La Voz de Galicia

Los Rolling Stones revisan su primera gran resurrección

Extra Voz

Javier Becerra
Rolling Stones en 1971

El grupo reedita «Sticky Fingers», uno de sus discos más carismáticos y una obra maestra del rock

06 Jul 2015. Actualizado a las 13:24 h.

Como los gatos, los Rolling Stones tienen varias vidas. La primera que gastaron fue a principios de los setenta, reponiéndose al fallecimiento de Brian Jones, fundador del grupo. Desubicado y abandonado al caos, el carismático guitarrista vio cómo sus compañeros recurrían a los servicios de Mick Taylor para registrar parte de Let It Bleed (1969), obra maestra de sintomático título (déjalo sangrar). Poco después, apareció flotando en la piscina de su mansión. El principio del fin de los sesenta empezó ahí. El sueño hippie perdía color. Y The Beatles se separaban con su desvanecimiento. Los Stones, lejos de tirarse por el precipicio, ni pestañearon. Dos días después de la defunción de Jones actuaron en Hyde Park. Luego se embarcaron en una gira por EE.UU. que les hizo volver a vivir. No sería la última vez.

«No sabíamos si la gente iba a aceptar a los nuevos Stones sin Brian Jones -recordaba Keith Richards en el libro According The Rolling Stones-. Sabíamos que teníamos que arremangarnos para dar lo mejor de nosotros mismos, pero al menos, entonces, éramos de nuevo un grupo unido».  De ese estado de ánimo renovado en los escenarios salió después Sticky Fingers, un álbum magistral de renovado brío. Acaba de ser reeditado. Es el primer disco fuera de la Decca. El primero con Mick Taylor como integrante fijo del grupo y el primero que recoge el mítico logo de la lengua. Incluye, ahí es nada, Brown Sugar, Wild Horses o Sister Morphine. En cierto modo marcaría el canon de lo que hoy entendemos por sonido stone para siempre. Es, por esas y muchas otras razones, un álbum esencial para los Stones y para la historia del rock en general.

Había que pasar página. No solo la de Jones. También la del desastre de Altamont, un concierto organizado por los propios Stones en 1969. Allí una persona fue asesinada. Otras tres murieron por accidentes. Un halo negro se posaba sobre la banda que, sin embargo, salió de ahí airosa. Aprovecharon su periplo americano para grabar algunos de los temas que acabarían en Sticky Fingers. Luego, ya en Inglaterra, fundaron su propia editorial discográfica. En las nuevas canciones se percibía el sello de un Mick Jagger que estaba cambiando su método de trabajo, componiendo cada vez más con la guitarra. Mientras, disfrutaba de su nuevo amor: Bianca Jagger, con la que se casaría en 1971. 

Ello no era freno para explotar ese universo de referencias veladas al sexo y las drogas. ¿Ejemplo? Brown Sugar. ¿Alusión a la heroína o al sexo interracial? «Azúcar marrón, ¿cómo es que sabes tan bien?», se pregunta un Jagger de dicción neumática. La canción arranca con un riff maestro de Richards. Late negritud. Suena a pelvis, sudor y mandíbula apretada. El magnifico saxo de Bobby Keys la hace arder con lascivas maracas de fondo. Inaugura el disco. En su día supuso un «¡Hey, seguimos siendo los más grandes!» Después, se convirtió en un clásico para la eternidad.

Ese toque negro se acentúa con la presencia de Taylor, que deja su impronta durante todo el disco. Bien a golpe de slide guitar y floritura final en Sway. Bien en  la orgía instrumental de toques latinos de Can't You Hear Me Knocking. Bien manejando el tempo soul con I Got The Blues. Siempre en su sitio, preciso y sin exhibicionismos. Otro de los aspectos que destacan de Sticky Fingers son las piezas de base acústica. En unas, Jagger languidece de manera maravillosa, como ocurre en Wild Horses. En otras irradia tensión con toques de nervio metálico, como Sister Morphine, con firma de Marianne Faithfull y con el frío del síndrome abstinencia helándola. Y, finalmente, se monta sobre el medio tiempo de country rock de Dead Flowers para escapar de todo ello.

Lo cierto es que dentro de este álbum no sobra nada. Sticky Fingers es el perfecto disco de rock. Tiene los ganchos instantáneos (además de Brown Sugar, ahí está Bitch). Tiene ese sonido recio propulsado por vientos antes citado. Tiene genuflexiones ante el blues, con la revisión de You Gotta Move. Y tiene piezas de arquitectura más compleja, como la melancólica Moonlight Mile que cierra el álbum de manera fastuosa. Seguramente hayan llegado más lejos con Exile On Main Street (1972), su álbum posterior, pero con este lograron un equilibrio perfecto. Se trata de la introducción perfecta a la historia del grupo. 

SIN TEMAS INÉDITOS 

Desgraciadamente, esta reedición no llegan con tan buenas noticias como las que en años anteriores experimentaron Exile On Main Street (1972) o Some Girls (1978). Mientras en aquellos los inéditos apabullaban, los extras incluidos no van más allá de ser diferentes versiones de las canciones ya incluidas en el disco. No deja de ser interesante ese Brown Sugar con Eric Clapton a la guitarra, la versión extensa de Bitch o la alternativa de Can't You Hear Me Knoking, pero no, no hay nada nuevo que llevarse a la boca. Todo lo sobrante se reutilizó en Exile On Main Street. 


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