La Voz de Galicia

«Hablábamos para saber que estábamos ahí y seguíamos vivos»

España

José Antonio Guerrero Madrid / Colpisa
Henry, al fondo de negro, en el timón del petrolero en el que llegaron a Canarias el pasado 28 de noviembre

Henry llegó a Canarias en una travesía suicida de 12 días en el timón de un petrolero que zarpó de Nigeria

18 Dec 2022. Actualizado a las 17:32 h.

Cabizbajo, con una gorra blanca, las piernas suspendidas como alambres y doblado por un descomunal esfuerzo. Es la desgarradora imagen de Henry sentado sobre la pala del timón del petrolero Alithini II junto a otros dos polizones. La fotografía, difundida el pasado 28 de noviembre por Salvamento Marítimo, ha dado la vuelta al mundo.

Los tres viajaron durante doce días refugiados en ese pequeño espacio bajo la popa, donde el timón encaja en el casco, desde Lagos, la gran ciudad portuaria de Nigeria, hasta Canarias. 4.600 kilómetros y 288 horas de odisea sin apenas víveres, bebiendo sorbitos de agua de mar y sometidos al endiablado oleaje del Atlántico sur, apretándose para darse calor por las noches y rezando, «rezando mucho».

Así lo cuenta Henry, nigeriano de 42 años, dos semanas después de protagonizar una travesía suicida, que, en su caso, no es la primera puesto que en el 2020 arribó a Noruega en un cubículo igual, pero de otro buque, antes de ser deportado a su país de origen el año pasado tras denegarle las autoridades de Oslo su petición de asilo.

Henry, casado y padre de Mika, un niño de 9 años, se recupera ahora física y anímicamente en un centro de Cruz Roja en Gran Canaria, donde ha pedido asilo. Originario de Biafra, una región al sur de Nigeria que lucha por su independencia y que a finales del siglo pasado conmocionó a Occidente por las atrocidades de la guerra y sus terribles hambrunas, Henry suplicó a un pescador en el puerto de Lagos que le acercara a un petrolero fondeado en la zona. Iba solo, pero en el pesquero se encontró con los otros dos polizones. Los tres se escondieron en el hueco del timón, un angosto habitáculo del que sobresale la pala, un lugar peligroso, sujeto a los golpes de mar y a que se inunde con el balanceo del barco.

Llevaba una bolsa con botellas de agua, una biblia —porque es católico con una fe a prueba de tempestades— y un martillo por si la situación se complicaba y tenía que golpear el casco para hacer ruido y llamar la atención de la tripulación del petrolero, un gigante de 182 metros de eslora.

Ese pequeño tesoro se le cayó al mar al poco de acomodarse en el timón y solo conservó unas galletas que los tres comían a cachitos hasta que terminaron con las últimas migajas. Parece increíble, pero durante los doce días de navegación aplacaron la sed primero mojándose los labios con agua del mar y luego bebiéndola directamente a sorbitos con el riesgo de enfermar. «No bebíamos mucho porque sabíamos que podía ser mortal», dice Henry, que tuvo que ser hospitalizado con un cuadro de deshidratación nada más llegar a Gran Canaria.

Sin cerrar los ojos

Recuerda que los primeros ocho días fueron los peores. Pasaban mucho tiempo en la oquedad del timón, pero también se sentaban en la mecha exterior para que el agua les empapara para espabilarse y desentumecer el cuerpo, anquilosado por tantas horas sin poder moverse.

«Salir al timón era peligroso porque el mar estaba muy revuelto. Pero era la única manera de despejarnos». Daban alguna cabezada aunque trataban de no dormirse para no caer al océano, la mortal amenaza cuando se viaja en esas penosas circunstancias. «Estás en alerta, no te atreves a cerrar los ojos. Cualquier movimiento del barco te puede desequilibrar. Si duermes te caes, necesitábamos estar despiertos y nos echábamos agua», rememora Henry.

Él rezaba y rezaba. Dice que todo se lo debe a dios aunque fue su instinto de supervivencia lo que le salvó la vida, a él y a sus dos compañeros, dos subsaharianos de unos 30 años, que hacían por vez primera la travesía y, al octavo día, desesperados por no tocar tierra quisieron arrojarse al Atlántico y acabar con el sufrimiento.

«Nos sentíamos muy débiles y lo único que hacíamos era rezar para sobrevivir y llegar sanos y salvos a nuestro destino. Hubo un momento en que impedí que saltaran al mar porque querían rendirse, les pudo el cansancio, el hambre… Les convencí de que tuvieran fe y pude evitar que se lanzaran al agua», relata Henry,

El trayecto hasta España fue infernal. Soportaron doce días sin agua potable, con poco que llevarse a la boca, con el dolor de las piernas agarrotadas y calados hasta los huesos por las olas del Atlántico que batían el casco del petrolero. «El barco se balanceaba, el timón subía y bajaba. Pasamos mucho frío porque no teníamos más ropa que la que llevábamos puesta. El frío estaba ahí y no había gran cosa que hacer al respecto». Por la noche llegaban las horas más peligrosas, en las que no se veían en la oscuridad y el tiempo parecía detenerse. «Hablábamos para saber que seguíamos allí, que estábamos vivos y nos apretábamos para entrar en calor». Por fin tocaron tierra. «Sabía que Dios iba a guiar mi camino», insiste Henry.

Final feliz

Los vieron los prácticos del puerto de Las Palmas de Gran Canaria, que alertaron a Salvamento Marítimo. Al auxiliarlos tomaron la impactante imagen de los tres exhaustos sentados sobre el timón.

A Henry lo tuvieron que hospitalizar deshidratado, pero ya se encuentra en buen estado y a la espera de recibir respuesta a su petición de asilo. Le entran sudores y se tapa los ojos cuando piensa en una nueva deportación, como la que ya sufrió en Noruega. «Lo hice antes, lo he hecho ahora y si me devuelven a Nigeria, me arriesgaré otra vez. ¡No tengo nada que perder!», exclama con determinación. Allí ha dejado a su mujer y a Mika. «Hablo con ellos cada día y me dicen que no tienen qué comer. En Biafra no hay trabajo, no hay nada, solo hay hambre y delincuencia y yo no quiero robar, no soy ningún ladrón», arguye para explicar los motivos que le han empujado a exponerse a un viaje del que salir vivo parece un milagro.

Él, además, defiende la independencia de esa región, lo que las autoridades oficiales nigerianas, reprimen, según cuenta, con extrema violencia. «Hay gente que muere de hambre o porque enferma o son eliminados por el Gobierno. Si buscas un futuro, hay que salir de allí», declara rotundo. Y sobre ese futuro, que ahora es su presente, añade: «Solo quiero un trabajo, lo que sea. Necesito ese dinero para sustentar a mi familia, tengo que buscar la forma de darles de comer». Lo dice con una fe tan enorme como un petrolero, tan inquebrantable como el acero de un timón


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