La extrema y dura influencia de Robe
Fugas
Más allá del fervor del público, la cátedra de la banda originaria de Plasencia es un referente común para los artistas de los noventa que triunfaron en el nuevo siglo: Estopa, Melendi o Lichis, entre otros muchos
01 Jan 2020. Actualizado a las 19:58 h.
Cuando el 18 de julio se suban y bajen por última vez a un escenario, Extremoduro dejará tras de sí un legado que va mucho más allá de sus canciones, sus portadas y su biografía. Robe se erige como un referente cuasi divino para una generación de artistas que en los noventa flirteaban con la adolescencia, ojeando los estragos que la heroína había causado. Las zonas monumentales eran invadidas por unos supervivientes de los que hoy solo quedan unos pocos, pero que la chavalada miraba con extrañeza, asumiendo que no querían ser como ellos, al mismo tiempo que se preguntaba cómo serían en diez o veinte años.
El mismo Robe indicó en alguna entrevista que cuando se quiso tomar en serio al grupo ya no consumía el veneno que se había llevado a varios de sus amigos, pero sus marcas físicas podían antojarse evidentes. ¿Quién era el líder de ese grupo con aspecto de yonqui que lanzaba letras como flechas? ¿Por qué sonaba único? ¿Por qué no había nada parecido en otro lugar? ¿De dónde había salido?
Roberto Iniesta se elevó como ese artista misterioso, calculador y talentoso. Una especie de poeta que recitaba lírica, pero en un tono y un lenguaje que la adolescencia entendía. Carpe diem, sí; pero envuelto en un marco temático de drogas, amor y sexo. Una combinación ganadora que se entendía, que era practicable, incluso imitable; y que con la mejora del sonido y producción que introduce Iñaki Anton Uoho en Deltoya (1992) estalla también a nivel comercial, apostando por la profesionalidad y el oficio.
Nocturnidad y sexo
El sonido Extremoduro es un concepto en sí mismo. Es una definición que propia que atesora un significado cuando alguien quiere explicar cómo suena su banda, o qué hace. Quizás hoy no se lleve demasiado, pero a lo largo de no pocos años el rock en castellano fue absorbido por su influencia. Las letras pasaron a ser un amasijo de intentos de metáforas relacionadas con la nocturnidad, el sexo y otros asuntos.
Es posible que su formación autodidáctica ayudara al de Plasencia a encontrar un sonido distinto. Casi siempre en tonalidades menores (Jesucristo García, Necesito Droga y Amor, Pepe Botika, Sucede, Tu Corazón, A fuego, Puta…) y un concepto de los acordes que huye de las quintas tradicionales de la guitarra y apuesta por acordes en terceras. Suena técnico, pero basta decir que Extremoduro suena más melódico que otros grupos coetáneos por su propia manera de tocar, a la que luego Uoho añadió una de las mejores guitarras del rock patrio, cargándola de melodías dobladas y largas partes instrumentales. El concepto cuajó y la gente quiso imitarlo.
Cuando se habla de Extremoduro, los halagos soplan desde todos los rincones. Raro es el artista que haya practicado ese rock castellano de los noventa que no quiera tener la etiqueta de haber estado ahí, en su casa, con las cintas o los discos de la banda maldita sonando. Lo que es evidente es que sin ellos habría bandas que nunca hubieran existido. Es imposible hablar de Marea, Sínkope, Poncho K o Albertucho sin describirlos a través de lo realizado por la banda de Robe.
Las cotas de éxito alcanzadas por estos hijos del rock transgresivo son variadas, llegando a ser de enorme relevancia como la de Marea, que hoy vive como un grupo vivo y querido por el público, llenando pabellones y recintos, siguiendo la estela de ese rock poeta, casi lorquiano a ratos.
La cuestión no acaba ahí. Es fácil establecer paralelismos a grupos que quieren sonar similar en estilo, por eso quizás sorprenda de primeras escuchar a Lichis, de La Cabra Mecánica, comentar la deuda que la música nacional tendrá siempre con Robe. Los hermanos Muñoz, Estopa, han siempre recalcado la importancia de sus canciones a la hora de permitir imaginar sus propios temas, que también lograron sintetizar las vivencias de una nueva generación, si bien en otro registro. Melendi llegó a grabar la canción Arriba Extremoduro, incluida en su trabajo Mientras no cueste trabajo (2006), homenaje cantado donde muestra su pública admiración por el grupo.
Otros, como Pereza, acabaron durante un tiempo sus conciertos encomendándose a Robe y los suyos, cantando a modo de traca el legendario Ama, ama y ensancha el alma; uniéndolo a su ya fortísimo peche con Pienso en aquella tarde. El público estallaba de júbilo. Hace poco, por sacar otro ejemplo de la chistera, está el caso de Morgan, que se recreó con una elocuente versión de So Payaso en las sesiones de Movistar Plus.
Por otro lado, las colaboraciones de Robe no son muy numerosas, pero están ahí. Uoho combinó durante años su faceta como guitarrista en Platero y Tú y Extremoduro, por lo que la amistad con Fito Cabrales se materializó en diversas formas: directos, giras conjuntas, coros, solos de guitara… También Albert Pla ha gozado revisitando Pepe Botika en su Veintegenarios.
Y así la lista se aparece como interminable, casi. La banda maldita, la que hablaba con una crudeza y sensibilidad que abrió los ojos a una generación, cuelga las botas, los guantes y escupe en el cubo metálico. Ha soltado tantos golpes y tan certeros que su despedida sabe a gloria. Como todas aquellas que recuerdan lo bien que lo hemos pasado.