San Ramón, las campanas, un caballo rubio y tal vez un helado
Ferrol
29 Aug 2022. Actualizado a las 17:13 h.
Este miércoles, 31 de agosto, será el Día de San Ramón, O Meu Santiño, por quien yo siento, naturalmente, un especialísimo afecto. Ramón se llamaba, como ustedes bien saben, nada menos que Valle-Inclán, extraordinario escritor que fue marqués sin él saberlo. Para mi gusto particular, una de las más altas voces de la literatura europea. Y Ramón se llamaba, a su vez, Meu Padriño, mi abuelo materno, que había nacido, no muy lejos del río Belelle, en el lugar de O Couce, y que era panadero. Cuando yo era niño, Meu Padriño Ramón ya repartía el pan en coche, en un Land Rover muy bonito, de color verde y de color crema, que a mí me parecía el mejor de los vehículos del mundo, precisamente porque mi abuelo era quien lo iba conduciendo. Aunque, a pesar de ello, a él, al padre de mi madre, que también fue un padre para mí, lo recuerdo casi siempre como en las viejas fotografías. Es decir, con su carro y su caballo. Un precioso caballo rubio, con la cola y las crines muy bien peinadas (llega un momento en el que uno no solo recuerda las cosas que vivió, sino también las que sueña, que justamente por haber sido soñadas son igualmente verdad, aunque lo sean de otra manera). Ramón se llaman, además, entre otras personas a las que quiero mucho, Meu Tío Moncho (bueno, en realidad José Ramón, como yo y como el hermano de mi abuela Carmen); el arquitecto Ramón Irazu (el Hombre Irazu de mis libros, pariente, a su vez, del gran Bernardo Atxaga, autor de Obabakoak y Premio Nacional de las Letras españolas, formidable escritor por el que siento una gran admiración y cuyo auténtico nombre es Joseba Irazu Garmendia); el columnista y también gran escritor Ramón Pernas, autor de libros como Brumario, Del viento y la memoria y Hotel Paradiso; Ramón Antonio López Rodríguez, párroco de las cuatro parroquias de Neda —entre ellas Santa María, donde se venera al Cristo de la Cadena, y San Nicolás, donde se guarda la reliquia de Papá Noel y donde duerme el Caballero Esquío convertido en estatua de piedra—, y Ramón Rodríguez, que fue un excelente corredor de 800 y 1.500 metros. El Día de San Ramón, el miércoles, subiré caminando en romería, si Dios quiere, a través de la Tierra de Escandoi, hasta la iglesia de Sillobre, para llevarle al santo una vela y para recordar, allí, desde este lado del río, a todos cuantos están (o estáis) lejos. Junto a los árboles del atrio, que dan tan buena sombra y que han visto pasar la vida al mismo tiempo que yo, compraré rosquillas de dos colores, escucharé el repique de las campanas y beberé agua fresca de la fuente. Como en el maravilloso tiempo en el que desde lo alto de Escandoi veíamos, a lo lejos (aunque bastante más cerca que la Torre de Hércules), mientras la orquesta tocaba en Sillobre, los ferrolanos fuegos de San Ramón, que entonces se lanzaban desde la plaza de Amboage. Y a lo mejor hasta me compro un helado de chocolate, ya veremos.