabajo quisieron probar. Yo les ayudé, pero les advertí que no es un trabajo fácil. Me dieron la razón. Hay que tener mucho aguante. Además de no moverte tienes que aguantar el frío o el calor, conectar con la gente y ser paciente», explica. «Yo creo que el secreto está en que te tiene que gustar», resume.
¿Cuánto puede aguantar quieto un quietista? «Yo más de cuatro horas seguidas nunca he estado. Al terminar me duelen hasta las pestañas, pero te estiras, haces calentamiento y a los cinco o diez minutos estás como una lechuga», comenta el artista. ¿Y cuánto gana? «Es como cualquier negocio. Nunca sabes lo que vas a ganar ese día, pero por regla general la gente se porta muy bien. Yo valoro más que aprecien mi trabajo que la moneda en sí», dice.
Francisco se inició como estatua con 20 años, enamorado del trabajo de su ídolo Marcel Marceau. «Entonces éramos muy poquitos. Empecé tonteando, para sacarme unas pelillas», dice. Al acabar sus estudios de Arte Dramático decidió dedicarse profesionalmente al quietismo mientras decidía su futuro laboral. Pero la calle lo enganchó para siempre. «Me encanta el trabajo y el trato con la gente», dice.
El artista ha recorrido medio mundo como hombre-estatua. Ha sido el Quijote, Neptuno, personaje de Avatar o Plinio. En realidad puede convertirse en cualquiera. A veces lo hace por encargo, para eventos, y otras por iniciativa propia, dando rienda suelta a su creatividad. Con su galería de personajes ha estado en Dubái, Israel, Jordania o Pekín. «He llevado una vida de arriba a abajo por toda España, de festival en festival o en ferias medievales u otros eventos. Me he comido muchos kilómetros, pero ahora estoy más tranquilo. Voy a cumplir 52... Ahora me muevo sobre todo por Galicia», cuenta. «Estoy pensando en jubilarme como estatua, pero nunca encuentro el momento. El problema es que me gusta», confiesa.
Para cuando se desenganche, el artista tiene dos proyectos: «Una idea es dedicarme al sector del ocio y otra montar una asociación y una escuela no oficial de arte para enseñar a las nuevas generaciones lo que yo sé hacer».
«Me encanta jugar con la gente y ver sus reacciones»
A Francisco le encanta jugar con la gente y observar las reacciones a sus disfraces, que siempre son ideados y confeccionados íntegramente por él con todo tipo de materiales. En tantos años de calle, tiene decenas de anécdotas. Como una vez que tuvo que echar a correr tras un niño que al verle moverse salió disparado con riesgo de ser atropellado y que, al ser alcanzado, sufrió un ataque de ansiedad. «Tuve que quitarme todo el disfraz para tranquilizarlo. El corazón se me salía. No sé si necesitaba más la ambulancia él o yo. Al final la abuela quería darme 1.000 pesetas de las antiguas», recuerda el artista. Otra vez, disfrazado de Plinio, tuvo que moverse para consolar a una mujer que se echó a llorar al verle sin piernas.