La Voz de Galicia

Adolfo Suárez: El héroe del cambio político en España

España

Efe Madrid

Adolfo Suárez fue el presidente que rompió las ataduras del franquismo y condujo el país a la democracia

21 Mar 2014. Actualizado a las 18:43 h.

Adolfo Suárez González, el presidente de la concordia, cuyo estado de salud ha empeorado en las últimas horas, fue capaz de proyectar su ambición personal y transformarla en la de todos los españoles para romper las ataduras del franquismo y abrir las puertas a la democracia en España.

«He sido un buen servidor del Estado y de los españoles», declaró en 1995 al ser preguntado por su labor al frente del Gobierno, en un programa de televisión en el que elogió la figura del Rey que le dio la oportunidad de ser lo que más le gustaba y en el momento más complicado.

«Lo quiero mucho», reconoció entonces Suárez, porque al decidir nombrarle presidente del Gobierno, el Rey se jugó «casi el reinado» y porque le mostró su apoyo cuando «estar a mi lado era casi un acto de heroísmo».

Al igual que Don Juan Carlos, Suárez poseía simpatía, don de gentes y, sobre todo, empatía. Tres cualidades clave para dirigir el cambio político de la dictadura -donde comenzó su carrera política, lo que le permitió conocer el régimen desde dentro- a una democracia joven que, en esos años, no supo valorar su figura.

Ambicioso, joven e inexperto, Suárez recibió entonces las críticas de todos, los provenientes del franquismo y los que, tras él, protagonizaron también la Transición, a quienes tuvo que demostrar que apostaba igual que ellos por la democracia. Y lo hizo gracias a un carisma que todos le reconocieron. Por encima de todo, Suárez poseía encanto personal, poder de seducción. El que necesitó para que todos hicieran concesiones al otro, para que cedieran en favor del futuro que hoy vive España.

«Puedo prometer y prometo», fue la fórmula con la que se ganó la confianza de los españoles, esperanzados en superar un episodio negro de su historia.

Retirado de la política en 1991, dedicó sus últimos años a su familia y lo justificó así: «Yo ya he hecho mi trabajo y ahora tengo deudas que cumplir con ella, por tantos años que he dedicado a la política».

Fueron exactamente 42, una vida que amó profundamente hasta que el fracaso del CDS en las elecciones de 1982 le llevó a tomar su decisión de la que habló así en 1995: «Nunca voy a volver a ella, aunque sea difícil. Yo soy un político de raza. Es lo que más me gusta. Diría incluso que no sé hacer otra cosa».

A raíz de la muerte de su esposa, Amparo Illana, Adolfo Suárez sufrió una cruel enfermedad que dejó sin recuerdos a quien había sido memoria viva de la Transición aunque, en compensación, le ahorró el dolor de asistir a la muerte de su hija mayor, Marian.

Perteneciente a la clase política franquista, en la que alcanzó los cargos de viceministro del Movimiento y procurador en Cortes durante dos legislaturas, asumió los deseos de cambio del pueblo español cuando, el 3 de julio de 1976, fue nombrado presidente del Gobierno.

Llevó a cabo la Ley Fundamental de Reforma Política que desmontó la dictadura y abrió el camino a la democracia, pactó con los dirigentes de la izquierda procedentes de la clandestinidad o el exilio, como Felipe González o Santiago Carrillo, para hacer posible el proceso democrático que se inició el 15 de junio de 1977 con las primeras elecciones libres.

Durante su primer mandato, de 1977 a las elecciones del 1 de marzo de 1979, se consensuó y elaboró el texto de la Constitución que fue refrendado por los españoles el 6 de diciembre de 1978.

Comenzó entonces, ya como primer presidente constitucional de España, la etapa más difícil de su Gobierno, asediado por el terrorismo, la inflación y el creciente desempleo, una descentralización del poder del Estado que dio lugar a las autonomías y con una crisis ideológica en el seno de su propio partido.

Las duras críticas a su gestión, la crisis interna de UCD y la falta de apoyos sociales llevaron a Suárez a dimitir el 29 de enero de 1981.

«Mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia. Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España», diría entonces.

Esas palabras cobraron dimensión cuando, tres semanas después el 23 de febrero de 1981, el teniente coronel Antonio Tejero entró en el Congreso de los Diputados con varias decenas de guardias civiles mientras se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno.

Fundador de dos partidos políticos, la Unión del Centro Democrático (UCD) y el Centro Democrático y Social (CDS), Suárez fue también el principal causante de su desaparición pues, en palabras de Leopoldo Calvo Sotelo, era «el clavillo del abanico» y, al abandonarlo, desbarató todas sus varillas.

Diseñó el espacio político del centro, que desde la disolución de UCD se han disputado los dos grandes partidos del país, PSOE y PP, pero pasó a la historia por ser el principal artífice de la Transición, un protagonismo que nunca quiso asumir.

«Don Juan Carlos fue muy importante. Ganamos la libertad de expresión. Yo legalicé los partidos políticos. Se necesitaba el máximo nivel de comunicación. El proceso tuvo muchas dificultades. Hubo asesinatos y atentados. Y, sin embargo, logramos crear una situación impensable unos años antes. Creo que fue sobre todo un período de mucho sentido común».


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