A Puigdemont no le gusta este plan
España
24 May 2021. Actualizado a las 22:12 h.
El desamor en el independentismo, valga el chiste fácil, llegó el día de san Valentín. Los flechazos en forma de votos quisieron el 14F que ERC lograra por primera vez aparcar sus derrotas y que los republicanos lideraran el espacio separatista. Pero el relevo no podía ser pacífico. A pesar de secundar durante años con sus escaños a las diferentes marcas de la antigua Convergencia, Pere Aragonès y los suyos han sufrido toda clase de agravios y desplantes durante casi tres meses para llegar al final que parecía cantado desde el principio.
Aragonès, un discreto segundón del preso Oriol Junqueras, hijo de un destacado representante del franquismo en Cataluña que se hizo rico durante la dictadura, conseguirá su sueño de ser presidente y sentarse en el despacho principal de la plaza de San Jaume, pero podría decirse sin riesgo que su mandato será cualquier cosa menos plácido. Su principal enemigo no será el siempre aguerrido Ignacio Garriga. Tampoco el más conciliador Salvador Illa, ganador estéril de los comicios, como Inés Arrimadas en la anterior cita. Mucho menos los casi irrelevantes líderes de Ciudadanos o PP. Tampoco Pedro Sánchez, ansioso por pactar lo que sea para garantizarse el apoyo en Madrid de los 13 diputados de ERC y, si es posible, de los de Junts y hasta la CUP para alargar la legislatura hasta el final. El principal adversario de Aragonès estará cómodamente instalado en Waterloo, viviendo, tanto él como su pareja, de generosos recursos públicos, mientras intenta torpedear la acción de un presidente que no aceptará sus tutelas ni amenazas, directas o a través de las asociaciones subvencionadas del independentismo.
Cataluña, sumida en la parálisis más absoluta desde el 2016, tendrá que padecer ahora las consecuencias del divorcio entre ERC y Junts. Puigdemont ya ha dicho que el actual plan no le gusta, que él, mientras sus antiguos compañeros siguen en la cárcel, lo que prefiere es dirigir las hostilidades desde su sofá de Waterloo, o como mucho desde Perpiñán, para que a prisión vayan otros.
Pero este antiguo alcalde de Gerona devenido en mesías del secesionismo no quiere perder su papel de profeta. Tampoco sus generosos réditos económicos. Y ya ha dado orden a sus más cercanos para que no se incorporen al equipo de Junqueras, perdón, de Aragonés, para mostrar su enfado por no haber sido escuchado y por ver cómo triunfa la versión más pactista de los antiguos convergentes. Para él y los suyos, la operación reconquista de la Generalitat ya ha empezado. Y el enemigo no son los constitucionalistas. Su verdadero rival se sienta en la silla que solo Torra aceptó calentarle. Habrá lío.