Banksy, el Robin Hood del arte en la calle
Extra Voz
El grafitero por cuyas obras se pelean tanto coleccionistas como famosos no solo ha sabido mantener oculta su identidad. Ha pasado de pintar en los muros a abrir temporalment esu propio parque temático.
14 Feb 2016. Actualizado a las 05:00 h.
Uno de los artistas más famosos también es el más desconocido. Desde que hace casi veinte años Banksy comenzó a tomar la calle con su grafiti, el británico no solo se ha mantenido fiel a su personal estilo a la vez que lo ha desarrollado y ampliado, sino que en todo este tiempo ha conseguido mantener en secreto su identidad, pese a atraer un considerable interés mediático y ejecutar sus obras de forma ilegal, arriesgándose a una detención. Sus reconocibles estarcidos, tan críticos como irónicos, se han diseminado por todo el mundo, convirtiendo a Banksy en una figura global y pasto de coleccionistas. Desde que en el 2006 Christina Aguilera se hizo con un grabado de la reina Victoria en una situación muy poco soberana, la fiebre por hacerse con un Banksy ha disparado la cotización de su trabajo. En sus inicios, cuando aparecía una obra suya en un muro, apenas duraba unas horas antes de que fuese pintada por encima, bien por los servicios de limpieza, bien por otros artistas callejeros rivales: un destino efímero con el que todos en el grafiti han aprendido a convivir. Ahora, en cuestión de horas alguien lo habrá arrancado, para luego reaparecer en una subasta con precios de seis cifras. El propio Banksy es consciente de ello y ha estampado piezas en entidades con dificultades económicas para que puedan beneficiarse de su venta si así lo desean. Otro rasgo que lo convierte en un moderno Robin Hood del arte en la calle.
LOS INICIOS
Además de conservar el anonimato, Banksy también ha evitado la tentación de diluir el espíritu original con el que se inició en el grafiti. Su primer contacto fue a finales de la década de los ochenta en Bristol, cuando el grafitero local 3-D ?que poco después formaría el influyente grupo musical Massive Attack? inspiró a toda una generación para coger rotuladores y aerosoles. Desde entonces, de Banksy solo se sabe con seguridad que procede de Bristol, que ha vivido durante temporadas en Londres y que viaja con frecuencia para pintar en lugares tan diversos como Nueva York o los muros que Israel levantó en Palestina. Uno de esos viajes lo trajo en el 2003 a Barcelona, en cuyo zoo se metió por la noche sin darse cuenta de que lindaba con el Parlamento catalán, como relata en su libro Wall and Piece. Tras esperar varias horas escondido de las patrullas policiales, finalmente accedió al recinto. Le había pedido a un niño que le tradujese al español la frase «ahora os reís, pero algún día mandaremos nosotros» para pintarla en grande en el habitáculo de un animal, pero había perdido el papel, así que improvisó: dibujó las rayas que de cinco en cinco servían a los encarcelados para llevar la cuenta de su condena; al día siguiente se acercó para fotografiarlo pero los responsables del zoo lo habían cubierto con una lona y lo estaban borrando.
Los animales ocupan un lugar destacado en el arte de Banksy, especialmente las ratas y los simios, a los que retrata generalmente como un trampantojo del muro: por ejemplo, botando un balón allí donde un cartel advierta que está «prohibido jugar a la pelota». Esta doble subversión, la del emplazamiento elegido para su obra y la del significado de una figura convencional, impregna toda su obra. Una ventana por la que se descuelga un amante sorprendido in fraganti, el buzo que saca el tapón de un estanque, el beso de una pareja de policía de uniforme, la doncella de limpieza que esconde la suciedad detrás de la pared o la idílica escena playera que se abre en el hormigón palestino son ejemplos. Durante unos años Banksy llevó su sentido del humor más allá y colocó en reputados museos sus obras: un paisaje clásico precintado por la policía en la Tate Gallery (duró dos horas y media), su versión de la lata de sopa de tomate warholiana en el MoMA neoyorquino (seis días) o una pintura rupestre con carrito de supermercado en el British Museum (ocho días; cuando la descubrió, el museo la incorporó a su colección permanente). Incluso la comunidad del grafiti ?en la que se ha ganado la animadversión de un número significativo, especialmente a raíz de su enfrentamiento con el pionero londinense Robbo? ha sido blanco de su humor: algún artista callejero picó y pintó en un muro que se anunciaba como legal para la práctica del grafiti; había sido Banksy, claro.
En los últimos años su arte se ha ampliado a las tres dimensiones, con intervenciones como colocar en una calle de Londres una escultura hecha con conos de tráfico, una icónica cabina roja de teléfono con un pico de obra clavado o esculturas de Ronald McDonald como las que itineró por Nueva York, a la vez que abría un puesto callejero atendido por un jubilado para vender obras suyas por tan solo 60 dólares. Dos de ellas se subastaron más tarde por más de 200.000 dólares. Además, Banksy también ha editado libros recopilatorios ?Wall and Piece, entre otros? y dirigido un documental, Exit through the Gift Shop, que se estrenó en el Festival de Sundance. Su subversión de un parque temático, Dismaland, fue uno de los hitos artísticos del verano pasado. Abierto durante varias semanas, a su cierre fue desmantelado y todo lo que pudiese tener utilidad se trasladó a los campos de refugiados en Calais, al otro lado del Canal de la Mancha, y donde Banksy estampó otro de sus estarcidos, llamado a convertirse en un icono: Steve Jobs, con uno de sus primeros ordenadores en la mano y un hatillo de vagabundo en la otra; su título, El hijo de un emigrante de Siria.
IDENTIDAD
Sorprendentemente, Banksy ha resistido la tentación de descubrirse y ha conseguido evitar todos los intentos por acercarse a su identidad, desde un documental de la HBO hasta los repetidos intentos de los tabloides británicos, que aseguran haberlo identificado como un chico de clase media de Bristol, Robin Gunningham. En el 2014 se difundió ampliamente la noticia de que lo habían arrestado y por fin se sabía quién era en realidad. Resultó ser falsa.
No es de extrañar, por tanto, que Banksy haya abordado la cuestión en su arte. A sus reivindicaciones antibelicistas, ecologistas y anarquistas, se añade ahora un interés especial por la vigilancia indiscriminada a la que los gobiernos someten a sus ciudadanos, como se ha sabido a partir de las revelaciones del exespía Edward Snowden. Banksy pintó a tres agentes vigilando una cabina de teléfono junto a las oficinales centrales de la inteligencia británica. Él no tiene ningún interés en que se le conozca y subvierte la frase de Warhol: «Tante gente será famosa que al final tendrán solo 15 minutos de anonimato».