Robert de Niro cumple 75 años como uno de 30
Fugas
Una técnica de maquillaje digital ha permitido que el actor vuelva a tener el aspecto que lucía cuando dio vida a Vito Corleone en «El Padrino II». Lo podremos ver en «The Irishman», la última película de Scorsese, en la que interpreta al mafioso Frank Sheeran en varias etapas de su vida
14 Sep 2018. Actualizado a las 08:37 h.
Imaginen por un momento que Francis Ford Coppola hubiera tenido a su alcance el face lift digital, la tecnología que permite rejuvenecer a los veteranos de la pantalla, como ya se ha podido comprobar en algunas de las últimas películas de Brad Pitt, Michael Douglas o Johnny Depp, y que incluso da vida a actores muertos (Carrie Fischer en Rogue One). Podría darse la paradoja de que Robert de Niro, que fue contratado para interpretar a Vito Corleone en El Padrino II, (1974) no hubiese participado finalmente en la película que lo catapultó al estrellato y le sirvió en bandeja su primer Oscar, puesto que Coppola quizás habría optado por hacerle la cirugía estética virtual a Marlon Brando para que se pasease por las calles del Little Italy de los primeros años del siglo XX en compañía del raterillo Clemenza.
Quizás de Niro tuviera entonces que conformarse con el papel de Paulie Gatto, al que también se había presentado en el cásting de El Padrino- y no estaríamos ahora hablando, cuando el actor neoyorquino de origen italo-irlandés cumple 75 años, de la espectacular carrera de un artista que es un icono del cine contemporáneo y que, según algunos analistas, revolucionó Hollywood en una época en la que la fábrica de sueños y su star-system habían entrado en punto muerto.
Porque solo dos años después de asesinar en pantalla a Don Fanucci, De Niro protagonizaba uno de los filmes-bandera de su trayectoria, Taxi Driver, de Martin Scorsese, al Travis Bickle que conducía su cab amarillo por las calles de Manhattan mientras su mente se volvía oscura. Y a partir de entonces, su biografía profesional sería una sucesión de títulos -El cazador, Toro Salvaje (por el que recibió su segundo Oscar) , El Cabo del Miedo, Érase una vez en América, Los intocables, Uno de los nuestros, Una historia del Bronx, La misión, Una terapia peligrosa...- que lo colocaron en el Olimpo del séptimo arte, incluso a pesar de sus concesiones al cine más comercial en filmes del estilo Plan en Las Vegas. Pero Robert de Niro pudo vivir el sueño americano, haciendo suya una de las primeras frases del guion de El Padrino, en la que Bonasera le dice a Brando/Corleone: «Creo en América, y América hizo mi fortuna». Esa América con la que el actor criado en Little Italy, y aprovechando su peso como influyente personaje público, se ha involucrado intensamente en los últimos años, tanto en causas sociales (el festival de cine de Tribeca para reactivar el sur de Manhattan es iniciativa suya) como en la recuperación del impacto anímico tras el 11-S hasta su apoyo a Hillary Clinton en la campaña del 2016 y su actual confrontación con Donald Trump: «Es un perro, un cerdo y una vergüenza para el país».
Pero el sueño americano hay que currárselo, no solo se trata de estar en el momento adecuado y en el sitio adecuado o de hacer «ofertas que no se puedan rechazar». Robert de Niro no es un tipo de «coeficiente intelectual muy bajo», como ha dicho de él un ofendido Donald Trump- sino un estudioso de sus papeles y un perfeccionista nato. Para su papel del joven Vito Corleone se empeñó en vivir una temporada en Sicilia con el fin de perfeccionar el acento de la comarca de la que procedía el mafioso. Eso le costó un disgusto a Coppola con unos productores bastante molestos con los sobrecostes de la película. Para interpretar a Jake La Motta en Toro Salvaje engordó 20 kilos, los tatuajes que lucía en El Cabo del Miedo («abogado, abogado, estás ahí, ratita, quiero verte la colita...») eran auténticos, y más tarde tuvo que someterse a un doloroso tratamiento de láser para borrarlos.
El camaleón
Además, siempre huyó de la etiqueta de actor de género, de modo que en su filmografía podemos encontrar, aparte de sus papeles de mafioso (si hay un rostro cinematográfico de Al Capone ese es el suyo), roles cómicos (El lado bueno de las cosas, por la que volvió a estar nominado al Oscar, Los padres de ella y sus secuelas, que aceptó por la necesidad de fondos económicos para poner en marcha su proyecto de Tribeca) y dramáticos (el paciente catatónico de Despertares), personajes violentos o atormentados (El cabo del Miedo), en los que exprimió al máximo su talento y que le valió el apodo de El camaleón. El actor fetiche de Martin Scorsese -han trabajado juntos en nueve ocasiones- sigue en plena forma, como demuestran las imágenes del rodaje de The Irishman, la última película en la que De Niro y el director vuelven a caminar por el mismo sendero. Una producción de 140 millones de dólares en la que Bob interpreta a Frank Sheeran, el mafioso que confesó estar detrás de la desaparición del sindicalista Jimmy Hoffa. «Hay tres maneras de hacer las cosas, la correcta, la incorrecta y la mía»: la frase de su Sam Ace Rothstein en Casino define la carrera sin meta a la vista de El camaleón.