El local que vendía aspirinas y cajas de muerto
Lalín
Casa de Amador, en Prado, lleva abierta ocho décadas como ferretería, colmado y estanco
10 Nov 2023. Actualizado a las 05:00 h.
En la localidad lalinense de Prado, en plena travesía de la Nacional 525, encontramos la Casa de Amador. Sin rótulo en la fachada, tan solo un pequeño indicador de que funciona como estanco. Pero con el nombre del establecimiento grabado por el carpintero en las recias puertas de madera que permiten adentrarnos para disfrutar de un viaje en el tiempo. En su interior se conservan las estanterías blancas de madera originales de cuando este negocio abría sus puertas de la mano de Amador Gómez Rodríguez, natural de Nogueira de Ramuín, «terra ourensá dos paraugueiros», como apunta solícita su viuda, Luz Cuíña Rodríguez, quien compartió con él la gestión de un local donde surtirse de mil productos, en un abanico tan amplio que podía ir desde aspirinas a cajas de muertos, de un tornillo a azúcar o sal.
«Daquela traballamos de luns a domingo, desde primeira hora á noite, case estabas como as tendas de agora de 24 horas», explica Luz Cuíña al calor de una estufa. Sentada, agarrada a su bastón, en sus palabras y en su mirada se atisba la nostalgia de no estar al pie del cañón en la tienda. Los achaques de espalda la retiraron hace pocos años, con su hija Ana ahora al frente. Pero con ochenta largos aún se la encontraban los clientes detrás del mostrador. Una mujer que trabajó toda la vida, como reconoce, y que el próximo enero soplará 91 velas.
El negocio arrancó tras dejar Amador Gómez de ejercer como dependiente en un ultramarinos y venta de tejidos de su hermano. Por él recaló en Prado, donde después se casó con Luz Cuíña, natural de esta parroquia de Lalín. Un local que abría sus puertas en torno a 1940 —no tienen claro el año concreto, pero fue poco después del fin de la Guerra Civil— como ferretería y ultramarinos. Ella comenzó a trabajar en la tienda tras la boda, a principios de los 50, junto a su marido. Y después les tocó echar una mano a sus hijos, Amador y Ana.
Detrás de esos problemas de espalda, el mucho peso que tocaba cargar durante décadas, cuando llegaban por ejemplo los sacos de sesenta kilos de azúcar, que había que ir pesando después para hacer paquetes de un kilo, como introduce Amador hijo en la conversación. Eran tiempos donde este tipo de establecimientos, casi como colmados para todo, eran el epicentro de las compras para los vecinos. Cuando hasta Casa de Amador acudían desde múltiples parroquias próximas como Noceda, Méixome, Bendoiro, Santiso o Cristimil, entre otras. Cuando Prado contaba con feria propia. Cuando había una libreta para anotar las compras y pasaban a pagar —al vender un becerro, o un cerdo o lograban algún ingreso— a los que se fiaba. Pero, como asevera Luz, «a xente era cumpridora e pagaba, algúns un pouco máis tarde, outras máis cedo, pero ninguén deixo nada pendente».
Estafeta de Correos
La ampliación del negocio como estanco llegó hará medio siglo, cuando emigraron a Francia los dueños del bar Mariano que vendían tabaco. Pero Casa de Amador también se convirtió en polo de atracción vecinal no solo por las cajetillas y puros sino porque funcionó como estafeta de Correos. En tiempos donde el cartero, el propio Amador Gómez, no recorría las casas repartiendo sino que eran los destinatarios quienes iban a recogerlas.
«O meu pai xubilouse de carteiro de feito»
, rememora su hijo. Muchos acudían a recibir un giro de algún familiar en la emigración o a cobrar sus pensiones.
Un mundo bien diferente del actual, donde todo va a una velocidad de vértigo. El negocio comenzó a resentirse cuando se puso en marcha el coche de línea con Lalín y surgieron los primeros supermercados en la capital del municipio, a poca distancia de Prado. Pero siguen ofreciendo a sus clientes múltiples productos, para cubrir sobre todo «olvidos» al comprar o que se acaban de repente. El tabaco genera clientela, preferentemente del entorno, y compran los peregrinos, en especial bebida y sobre todo en verano, ya que discurre el Camiño Mozárabe Sanabrés frente al local y justo en la esquina hay un mojón indicador de un desvío dentro de esta ruta jacobea. Incluso pueden cuñar con el sello de Casa de Amador su credencial para justificar que pasaron por Prado.
Luz Cuíña reconoce haber tenido «unha boa vida como tendeira». Le gusta la conversación con el cliente, casi más a su marido, y es muy conocida en su parroquia, en realidad en todo el entorno. Además recuerda con nostalgia que fue la madrina del exconselleiro y hombre fuerte durante años en el PPdeG, Xosé Cuíña, natural de Prado. «Foise moi novo», dice cabeceando con tristeza mientras se levanta, tras un rato de conversación y recuerdos, para plantarse erguida y sonriente para la foto delante de su querido mostrador.
Desde 1940
Dónde está
Está en la travesía de la N-525 de la localidad lalinense de Prado, en plena ruta jacobea
Diversificación
Al complemento del estanco y de estafeta de Correos, la familia Gómez Cuíña buscó aún más la diversificación del negocio. Y comenzaron a vender materiales de construcción, en tiempos donde la cal llegaba a granel y tocaba acarrearla palada a palada, como los pesados sacos de sal para la tienda. Entonces las tejas se trasladaban en carros y tocaba ir a buscarlas, bajarlas y subirlas una a una. Cuenta Luz que la decían «moi fina» por ponerse guantes para esas ingratas labores que ahora están más mecanizadas. Y quien se quiso guasear, tras vivir la experiencia en carne propia de sangrar por no ponerlos, al final le apareció con ellos. Y ella le rebatió con retranca sobre tanta finura. La tercera generación sigue con esta vía de negocio hoy en día.