La Voz de Galicia

Ciudadano Welles

Fugas

Luís Pousa

19 Nov 2015. Actualizado a las 14:40 h.

La historia de Ciudadano Welles podría ser la de una de una de sus películas. Porque el libro de conversaciones entre el director de Sed de mal y Peter Bogdanovich, que edita en castellano Capitán Swing, sufrió los habituales aplazamientos, interrupciones, interferencias y problemas de financiación que dinamitaron algunos de sus mejores filmes. Welles y Bogdanovich hablan mucho -demasiado para el gusto del gran Orson- sobre Ciudadano Kane, la única película sobre la que tuvo el control antes de que los productores se dedicasen a destruir su cine en la sala de montaje, y cuya sombra le persiguió hasta la muerte. Así recuerda su encuentro con William Randolph Hearst: «Me encontré a solas con él en un ascensor en el hotel Fairmont la noche del estreno de Ciudadano Kane en San Francisco. Él y mi padre fueron buenos amigos, así que me presenté a mí mismo y le pregunté si le gustaría asistir al estreno de la película. No me respondió y estaba a punto de bajarse en su piso. Insistí:

-Charles Foster Kane hubiera aceptado».

De esa pasta estaba hecho Orson Welles. Y Hearst y la industria pronto le pasaron factura.

Así descubrimos entre bastidores que cuando trabajaba en la versión teatral de La vuelta al mundo en ochenta días, necesitaba 50.000 dólares para retirar el vestuario de la estación de Boston. Llamó a Harry Cohn a Hollywood y le pidió el dinero a cambio de un argumento para una película. «¿Qué argumento?», preguntó Cohn. Welles miró hacia el quiosco que había junto a la cabina de teléfonos y vio un libro titulado La dama de Shanghái. Le pidió a Cohn que comprase los derechos de la novela y en una hora tenía el giro de 50.000 dólares.

Welles habla aquí de la radio, de la magia, del teatro, de Shakespeare, de Dietricht, de Cotten, y de su devoción por John Ford, aunque advierte del riesgo de caer en el onanismo de la cita perpetua:

-Cuanto mayores y más numerosos sean los homenajes que la gente de cine se rinda entre sí y sus películas, más se parecerá la vida a la última escena de La dama de Shanghái: a una serie de espejos que se reflejan unos a otros.


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