Jordi Llovet: «Hace cinco años no había casi independentistas, había catalanistas»
España
«Si Fraga hablaba con Carrillo, también Mas puede hablar con Rajoy», explica Jordi Llovet, crítico literario, traductor, ensayista, filósofo y catedrático
25 Sep 2015. Actualizado a las 11:37 h.
Jordi Llovet (Barcelona, 1947) es uno de los intelectuales más destacados de Cataluña. Crítico literario, traductor, ensayista, filósofo y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, de la que ya está jubilado, ha traducido al catalán clásicos como Kafka, Rilke, Mann, Hölderlin, Flaubert y Baudelaire. Concernido y contrario a la deriva política que están tomando Cataluña y España, cierra la lista del PSC para el 27S. «Si Fraga habló con Carrillo, Mas y Rajoy también pueden hacerlo», asegura.
-¿Qué le llevó a la política?
-No puede decirse que haya entrado en política. Toda persona consciente de lo que se juega políticamente en un país o en unas elecciones debe considerarse parte integrante de la política. No creo en la distinción entre «sociedad civil» y «políticos electos». Todos somos políticos y todos deberíamos tener conciencia de lo político. Me brindé a ayudar al PSC porque soy socialista de toda la vida, y él estuvo encantado y me puso al final de la lista, donde ahora salen, en Cataluña, los futbolistas y las actrices de cabaret. ¡No me diga que no es un honor!
-Desde el 2012, más de un millón de personas han salido a la calle en la Diada para pedir la independencia. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-Se ha llegado a esta situación por pura empatía, o simpatía, con un ideal. La gente anda hoy escasa de ideales: siempre he pensado que si todos los independentistas creyeran en algo sobrenatural -Dios, por ejemplo-pensarían que el Paraíso se encuentra en otro mundo, no en este. Pero Junqueras y Mas -que se apuntó a esta lid porque le convenía no ver pasar delante al líder de ERC- descubrieron el filón de este sentimiento y lo han explotado hasta la saciedad y el aburrimiento de una parte de la ciudadanía catalana. Hace cinco años no había casi independentistas en Cataluña: había catalanistas, que es algo mucho más inocuo e inocente, y no implica movilizaciones ni situaciones límite. Pero gracias a la propaganda -no gratuita, por cierto, pues la hemos pagado todos los catalanes- de dos asociaciones filantrópicas de Cataluña, Òmnium Cultural y la Assemblea Nacional de Catalunya, esta idea tomó alma y substancia, sin que posea cuerpo. No es más que un ideal absoluto, una propuesta del todo irrealizable, una utopía en el sentido lato de la palabra. Si no se modifica o se modula la Constitución española en algún sentido, es imposible que una parte de su territorio pueda separarse de la totalidad. Es así de claro. Puede ser injusto, puede no gustarle a mucha gente, pero es lo que dice una Carta Magna que, por otro lado, votó la mayoría de catalanes en 1978.
-¿Qué se ha hecho mal desde el Gobierno central y la Generalitat?
-Si el Gobierno central hubiese sido más dialogante, y si nuestros gobernantes -tanto del PP como del PSOE- hubieran estudiado algo de historia de Cataluña y del catalanismo histórico, entonces todo podría haberse resuelto en torno a una mesa de diálogo. Todos los gobiernos centrales, desde la transición, piensan que transigir en alguna de las más que lógicas peticiones de Cataluña les restaría votos, y este ha sido el resultado. El nacionalismo español ha excitado al nacionalismo catalán, y viceversa, y así estamos.
-Un cambio constitucional en pos de una España federal daría una mayor cuota de autogobierno a Cataluña. ¿Lo ve viable?
-Lo veo viable solo a medio plazo. Primero habrá que des-nacionalizar España y convertirla en un Estado que actúa al ritmo de las decisiones parlamentarias de Madrid y del resto de los parlamentos españoles; y luego habrá que des-nacionalizar Cataluña para que admita que las naciones no son más que un constructo ideológico y que dos administraciones paralelas, como la catalana y la española en su conjunto, pueden entenderse perfectamente si hay voluntad de hacerlo. No estoy seguro de que sea imprescindible transformar España en un Estado federal, pero si esto le da a Cataluña la sensación -gracias a los medios correspondientes, que parece que es lo que más preocupa a los catalanes- de que es tratada en régimen de igualdad o con un límite en las cuotas de solidaridad con el resto de las poblaciones o autonomías de España, entonces bienvenido sea un Estado federal. En definitiva, las diferencias del PIB entre los Länder de Alemania son más grandes que las que existen entre las regiones de España y, sin embargo, poseen un Estado federal que funciona admirablemente. Eso sí: en Alemania ya nadie habla de nacionalismo, ni en general ni en particular, porque la historia del Imperio Prusiano y de la Alemania de los años 1930 les hicieron caer para siempre de ese caballo, como san Pablo camino de Damasco.
-Usted fue criticado por su artículo Estètica i poder, donde asegura que «solo los totalitarismos utilizan medios estéticos para afirmarse». ¿Favorecen este tipo de símiles al diálogo?
-Lamentaría haber creado más crispación de la que ya había en Cataluña cuando publiqué este artículo. Pero estoy convencido de que el uso exagerado de elementos estéticos -uniformes, banderas, eslóganes, desfiles, etcétera- no se corresponde con la ética y la praxis de la política. Es cierto que se han usado para dar visualización a causas muy democráticas y legítimas, como las manifestaciones en favor del sufragio universal, en el siglo XIX, del voto femenino y la igualdad de derechos de mujeres y otros colectivos en el siglo XX, o, en América, para que la población negra alcanzase unos derechos absolutamente legítimos. Pero cuando estas manifestaciones están al servicio de un vago ideal nacionalista, entonces no puedo evitar pensar en lo que sucedió en Alemania o Italia durante el primer tercio del siglo XX. Ya sé que Cataluña no acabará como las dictaduras a que he aludido, pero así empezaron estas y es mejor no tentar al diablo. Como le he dicho antes, es mucho mejor convencer a un pueblo, de lo que sea, mediante el diálogo razonado que con explosiones de alegría y emotividad colectivas.
-Algunos soberanistas se dicen independentistas pero no nacionalistas. ¿En qué medida hay una reivindicación identitaria?
-Incluso yo, que me he mostrado muy crítico con el actual proceso independentista, preferiría vivir en una Cataluña independiente antes que en una Cataluña nacionalista. No me molesta vivir en un país independiente porque de hecho todos vivimos ya en un país así, un Estado de Derecho que garantiza las libertades individuales, que son las que cuentan. Suponer que hay libertades «nacionales» me parece una falacia y suele llevar a los pueblos a ciertos extremismos: por ejemplo, el anhelo expansivo o imperialista.
-El conseller Gordó habló de la posible anexión de Mallorca, Valencia y una parte de Aragón en nombre de la causa independentista.
-Sí, y sin haber consultado nada a estas regiones vecinas de Cataluña: esto es llevar el delirio independentista, que se basa en la autonomía de la Marca Hispánica de los tiempos de Carlomagno y de la autonomía de los condados catalanes de la Edad Media, a un extremo que solo puede justificarse como hipóstasis de una antigua realidad histórica: la Corona de Aragón. Eso sí fue algo consistente -no exactamente una «nación», pues no existía tal cosa en la Edad Media- como lo fueron los reinos de Castilla, de León, de Navarra o de Asturias. Pero, en estos momentos, querer involucrar en el proceso independentista a una serie de regiones limítrofes con Cataluña por el mero hecho de que en ellas también se habla la lengua catalana es un despropósito monumental. De hecho, durante los años 70 a 90 del siglo pasado se habló mucho de los «Països Catalans» como estrategia política -sin duda, ineficaz- para conseguir privilegios y soberanía para Cataluña: pero esta idea fue abandonada, con razón, en favor de la independencia nacional catalana, que es algo mucho más manejable y territorialmente diferenciado. Y en esto estamos.
-Por tanto es difícil hablar de una sola «identidad catalana».
-Respecto a este término seré igualmente crítico: en Cataluña se habla una veintena de lenguas, por lo menos, y hay comunidades, dentro de la gran comunidad catalana, que poseen un perfil identitario muy particular y muy diferenciado del que nos quieren hacer creer que es común a toda la población. Tenga en cuenta que a la Feria de Abril que se celebra cada año en Barcelona acuden unos dos millones de personas, la mayoría de las cuales se sienten, ya no catalanas y españolas, sino, por encima de ambas categorías, andaluzas. No hay una identidad catalana; Cataluña está compuesta de múltiples identidades lingüísticas, culturales, religiosas y raciales, de modo que hablar de esa «identidad» es un sofisma más de los muchos que inventó Jordi Pujol y han explotado con habilidad Artur Mas y Oriol Junqueras.
-Usted ha escrito: «La patria de los intelectuales siempre será el lenguaje y la discusión razonada». ¿Qué papel debe jugar la intelectualidad en la actual situación?
-El gobierno de los pueblos debe estar basado en criterios racionales, discutidos y pactados. La racionalidad no es un privilegio de la clase intelectual, pero ayuda mucho. Entendiendo por intelectuales a los hombres de letras, de ciencias, economistas y politólogos, etcétera. Más aún: una verdadera democracia, a mi juicio, debería depender de la capacidad de todos y cada uno de los ciudadanos de ejercer lo que llamé en Adiós a la Universidad. El eclipse de las Humanidades la «soberanía intelectual». Intelectual lo es todo el mundo mientras sea capaz de discernir entre la pasión y la razón. Y esto cada vez es más difícil en todo el orbe occidental debido a la manera como se organizan y actúan los partidos políticos, desde hace tiempo sometidos al efecto mágico de la propaganda y el espectáculo.
-¿Ve capaz a Junts pel Sí de declarar la independencia aun sin mayoría de votos?
-No lo harán en ningún caso, aunque Artur Mas y Oriol Junqueras puedan esgrimir este argumento -la mayoría de escaños, aunque no la mayoría de votos- para continuar en la liza de la causa independentista. De hecho, la famosa «hoja de ruta» hacia la independencia prevé perseverar en la pseudo-didáctica independentista durante los 18 meses posteriores a las elecciones autonómicas. En este lapso de tiempo puede suceder que muchos independentistas se den cuenta de que eso no lleva a ninguna parte, en especial si se abre una brecha, por pequeña que sea, en el Gobierno de España para poder sentarse a hablar, discutir, negociar y pactar lo que sea justo y necesario para el bien de Cataluña y de toda España.
-Una posible solución para esta situación encallada.
-Si los partidos independentistas no cejan en su movimiento de abducción de la ciudadanía catalana, entonces puede llegar el momento en que alguien declare, unilateralmente, la independencia de Cataluña desde el balcón de la Generalitat, como ya hizo el presidente Companys en 1934: es sabido que fueron detenidos inmediatamente él y una parte de su Gobierno: otra parte, como el consejero de Interior, el que estaba al mando de los Mossos d?Esquadra, se escapó por un pasadizo secreto que todavía debe existir en la sede del Gobierno catalán. Aunque tengo una querencia por el socialismo español y catalán, no estoy muy seguro de que este partido se dé prisa para resolver los problemas actuales de incardinación entre Cataluña y España. Creo que será más eficaz la labor que puedan hacer los empresarios, los poderes financieros y las autoridades políticas más sensatas que hay en Cataluña -y en toda España- como, por ejemplo, los antiguos socios de Convergència, es decir, los señores Duran i Lleida o Espadaler. Yo no los votaría, porque son neoliberales igual que Mas, pero por lo menos vieron claro desde el primer momento que o se dialoga y se pacta en Madrid -o en Caspe, que fue donde la casa real aragonesa pasó a manos de una dinastía castellana, los Trastámara, por falta de herederos directos del rey Martín-, o vamos al fracaso tanto de Cataluña como de España. Si en 1978 Fraga Iribarne hablaba con Santiago Carrillo, también cabe pensar que Artur Mas pueda hablar con Mariano Rajoy, o con su sucesor al frente del Gobierno español. Pero ambas partes deben estar convencidas de que esto es lo que hay que hacer y de que «la cuestión catalana» puede y debe resolverse de una vez.
«El uso de los medios de comunicación al servicio de CDC-ERC es una indecencia»
-¿Cómo valora el uso que se hace de los medios de comunicación catalanes?
-En este asunto voy a ser muy radical y usaré una palabra que puede reportarme más problemas de los que ya tengo como ciudadano de Cataluña: el uso de los medios de comunicación al servicio de los propósitos del actual Gobierno catalán y de la coalición CDC-ERC para las próximas elecciones autonómicas es una indecencia. No se puede usar esos medios tan potentes para, por un lado, exhibir continuamente las supuestas señas de identidad cultural de Cataluña -folclore, castellers y toda la parafernalia que conocemos tan bien los que vemos la televisión catalana- y, por otro, obviar de una manera tajante la opinión de las personas que, en Cataluña, tenemos una idea crítica acerca de lo que está sucediendo. Deberían haber puesto estos medios al servicio del diálogo entre todas las fuerzas políticas que van a concurrir en las elecciones autonómicas, multiplicar los debates, invitar a personas que saben razonadamente que nos hemos metido en un callejón sin salida, etcétera. Es malo, muy malo, progresar hacia la independencia de un país solo a base de manifestaciones jubilosas, ocultamiento de la verdad y prácticas informativas que no son democráticas.