La Voz de Galicia

Eirene y las Horas. Decálogo para una educación de Paz

Educación

Miguel Ángel Escotet catedrático emérito del Sistema de la Universidad de Texas y rector de la Universidad Intercontinental de la Empresa (UIE)
Eirene (Paz) llevando en los brazo a Pluto (Riqueza). Copia romana de una estatua votiva griega de Kefisodoto (370 a. C.), que se exhibe en la Gliptoteca de Múnich.

14 Jun 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Contaban en la antigua Grecia que Zeus, el supremo soberano de los dioses, se había casado por segunda vez con Temis, la diosa de la ley y el orden eternos. Producto de ese amor nacieron tres mujeres, las Horas, una tríada de diosas que formaban parte de las generaciones más jóvenes del Panteón. Eirene, Dike y Eunomía regían los ritmos agrarios y los cívicos, eran divinidades consagradas a la naturaleza y al gobierno, presidían el ciclo natural y el orden social. Cada una de las Horas se identificaba con una estación y, por tanto, con el ciclo anual que regía la cosecha y la vida pública. Así como Dike simbolizaba la idea de brotar y la justicia y Eunomía, la de crecer y buen gobernar, Eirene era la floreciente, la dispensadora de uvas, la guardiana de la paz. Asociada a las flores y a la fertilidad, se erige como la divinidad que permite el ejercicio de la agricultura, incompatible con el estado de guerra porque nada florece ni prospera bajo la contienda o ante la hostilidad. Eirene es, ante todo, símbolo de paz, prosperidad y riqueza.

En el fondo, desde la investigación, la educación o la vida misma, el símil de la agricultura es un fiel reflejo de lo que representa el tránsito por el planeta: deberíamos dejar a las generaciones futuras un legado de paz y prosperidad mucho mejor que el que nos ha tocado vivir. Merece la pena traer a colación el pensamiento de Ken Robinson: «Tenemos que abandonar lo que es esencialmente un modelo industrial de educación, un modelo de fabricación basado en la linealidad, la conformidad y el agrupamiento de personas en favor de un modelo que se base más en los principios de la agricultura, pues el florecimiento humano no es un proceso mecánico, es un proceso orgánico, no se puede predecir el resultado del desarrollo humano. Lo único que puedes hacer, como agricultor, es crear las condiciones bajo las cuales comenzarán a florecer».

Por eso, quisiera proponer estos diez principios, que he intentado que rijan mi vida, para una educación ética y de paz:

Educar es amar, poner la inteligencia al servicio del amor y la paz. El amor despierta nuestra curiosidad, nuestro afán por comprender, nuestra voluntad de saber.

El conocimiento es un viaje de descubrimiento continuo que añade paz y belleza al misterio de la vida. Nos ayuda a alegrar el corazón de quien nos acompaña en esta tarea.

Educar es enseñar a pensar, es enfrentarse a la aventura de las nuevas ideas. Es correr con el riesgo de pensar.

La educación implica tomar una postura de acción transformadora, tanto en el plano individual como desde una perspectiva colectiva y social, ejerciendo el pensamiento crítico.

Enseñar es mucho más que adiestrar o entrenar, es formar e instruir al mismo tiempo, anteponiendo la ética y la estética en todas nuestras decisiones.

Educar es el arte de cooperar, de apoyarse mutuamente, de ayudar a concebir y dar a luz a la verdad. Maestro y discípulo establecen un debate de igual a igual que siempre desemboca en conocimiento y veracidad.

La educación ha de ser plena, gestáltica, donde teoría y praxis sean parte integradora del conocimiento, de tal manera que combinemos tradición y cambio, preceptos e innovación, certezas e incertidumbres, o la armonía con el propio caos.

Educar es preparar a otros y a uno mismo para el cambio permanente, para aceptar las mudanzas y superar la crisis que conllevan, para anticiparse al futuro y progresar.

La educación exige responsabilidad ética para seguir aprendiendo por el resto de la vida y compartir este conocimiento con los demás.

Educar es una misión apasionante que requiere infinita compasión por los que sufren, una combinación de competencias cognitivas y afectivas y un tenaz desafío del que nunca dejas de aprender en compañía.

Sin este ejercicio educativo, la utopía de Eirene no es posible, no habrá Paz ni Libertad sin una educación ética basada en el amor, la tolerancia, la cooperación, la justicia, el pacifismo, la ausencia de egoísmo y envidia, y una intensa compasión por todos los que necesitan de nuestra atención y ayuda. Cosechemos paz en el Ágora de nuestro tiempo.


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