«El velo nos tapa la cabeza, no la mente»
Extra Voz
Reivindican su condición de mujeres y de musulmanas. Dos realidades que tienen que conjugar con un entorno marcado por los estereotipos. Además, la comunidad islámica sigue marcando las pautas. Ellas quieren elegir su propio camino.
06 Apr 2015. Actualizado a las 12:01 h.
«Te vi conduciendo y llevabas velo». Esto es lo que le dijo hace poco una mujer en Pontevedra a Fátima Mlibda. Cuando cuenta estas anécdotas no puede evitar sonreír. A Souad Nahil un cliente le empezó a hablar con gestos aún después de que ella se dirigiera a él en un perfecto castellano. Galicia es la tercera comunidad de España con menos residentes musulmanes y, por tanto, con menos musulmanas. Todavía no nos hemos familiarizado con ellas y eso que algunas llevan aquí años.
Tanto los padres de Fátima como los de Souad llegaron de Marruecos a finales de los 80 atraídos por el trabajo en el mar o los transportes. Ellas se sumaron después con sus madres. Son la segunda generación. La que intenta integrarse sorteando los estereotipos de la sociedad receptora y, al mismo tiempo, las fuertes tradiciones que imperan en su entorno.
«Queremos que nos conozcan», cuenta Souad. El rol de la mujer musulmana en Galicia, y en el resto de España, se ha caracterizado por su escasa visibilidad. Hay pocas estadísticas sobre su actividad e influencia. Acostumbran aislarse más en sus comunidades o en sus familias. Un papel que, parece, quieren cambiar. «Llevo aquí desde niña y sé cómo son los gallegos, sin embargo la mayoría no tiene ni idea de cómo soy yo. Estos días estoy asistiendo a un curso que imparte la Cámara de Comercio de Pontevedra. Uno de mis compañeros me ha confesado que nunca pensó que fuera tan inteligente el día que me conoció», dice una todavía sorprendida Souad. Ella tiene ya la nacionalidad española y como otras tantas jóvenes españolas acaba de quedarse en el paro. Comparte piso con su hermana en Vigo, para ahorrar gastos, y se sigue formando.
«Hice un curso de técnico de rayos, trabajé en el departamento de control de calidad de una empresa hasta hace poco y hubo una época en la que incluso compaginé dos empleos». Con 29 años, no se ha casado. «Mis padres me insinúan a veces que lo vaya pensando, pero todavía tengo otros objetivos». Uno de ellos es la asociación Chicas Musulmanas en Galicia. La acaban de fundar y suman ya unas treinta socias. Fátima es la presidenta. «No queremos dar pena ni que crean que por llevar este velo somos sumisas, que estamos oprimidas. Me cubre la cabeza, no la mente», subraya.
Estos días no paran. Han dado una charla en la Cruz Roja y en la plaza de la Peregrina han colocado mesas informativas. La mayoría están o han estudiado una carrera o un ciclo formativo. Son jóvenes, tienen entre 19 y 30 años. La duda es ¿cuándo se casen podrán seguir haciendo lo mismo? Souad insiste aquí en su autonomía. «Tenemos más independencia de la que pensáis. No nos manda ninguna mezquita ni ningún hombre, esto lo hacemos nosotras».
No se atreve, sin embargo, a definirse como feminista. «Reivindico el papel de las mujeres, gracias a ellas prosperan las sociedades». Fátima incide en lo mismo: «No estamos encerradas en nuestras casas, la prueba es que nos esforzamos por tener un futuro mejor». Es en este momento cuando hace un paréntesis. «Hay mucha confusión con términos como por ejemplo la yihad. Muy pocos saben que su significado en árabe es esfuerzo. Esforzarme es lo que hago yo por estudiar, por buscar trabajo y por ayudar a mis padres, no lo que hacen un grupo de locos».
No son ajenas a las noticias que estos días se repiten. Cada semana conocemos un caso nuevo de jóvenes, entre ellos también mujeres, que son reclutados por el Estado Islámico en España. Hay casos en Ceuta y Melilla, pero también en Barcelona, Ávila, Ciudad Real o Badalona, donde han sido detenidos dos hermanos y también sus padres. «Me fastidia que tengamos que pagar por lo que hacen cuatro personajes», remarca Fátima. «Yo, en mis 21 años, no voy a coger y dejarlo todo. Las chicas que están reclutando son la mayoría muy jóvenes e influenciables. Les hacen un lavado de cerebro. Desde luego me dan mucha pena, no saben lo que les espera. ¿Cómo me voy a ir yo a un país que está en guerra como Siria?». Los atentados contra la revista francesa Charlie Hebdo o contra el Museo del Bardo, en Túnez, han hecho rebrotar la islamofobia. «El problema es que no entienden el Islam, lo interpretan como quieren. A nosotras también nos afecta. Las mujeres también sufren la violencia», dice Salma, una estudiante musulmana de 20 años.
Otra universitaria, Nassima, añade: «Siempre me he sentido muy famosa. Cuando paso la gente se detiene y me mira. Supongo que por curiosidad. Tras el ataque de París hubo unos días en los que las miradas eran diferentes, como atacantes. El viernes de esa semana, después de clase, hice la maleta y me fui a coger el autobús para irme a casa. Lo pasé muy mal. Me puse nerviosa y casi me confundo de parada. Luego, dentro, la radio estaba tan alta? Desde entonces no uso maleta ni mochila, prefiero llevar muchas bolsas. Todo esto es un dolor doble. Por un lado ves que el Estado Islámico mata a gente inocente, incluidos musulmanes y, por otro, te ven como una terrorista». Tras media vida en Galicia, no se plantean regresar al país en el que nacieron sus padres. «Siempre me he sentido integrada, mis amigos son españoles y aparte de alguna que otra anécdota nunca viví ningún tipo de rechazo. Tal vez soy afortunada por vivir en Vigo y no en un pueblo o en una ciudad más grande», opina Souad. Fátima, que ha terminado el ciclo de Comercio y Márketing, asiente. «Nunca voy a olvidar que soy marroquí, pero no tengo pensado volver. Tendría que empezar de cero. Mi vida está aquí».
Nassima sabe que nunca pasa desapercibida. En medio de los pasillos repletos de estudiantes apurados por los exámenes destaca su rostro risueño y sereno. Eso y el velo de un intenso verde que cubre su cabeza. «Soy una de las primeras alumnas en Filología que lo lleva», presume. No se separa de su carpeta de la USC mientras nos cuenta cómo en clase todos los profesores la conocen, «siempre dicen: tú, la que está al lado de Nassima». Estudia Lengua y Literatura Modernas. Pronuncia cada palabra de una forma tan natural que cuesta descubrir en su entonación las señales de su árabe natal. Como la mayoría de musulmanas en Galicia es de Marruecos. Más o menos. Llegó aquí con apenas diez años y cuando le preguntas a qué lugar se siente más vinculada su respuesta no puede ser más galaica. «Depende del día», suelta.
Ella es la primera de su casa que llega a la Universidad. «Para mi madre es un sueño. Si me preguntas a quién admiro más te digo que a ella. Lo dejó todo, su familia, su vida, para darnos un futuro mejor. En Safí nos llegaba con el sueldo de mi padre. Aquí no, es limpiadora», apostilla. En Santiago la primavera no impide que las nubes hagan acto de presencia. Las nubes y la lluvia. «Con el velo, mira, mato dos pájaros de un tiro. Me mojo mucho menos», bromea mientras intenta quitarle importancia a la pregunta que protagoniza la conversación, ¿Por qué el velo? Junto a Nassima nos espera Salma. Está en segundo de Administración y Dirección de Empresas. Ella no lo lleva. Su pelo ondulado se mueve libremente y con un punto de rebeldía que se acompasa con su personalidad. Firme y madura a sus escasos veinte años. «El año pasado empecé a buscar trabajo y el velo era un obstáculo así que decidí quitármelo. En casa me respetaron, dijeron que era mi decisión».
Salma es de Casablanca, aunque vive en Ordes desde niña. «Ir a Marruecos a veces es incómodo. La gente te machaca más, sobre todo en los barrios más periféricos. Aquí me siento más yo. Puedo decir que no me quiero casar y no pasa nada. Allí me dirían que voy por el mal camino». ¿Es el Islam machista? Al formular la pregunta las dos contestan: «No». «Hay que distinguir la religión de la cultura. Los países árabes siempre han sido muy machistas, pero eso no es por el Islam. La educación es fundamental para el progreso. Allí una de mis tías está divorciada y no pasa nada», dice Nassima. «Me gustaría ver avanzar las cosas. Claro que es machista que castiguen a una mujer por poner los cuernos», responde Salma. Se queda un momento pensando y añade: «El Corán también tiene que actualizarse. En la época de Mahoma no había universidades. Ahora sí. En mi país también hay cada vez más mujeres en las aulas». Volviendo al yihab, Nassima remarca: «Me lo puse a los 19, justo antes de empezar en la universidad. Ojalá toda Galicia fuera como mi facultad, aquí no me siento tan observada». Sobre su imposición en adolescentes, matiza: «Creo nunca se debería poner antes de los 15 o 16 años, que es cuando empiezas a tener tu propio criterio para decidir lo que quieres. Vérselo a niñas más pequeñas me parece precipitado. Cuando me lo puse mi madre no paró de llorar, no quería que me discriminaran». Los padres de Fátima lo vivieron de forma parecida: «No se lo esperaban. Para mí fue una forma de reafirmarme. Nadie tiene que liberarme de algo que yo he elegido. ¡Y que conste que me gusta mucho arreglarme!», exclama. Quien tiene decidido no recuperarlo es Salma. «Con él era la chica de velo que no salía. Soy marroquí, pero ahora ando con gente de aquí. Mi madre, que no lo llevaba en Casablanca, se lo puso en Galicia para evitar que la juzgaran». Al lado de Marruecos, en Túnez, se acaba de celebrar el Foro Social Mundial en el que ha estado la periodista y experta en el mundo árabe Montserrat Boix. «Túnez acaba de aprobar la paridad en su Constitución. La mayoría de las chicas tunecinas con las que me crucé no llevaban velo. No podemos olvidar que en muchos países árabes las mujeres luchan por el derecho a no vestirlo. Pensar que se es más musulmana por usarlo también es un estereotipo. Al fin y al cabo su misión es la de ocultar». Boix, coordinadora también de Mujeres en Red, añade: «La comunidad musulmana en España es una de las más conservadoras. Lo importante es que lo que hagan sea con autonomía». Yashmina Shawki, periodista gallega hija de padre kurdo, apunta: «Conozco a mujeres integradas y sin velo. Si lo ponen tan jóvenes creo que no se trata de una elección propia».
La hora de descanso se va terminando. «La verdad es que no quiero casarme, sería como si me cortaran las alas», se le escapa a Salma. Tiene las ilusiones de una chica de 20 años. Quiere hacer un máster en Relaciones Internacionales. Nassima la observa mientras habla. Su sueño es seguir aprendiendo idiomas.