La Voz de Galicia

Luís Villares perdió la sonrisa

Elecciones 2016

Juan Capeáns

El candidato de En Marea cometió errores en el debate, como sus adversarios, pero su mayor defecto, el que lo apartó del podio, fue no haber sido él mismo, o al menos el hombre resuelto y risueño que recorre Galicia desde el 5 de agosto

13 Sep 2016. Actualizado a las 15:29 h.

Desconozco cómo es Luís Villares en la intimidad de la familia y los amigos, o cómo se comporta en el entorno laboral de la judicatura. Tuve que indagar sobre él hace unos meses y la conclusión fue unánime: es un buen tipo. Desde el 5 de agosto, cuando anunció que sería el candidato de En Marea, he compartido un par de conversaciones telefónicas, una hora y media de entrevista y además fui testigo directo de numerosos encuentros con los medios de comunicación y con simpatizantes. He leído y escuchado casi todo lo que ha salido de su boca en las últimas cinco semanas y, créanme, el del debate de ayer no fue el Luís Villares que yo he palpado. Puedes leer las cifras que quieras y sobar los papeles con el mal efecto que deja, o convertirte en un opositor que recita los temas desapasionadamente, pero cuando lo que buscas es la confianza de la gente nunca debes dar la sensación de ser otro que en realidad no eres. A un magistrado en excedencia la seriedad se le supone, de ahí que resulte incomprensible que en el plató de televisión haya perdido la sonrisa risueña, la fina ironía y la solvencia personal que le han caracterizado en su breve carrera política para convertirse en un rostro severo y gruñón que se atropella en el reproche, en algún caso con una falta de rigor preocupante. Dejó de ser riquiño, y eso en Galicia se paga caro.

 El resultado es más importante que el debate en sí

Mientras Villares ofrecía su primer discurso en un mitin en O Carballiño el pasado sábado, el Celta jugaba su tercer partido de liga en Vigo ante el Atlético de Madrid. Ni él, ni yo, ni miles de personas pudimos asistir al encuentro en el estadio y ni siquiera tuvimos la oportunidad o el interés de verlo en la televisión, pero una gran mayoría sabe que el equipo gallego se llevó una buena paliza y que la crisis ronda Balaídos. Estos detalles nos enseñan que lo importante no es tanto lo que ocurra en el campo como lo que trasciende del mismo.

De los 150.000 gallegos que vieron el debate una buena parte tiene su voto decidido por mucho que la retransmisión se convierta en una competición de zascas más o menos previsibles. Esos destellos dentro de un formato encorsetado son los que triunfan en las segundas pantallas -ordenador y teléfono- y a veces en los periódicos urgentes del día siguiente, que sí consultan los que siguen la política con un palo en la mano o los que realmente esperan encontrar a un mirlo blanco que nos saque de esta mediocridad crónica. En ese sanedrín, que sí es masivo, Ana Pontón -no el BNG- ganó de calle, incluso por delante de Feijoo, el otro superviviente de la noche. La marea digital se comportó con una tibieza reveladora. Y los fanáticos de Ciudadanos y del PSOE, qué decir de ellos, debieron de retirarse a sus aposentos antes de la medianoche para escuchar los programas deportivos a ver si comentaban algo del Celta. «Nuestro objetivo es la salvación», afirmó el entrenador después del partido. En esas andan.

 La preocupante falta de empatía entre PSOE, En Marea y BNG

Feijoo tuvo la habilidad de introducir en el debate un tema que los encargados de negociarlo previamente habían apartado del guion, el de los pactos después del 25S. Los presentadores cedieron, para enojo de los equipos de apoyo de los candidatos, que vieron un trato de favor innecesario. En realidad esa cuestión, la de los pactos, es la gran llave electoral que permitiría desbloquear a España de la desquiciante situación política que vive, pero en Galicia la respuesta es irrelevante por conocida.

Si Feijoo no alcanza la mayoría absoluta solo gobernará si Ciudadanos obtiene representación y la suma alcanza 38. De lo contrario, el poder quedará en manos de un tripartito (PSOE, En Marea y BNG). Lo preocupante de esta legítima opción es que ninguna de estas tres formaciones tuviese la habilidad de coquetear con sus hipotéticos socios de gobierno para mostrar algo de empatía. A veces el silencio es el preludio del jaleo más terrible.


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