Ante un espejo
Ferrol
15 Sep 2017. Actualizado a las 22:51 h.
Hace apenas unos segundos, ni un minuto habrá pasado siquiera, estaba hablando por teléfono con Ramón Pernas (yo desde aquí, frente a esta mesa de mármol blanco, tan ferrolana ella, desde la que les escribo a ustedes cada semana, y él al otro lado del mundo) sobre los acontecimientos que estos días están en la mente de todos, y con los que nada está más lejos de mi intención que cansarlos de nuevo. Y le escuché decir algo que me impresionó profundamente: «Frente a las persecuciones -afirma Pernas, el autor de novelas como El libro de Jonás-, un escritor no puede ponerse de perfil, tiene la obligación moral de alzar la voz siempre». Y así es. También yo lo pienso. Una cosa es que un creador, consciente de que su mayor patrimonio es la libertad, quiera mantenerse a cierta distancia de la creciente politización de la vida pública -politización en el sentido más partidista del término-, y otra muy distinta que no tome postura cuando se pone en peligro el bien común o cuando se cuestionan los valores que sustentan una civilización entera. Por lo general, y en contra de lo que habitualmente se piensa, los rasgos de un escritor de ficción no suelen coincidir con los de un intelectual, sino con los de un artista. Quiere decirse, con esto, que como bien explicaba Carlos Casares -él mismo era un ejemplo-, su visión del mundo se expresa con mayor fluidez a través de relatos, contando historias, que mediante el análisis y la reflexión sobre lo que lo envuelve. Pero las historias, también las de ficción, son un poderoso espejo en el que la realidad, de una forma u otra, siempre se mira. Y las palabras, como la luz, son un milagro. Por eso importa tanto vivir con los ojos abiertos.