Pablo Iglesias, cinco intensos años de los cielos a las cloacas
Elecciones 2020
A diferencia de otros políticos que se bregaron en el anonimato de las bases, a Iglesias le llegaron las mieles antes que las hieles
12 Apr 2019. Actualizado a las 08:59 h.
Fue la sorpresa de las pasadas europeas al conseguir su partido, Podemos, cinco escaños. Así nació el fenómeno mediático Pablo Iglesias, convertido en el mesías que necesitaba el movimiento del 15M. Iglesias Turrión (Madrid, 1978), que militó en la Unión de Juventudes Comunistas de España, tocó los cielos sin pisar el suelo y sin pedir permiso a nadie, ni siquiera a sí mismo. A diferencia de otros políticos que se bregaron en el anonimato de las bases, a Iglesias le llegaron las mieles antes que las hieles, por eso el baño de realidad fue más cruel.
De las vicisitudes que vivió Podemos en esos cinco intensos años no tuvo él toda la culpa, pero casi. Porque Iglesias fue víctima y verdugo de su propia marca, de su exhibicionismo mediático, de su verborrea y de su carisma a partes iguales. Como buen populista, mezcló la política con los sentimientos y lo público con lo privado. Premió a sus novias y castigó a sus enemigos, lloró por los amigos perdidos y no dudó en señalar a sus hijos políticos predilectos saltándose a la torera el mandato de esas bases a las que, sin embargo, utilizó para lavar su conciencia cuando se compró el casoplón de Galapagar. «Los políticos que viven en chalés son peligrosos», decía en el 2015. «Nos hacemos mayores», dice ahora. Y a los niños les pide que no se fíen de los políticos -«ni siquiera de mí», apostilla-. Y a los jóvenes les manda recado por un youtuber: «¡Votad, cabrones!».
Regresó de su baja paternal con la adrenalina por las nubes, dispuesto a dar de nuevo la batalla, arreando a empresas y a medios de comunicación, y adoptando cómodamente el papel de víctima en el culebrón Villarejo. Y Podemos respiró ligeramente en las encuestas. Pero cuesta salir ileso de esa caída abismal del «sí, se puede» a las cloacas del Estado. Estrellado es un cielo de estrellas, pero también el participio de un verbo.