Pintados y enfadados
Extra Voz
Los clubes de fútbol se están cansando de los «malotes». El propio del Bosque confesó hace unos días que no quiere que sus jugadores sean «unos pintas». El Mallorca acaba de prohibir algunos tipos de pírsines, pendientes y tatuajes.
18 Oct 2015. Actualizado a las 05:00 h.
La imagen de los futbolistas ha variado de manera radical a lo largo de las últimas tres décadas. Al igual que en otras modalidades deportivas, los tatuajes han irrumpido con fuerza en el balompié. Los jugadores lucen litros de tinta en su piel. Tal vez sea por seguir una moda, por intentar diferenciarse o, incluso, por lucir pinturas de guerra que potencian el aspecto de malotes. En ocasiones, los grabados van de la mano de un carácter agresivo, como en los casos de Ibrahimovic o Cissé.
Precisamente, Cissé se ha labrado una carrera deportiva que ha ido acompañada por cantidades ingentes de polémica. A su piel decorada en extremo, el jugador francés le añade crestas o barbas agresivas que potencian el aspecto de chico malo. Y, por lo sucedido en los últimos días, todo invita a pensar de que el internacional galo no es una hermana de la caridad. Recientemente, fue detenido por un supuesto intento de chantaje hacia Valbuena. Pese a que finalmente fue puesto en libertad sin cargos, las sospechas de que pudo amagar con hacer público un vídeo de alto contenido sexual entre su compañero de selección y la pareja de este no se han esfumado. Ibrahimovic es otro de los eternos cabreados del mundo del fútbol. Sus melenas, cara agresiva e innumerables tatuajes han contribuido a agrandar su aspecto de malas pulgas. Además, su lengua suele funcionar como un látigo implacable. «Es un cobarde y no es un hombre», espetó sobre Pep Guardiola después de fracasar en el Barcelona.
Ante el afloramiento de deportistas provocadores y agresivos, algunos clubes de fútbol ya han tomado cartas en el asunto para erradicar comportamientos polémicos. Uno de ellos es el Mallorca, conjunto que milita en Segunda División y cuyo régimen disciplinario ha saltado a la actualidad en las últimas semanas. Los baleares han plasmado por escrito la obligación de que sus jugadores no luzcan pírsines, pendientes o «peinados que no sean acordes con la imagen del club» cuando porten el escudo rojillo. Algo similar le ha aplicado el Milan a su excéntrico jugador Balotelli. El Deportivo aprobó este año un código ético para sus jugadores que regula incluso la interacción en redes sociales.
Sin embargo, en ocasiones, los comportamientos de los malotes se escapan a la disciplina de los clubes. Si no que se lo pregunten a Arturo Vidal. El mediocentro del Bayern de Múnich saltó a la palestra después de sufrir un accidente de coche durante la disputa de la Copa América. Además, lo padeció en estado de embriaguez. Horas más tarde, trató de aplacar el incendio generado en Chile con una comparecencia de prensa. Precisamente, la tensión que se genera en los combinados nacionales ha propiciado que se dieran imágenes de violencia sobre el césped en la disputa de las últimas copas del mundo. En la final de 2010, De Jong congeló la sangre de los españoles al clavarle los tacos en el pecho a Xabi Alonso. Cuatro años más tarde, fue Luis Suárez el que le asestó un mordisco brutal a Chiellini durante el partido de la primera fase entre Uruguay e Italia.
La NBA se ha convertido desde hace décadas en un avispero de malotes. El más afamado es, probablemente, Dennis Rodman. El rey de los rebotes de la década de los noventa dejó algunas imágenes bochornosas, como la patada que le propinó a un cámara durante un encuentro. Lamar Odom ha sido el último en sumarse a la lista de grandes excesos de baloncestistas. Esta misma semana, el ex de Los Ángeles Lakers fue hallado en coma en un burdel de Nevada. Supuestamente, un cóctel de cocaína y potenciadores sexuales pusieron en riesgo la vida de un jugador que fracasó de manera estrepitosa en su fugaz paso por el Baskonia, en la ACB.