La Voz de Galicia

¿Quién quiere un Goncourt vendiendo millones de libros?

Fugas

JORGE CASANOVA NOVELISTA

Era (él dice que áun lo es) una de las promesas de las letras francesas, aunque el éxito parece haberlo metido en el agradable bucle que supone repetir la fórmula del éxito. Vuelve Joël Dicker: «Mi carrera va por delante de mi»

19 Aug 2018. Actualizado a las 14:32 h.

Cuando Joël Dicker (Ginebra, 1985) tenía 19 años escribió un cuento que tituló El Tigre. Poco después decidió presentarlo a un concurso de relatos. No obtuvo el primer premio pero los organizadores le llamaron para ofrecerle uno de consolación y así poder publicarlo. La razón que le dieron fue que el jurado sospechaba que podía ser un plagio. Algún tiempo después Dicker acudió a la ceremonia de entrega de premios, en Bruselas, y le preguntó al jurado qué pruebas tenía del presunto plagio: «Ninguna -le contestaron-, pero es muy extraño que alguien con menos de 20 años haya escrito este cuento». Antes de que el joven autor montara en cólera, el miembro del jurado con el que estaba hablando le espetó: «No te preocupes, porque si realmente lo has escrito tú, ganarás el premio Goncourt antes de cumplir los 30 años». El pronóstico se cumplió solo a medias. Joël Dicker ganó en 2012 el Goncourt des Lycéens, que es la versión juvenil del premio más prestigioso de las letras francesas. Pero aún se le resiste el gran galardón, que ya no ganará con menos de 30. Tal vez ya no le importe tanto, después de vender millones de ejemplares, sobre todo de su primer gran éxito, La verdad sobre el caso Harry Quebert.

Si ha llegado hasta aquí, es más que probable que sepa quién es Marcus Goldman, el protagonista de La verdad... y de El libro de los Baltimore, el segundo pelotazo editorial del escritor ginebrino, aunque a gran distancia del primero. Goldman es Dicker, aunque el segundo diga que no. No al menos a tiempo completo. El escritor joven, talentoso, abrumado por el éxito y por mantenerlo, catapultado por la industria editorial con gran aparato de márketing es el perfil que comparten. Su promoción va de los autobuses urbanos de A Coruña a cualquier telediario: impacto global. Joël es un vendedor.

Joël Dicker nació en un seno cultivado. Su madre es bibliotecaria y su padre profesor y escritor. Así que las letras siempre estuvieron cerca. A los diez años había creado una revista infantil de naturaleza y a los 18 ya tenía el cajón lleno de manuscritos pequeños y grandes. Su primera novela, Los últimos días de nuestros padres, recibió el premio de los escritores ginebrinos en 2010, pero no llegó a ser editada entonces en España. Lo hizo dos años más tarde después del estruendoso triunfo editorial de la historia de Marcus Goldman y Harry Quebert que conquistó a millones de lectores y que ha sido editada en más de treinta lenguas.

El oficio

La aparición ante el gran público de un escritor joven, talentoso y asequible generó enormes expectativas que Dicker devolvió con El libro de los Baltimore, donde recuperaba a su protagonista para contar una historia familiar con una fórmula no tan diferente a su éxito anterior. La desaparición de Stèphanie Mailer, es una entrega más. «No todo lo que tiene éxito forzosamente es malo», decía el autor hace dos años. Con frecuencia deja también señales de que sigue con los pies en el suelo: «Aunque se ve la faceta de autor que ha vendido muchos libros, todavía me siento como un joven autor al que los editores le han rechazado más libros de los que le han publicado, un joven autor que está aprendiendo el oficio y todavía tiene que aprender mucho y hacer más de lo que ha hecho: Aunque afortunadamente, mi carrera va por delante de mí», explicaba en la presentación de su último libro. Dice que sus influencias van de Philip Roth a Roman Gary, pasando por García Márquez o Paul Auster. En cualquier caso, Dicker ha conseguido colocar sus historias en un entorno intergeracional, poner libros en manos en las que suele haber pantallas. Lo sabe y presume de ello en las entrevistas más que de la abultada cuenta de resultados que generan sus libros. Al fin y al cabo, el Goncourt puede esperar.


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