La Voz de Galicia

Rafael Tarradas Bultó: «Cuba ya no es una joya, tiene un sistema que es un desastre absoluto»

Fugas

ANA ABELENDA
Rafa Tarradas publica «El valle de los Arcángeles» tras triunfar con «El heredero».

A los 42, llegó y vendió 20.000 ejemplares de su ópera prima, que tejió en parte con los recuerdos de sus abuelos. El nieto de Paco Bultó vuelve al escaparate, esta vez para llevarnos a la Cuba del esplendor azucarero

23 Aug 2023. Actualizado a las 17:30 h.

 A las últimas colonias de un menguante imperio español, a una Cuba esclavista donde la vida baila agarrada con la muerte y no se sabe si las brasas son las del esplendor o del infierno, nos invita a viajar Rafael Tarradas Bultó (Barcelona, 1977) tras el éxito que descorchó con El heredero. El nieto del legendario empresario Paco Bultó vuelve con El valle de los Arcángeles. Justo antes de la pandemia, nos descongeló con su ópera prima, una novela tejida con recuerdos familiares de la Guerra Civil que iba a quedarse en un regalo navideño para los suyos y llegó a superventas. En una semana, Tarradas vendió en Amazon 500 ejemplares de El heredero. Espasa llamó a su puerta y multiplicó las cifras. Mientras, él iba escribiendo ya El valle de los Arcángeles en su preciosa cabaña en la sierra de Gredos. «Busqué por Google Earth dónde había verde, encontré un terrenito y me hice una cabaña de 40 metros cuadrados. Es el sitio perfecto para escribir. No tiene tele y al principio no tenía ni agua ni luz». A la luz de las velas, cual escritor del XIX, lo pilló el confinamiento del 2020. «Y me quedé. Mis amigos dicen que soy un ermitaño. Soy muy independiente. Me gusta estar en casa, leer, escribir», cuenta Rafa, que tuvo una antepasada cubana, la «abuela Rosario», dueña de una plantación, que recuerda, según el escritor, a la Lucía Gorchs de El valle de los Arcángeles. 

 

 

¿Dónde está este valle de novela?

 

—Entre La Habana, Matanzas y Colón. Era lo que llamaban el Triángulo de Oro del Azúcar, donde estaban las mejores plantaciones de azúcar del XIX. Yo planteo ese lugar como el paraíso, pero es un paraíso esconde problemas. El fundamental es que las plantaciones azucareras de la época se sostenían con el trabajo esclavo.

­—Entro en tu novela bailando sobre las puntas de los pies, elevándome, pero empiezo a caer estrepitosamente...

—Quizá uno se espera algo más ligero al entrar. Pero hay épocas y situaciones en las que no puedes obviar los problemas. En 1820 se prohíbe el tráfico de esclavos y esto provoca un cambio de mentalidad. La Cuba de la novela es una gran oportunidad para los protagonistas, que están en Barcelona y ven la isla como una esperanza de progreso. De hecho, en aquella época mucha gente volvió rica de Cuba. Otra no.

­—Cuba ya no es esa «resplandeciente joya del imperio español».

—Cuba ya no es una joya. Hay una joya de base, pero tiene un sistema que es un desastre absoluto.

­—¿Es Cuba un paisaje familiar para ti?

—Sí. He ido mucho a Cuba. Me encanta la isla y me apena su decadencia. Los ingenios azucareros funcionaron hasta que entró Fidel. Hoy, Cuba importa azúcar.

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­—La novela nos lleva a la misma época que «Azucre», de Bibiana Candiá, sobre los gallegos que acabaron de esclavos allá.

—Hay otro libro de una gallega, Elisa Vázquez de Gey, Una casa en amargura, que habla de eso. No se puede blanquear ni un poco la esclavitud. El que no era esclavo era tratado como un esclavo también. Al gallego que llegaba se le cuidaba menos que al esclavo, para el que no tenían recambio. El esclavo era un coche en propiedad; el gallego, un coche de alquiler. Así era entonces.

­—¿Fue duro el trabajo de documentación para crear esta ficción?

—Me documenté mucho y conté con dos historiadores. Les preguntaba muchas cosas que desconocía de la época, como: «Esta chica es de clase alta y tiene que comprarse un traje. ¿Dónde va, cuál era la tienda de moda en La Habana entonces?».

—Leer la novela es ver la película. Es visual, sensual, ágil pero frondosa en detalles.

—Tengo mucha memoria fotográfica. Soy malo para los números, no me sé ni la tabla de multiplicar..., pero no olvido la esquina de una calle ni una pared desconchada. Es excesivo, me corto, digo: «Hablar tanto de la textura de un sofá es demasiado». Pero a veces hay tanta acción que va bien detenerse a explicar cómo era el jardín, porque dentro de cinco minutos voy a «asesinar» a alguien.

—Hasta el 2020 no supimos que eras escritor. La historia se escribe pasados los 40...

—Yo tampoco lo sabía. Con El heredero me lie a escribir cuatro anécdotas de mi familia y todo se disparó. Imprimí diez libros como regalo de Navidad, pero mi familia es muy grande, y me lo empezaron a pedir mis tíos, mis primos... Entonces, lo colgué en una plataforma para que mi familia se lo bajara, ¡pero al final se lo bajó mucha más gente! Tampoco yo sabía que era escritor.

—Perdona el tópico: ¿escribes para mujeres?

—Mi novela tiene historia, amor, pasión, thriller; creo que es para hombres y para mujeres, para todo el mundo. Diría que esta es una novela más masculina, por ejemplo, que Lo que el viento se llevó, que tengo aquí delante y me encanta.

—Entretejes la historia y la ficción al estilo de María Dueñas. 

—Me honra. Me lo tomo como un cumplido.

—Entrar en tu Instagram es también como viajar a otro mundo, embarcarse rumbo a otra manera de ver y disfrutar la vida. Qué bonito todo, qué gente más guapa, qué paisajes, qué casas. ¿Es todo verdad?

—Hay parte fea también. Instagram es el marquito que le pones a la foto en casa.


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