Peio H. Riaño, historiador del arte: «Cuando se retira un monumento se retira la mentira»
Fugas
El historiador y periodista publica «Decapitados» un ensayo sobre el papel de los símbolos en los espacios públicos de las ciudades
11 Oct 2021. Actualizado a las 22:23 h.
Con lo que el llama «noción de desilusión» debajo del brazo, Peio H. Riaño (Madrid, 1975) analiza en Decapitados la destrucción de monumentos que «representan valores como el machismo, el racismo o la exclusión» y las razones que han llevado a ciudadanos de todo el mundo a cortar las cabezas de esculturas de Colón o de esclavistas norteamericanos.
—¿Por qué escribir ahora sobre este tema?
—En este caso, entendí que la ciudadanía estaba pidiendo una limpieza de la mentira en las calles. Investigué durante año y medio sobre este proceso ciudadano y demócrata que ha persistido a lo largo de los siglos: A la creación de un monumento, la ciudadanía responde con su destrucción. A pesar de que se construyen con la intención de ser inmortales e inviolables, terminan convirtiéndose, con el paso de los años, en insoportables. Eso es lo que provoca la desobediencia ciudadana contra los símbolos heredados de generaciones cuyo pensamiento y cuyo planteamiento social y moral no tiene nada que ver con el del presente.
—¿Por qué se derriban ahora símbolos colonialistas y no se hizo antes?
—En España y en América, Colón como símbolo emerge a finales del siglo XIX, con la celebración del cuatro centenario, las primeras críticas ya aparecen ahí, desde el primer momento ya hay un malestar. España era un imperio que estaba desapareciendo y a menor poder, mayor propaganda. Desde el quinto centenario, en 1992, estos monumentos han sufrido el rechazo de la población, sobre todo en América Latina. En Estados Unidos, desde la muerte de George Floyd, se ha acelerado el proceso porque vivimos en un momento en el que no es posible el homenaje a figuras que provocaron la invasión, colonización, esclavitud, apropiación de territorios… Es un momento de desobediencia muy alto porque hubo muchos años de silencio. En España no queremos asumir todavía ese debate.
—¿Cuando retiramos un monumento, retiramos historia o propaganda?
—Lo que se retira es la mentira. Un monumento es una construcción propagandística que surge para reforzar unos intereses políticos concretos y partidistas, un monumento político es una reivindicación condenada a la extinción. Esto ya lo decretaron los romanos, había una figura que les permitía revisar sus propios símbolos sagrados en cuanto estos dejaran de ser apropiados para la sociedad y la misma sociedad que aplaudió y llenó sus plazas de esculturas reivindicando figuras políticas, fue la que entendió que en cualquier momento podía destruir esos símbolos para remplazarlos por otros.
—Hay personas que defienden su vigencia, ¿qué criterio aplicamos ante posturas que se enfrentan?
—Lo primero es que la víctima siempre tiene la razón y hay que respetarla. Si hay una parte de la sociedad que es excluida y maltratada con la presencia de esos monumentos, hay que atender a sus peticiones. Cuando los misak, en Colombia, destruyen esculturas de Sebastián de Belalcázar, lo hacen porque son, como ellos dicen, los supervivientes de los indígenas que Sebastián de Belalcázar no pudo matar. Si durante este tiempo ellos se han sentido ofendidos con esa escultura, debe desaparecer, o al menos deben ser escuchados por las autoridades. Una vez pasado el tiempo, si las autoridades han ignorado a las víctimas, es lógico que las víctimas desobedezcan.