«El Anllóns es una maravilla»
Firmas
José Luis Rabuñal descubrió a finales de los setenta que la Costa da Morte es el mejor lugar de la península ibérica para ver aves procedentes de Norteamérica
21 Mar 2013. Actualizado a las 07:00 h.
«Llegué al estuario do Anllóns por pura casualidad, pero fue una suerte», asegura el abogado coruñés José Luis Rabuñal Patiño, quien hace casi cuatro décadas descubrió en ese rincón de Bergantiños un auténtico paraíso ornitológico que desde entonces lucha por poner en valor. Todos los fines de semana, «de sol a sol cuando es posible», se acerca a la desembocadura del río bergantiñán o a la laguna de Traba (Laxe), donde ha hecho sus propios senderos, para disfrutar de la observación de aves y el avistamiento de especies únicas. Con alrededor de 4.000 visitas documentadas, a Rabuñal no le cabe duda alguna de que el estuario do Anllóns «es una maravilla desde el punto de vista estético y paisajístico», pero también natural y, sobre todo, ornitológico. No en vano, el letrado, que con modestia se califica de «observador aficionado», demostró a finales de los setenta que «el estuario do Anllóns es el mejor lugar de toda la península ibérica para ver aves de procedencia norteamericana». Individuos, cuenta, que cruzan el Atlántico en otoño y que, debido a los vientos u otras causas, se pierden y acaban buscando refugio en Bergantiños.
Eso fue lo que le ocurrió, el 8 de septiembre de 1979, al pequeño correlimos de Alaska (Calidris mauri) que José Luis Rabuñal observó por primera vez en su particular paraíso del Anllóns. «Con él comencé a confirmar mi hipótesis de que la Costa da Morte era la puerta de entrada en la Península de ese tipo de aves americanas. Fue muy emocionante, solo se habían realizado seis o siete observaciones de ese tipo de pájaros en toda Europa», cuenta contagiando el mismo entusiasmo que, asegura, él sintió aquel día de hace más de 30 años y que todavía no ha olvidado.
Una época en la que, recuerda con humor, los vecinos del Anllóns no solo pensaban que estaba loco, sino que incluso se lo decían. «En aquellos tiempos era algo rarísimo ver a un tipo todo el día pegado a unos prismáticos, así que los vecinos, cuando cogieron confianza, no dudaron en decirme que pensaban que estaba chalado. Ahora ya no llama la atención, porque hoy hay muchos aficionados», explica Rabuñal, quien en la actualidad ha unido a su equipo un moderno telescopio. El que utiliza en ocasiones en el observatorio de aves del paseo marítimo de Cabana que el Concello ha bautizado con el nombre del veterano ornitólogo.
Un lugar privilegiado en el que, con paciencia -«siempre me pregunto por qué no se me ha dado por la botánica, porque las plantas no se escapan», dice con humor-, se pueden llegar a ver más de 300 especies de aves diferentes. Pajarillos que a Rabuñal no dejan de sorprenderle. «Es tremendo lo que son capaces de hacer, auténticas proezas de ciencia ficción, pequeños animales de 20 gramos de peso que atraviesan el Atlántico norte, 5.000 kilómetros, sin posarse a descansar. Es emocionante», señala. «La contemplación de la grandiosidad de la naturaleza es algo que te enseña a ser humilde», confiesa antes de volver a coger los prismáticos con la esperanza, por ejemplo, de disfrutar de otro correlimos de Alaska.