Víctor del Árbol en Galicia: «El poder es infantil, es una fantasía perversa»
Fugas
«Como policía creía en lo que hacía y cuando dejé de creer me marché», revela el novelista que fue mosso d'Esquadra antes de convertirse en premio Nadal y en el autor que toca el cielo en Francia
02 Feb 2023. Actualizado a las 13:48 h.
Para que una novela negra salga al punto «tiene que haber un equilibrio entre intensidad y ritmo», desvela Víctor del Árbol (Barcelona, 1968), que ha visitado este miércoles A Coruña para presentar la novela Nadie en esta tierra (19.00 en la Fundación Luís Seoane). «Esta novela encierra porqués y los porqués son complejos. Mi empeño como escritor es meterte en el alma de cada personaje», comienza el escritor, premio Nadal y Grand Prix, caballero de las artes y las letras de Francia, que hace doce años dejó de ser mosso d'Esquadra para crecer como novelista. Hablamos en la cafetería del Hotel Plaza, de A Coruña, nueve horas antes de su encuentro con los lectores, de su novela, de la infancia, de la capacidad de elegir y redimirse, de ajustes de cuentas, del poder y del valor de cumplir, hasta el final, con un propósito en la vida.
—En la novela tocamos sombras y cicatrices. Los personajes son como ese remolino de vientos que sacude las Rías Altas de Galicia. «Nadie en esta tierra» nos enfrenta a varias tramas, a un enjambre de seres heridos.
—Creo que esta es la esencia de cualquier buena novela: ser un poco como un espejo donde el lector se pueda encontrar. Para esto los personajes tienen que ser contradictorios, tener contradicciones, porque todos las tenemos. Todos tenemos dudas, luces y sombras, todos tenemos miedos que no contamos y máscaras.
—El paisaje habla en «Nadie en esta tierra». Hay una retórica en ese paisaje.
—Una lírica. Me gustan las novelas de atmósfera, donde el paisaje no es solo un entorno, sino un estado de ánimo, del alma. No es lo mismo ambientar la novela en Ferrol, como ocurre en parte de esta, que en Málaga. El tema del paisaje como emoción me gusta. Hay un pintor, Nicolas de Staël, que decía que el paisaje no existe, que lo que existe es la mirada. Al final, tú ves lo que tienes dentro. En la novela hay dos Galicias, me parece a mí.
—La Galicia que retrata parece muy vivida. ¿Qué le vincula a esta tierra?
—¿Personalmente? Estuve 15 años casado con una gallega.
—Se ve bien que el que escribe no viene a hacer turismo en la novela.
—No me gusta hacer turismo (como dices) en las novelas. Incluso esas pequeñas partes que hay aquí de México D.F. es porque yo he estado allí. A mí me gusta estar en los sitios y luego los sitios se me meten a mí dentro. No me vale con hacer cuatro fotos y con mirar en Google Maps. Elijo los espacios con cuidado, como las referencias literarias que aparecen. No elijo un cruceiro solo porque sea un elemento característico del paisaje gallego, tiene que simbolizar algo más, o esa imagen de Julián Leal al borde del acantilado, dice: «Es que sería tan fácil volar».
—El abismo está muy presente en la geografía y en el mapa vital de los personajes de su novela.
—Yo he pasado horas sentado mirando abajo, desde al acantilado, dejando que te venga todo, viendo cómo las gaviotas se van y vienen, mirando los pesqueros... Galicia para mí forma parte, con Extremadura y con Barcelona, de esas geografías emocionales que uno elige. En Galicia me reconozco, es uno de los lugares donde yo me siento seguro. Y hay otra Galicia que también me interesaba, que es la Galicia de finales del franquismo, la de los años oscuros.
—Es un ejercicio valiente meterse ahí.
—Bueno... No sé si para escribir novelas hay que tener valor. Como diría Denzel Washington, que me gusta mucho, «solo somos actores, no es para tanto»...
—¿No es un escritor comprometido?
—Sí, claro. Si vas a contar una historia, es porque te importa. ¿Si no para qué vas a perder tres años de tu vida escribiendo una novela?
—Podríamos hablar de qué significa el éxito, ¿que compren su novela?
—Conozco a muchos escritores superventas que me preguntan: «¿Víctor, qué piensas de esta novela?». El dinero ya lo tienen, el éxito lo tienen, pero quieren ser escritores, quieren otro tipo de éxito. Una de las claves para ser escritor es que te importe lo que cuentas. A mí me importa lo que cuento. No he elegido Galicia y el período de los 70 a los 80 al azar. Me interesaba mucho esa mirada del hombre que vuelve al pasado. Hay dos Galicias: la real, la que existió, y la que Julián Leal tiene en su cabeza, en su memoria.
—¿Hasta qué punto la herencia familiar nos determina, hasta qué punto soy libre de elegir mi camino? En eso hace pensar esta novela.
—Eso es fantástico. Siendo mi novela más negra, esta novela es la que tiene más esperanza. El pasado, efectivamente, nos construye, pero no decide por nosotros. La infancia es un territorio fundacional de lo que somos. Es un lugar oscuro, pero a la vez es también un espacio de libertad. A esa pandilla de niños las leyes de los adultos no les tocan, pero 30 años después se han convertido en adultos.
—Es difícil ser fiel al niño que uno fue...
—Esa es la clave. El pasado nos condiciona, pero nosotros no somos nuestro pasado. Si eres capaz de hallar en tu vida un propósito, uno auténtico, eso te va a decir quién eres, el propósito, no tu origen. Julián Leal es un tipo que ha sido toda su vida un policía ejemplar, que se hace policía para ajustar cuentas con su pasado. Un tipo que cuando llega a la aldea lo que los demás ven en él es a un triunfador. Pero ¿qué le dice a Susana, su antigua novia, cuando está desnudo con ella en la intimidad? Dice: «Tengo miedo. No me quiero morir». A él el pasado le persigue, pero no le alcanza. A veces hay que tocar el fondo del abismo. Cuando uno encuentra su propósito, es cuando el pasado cobra sentido. A veces hay que morir, morir metafóricamente, dejar morir las justificaciones.
—La familia puede marcar mucho. ¿Hay deudas que debemos asumir para ser leales a los nuestros?
—Tenemos una herencia con la familia, pero muchas veces mitificamos ese pasado, lo convertimos en una felicidad que nunca ha sido así, o lo demonizamos. Cuando encuentras tu propósito, te liberas y te conviertes en lo que puedes llegar a ser. Siempre va a aparecer alguien que te va a tender una mano para sacarte, pero también habrá gente que va a tirar hacia abajo, y esto puede provocarte una ruptura que será una cicatriz toda tu vida.
—Refleja un gran infantilismo en torno al manejo del poder y sus modos de funcionar.
—El poder es infantil. Al hablar de poder, no hablo de un poder político, concreto, hablo de toda una red que está por encima del bien y del mal. Nadie puede controlar el poder, el poder es una idea que las personas hacen concreto. El poder utiliza a los débiles, es una fantasía perversa. Pero nada puede hacer el poder contra Julián Leal. Lo que he querido mostrar en esta novela es que ese refrán de que todo el mundo tiene un precio es mentira. No, no todo el mundo tiene un precio. Ahora bien, el poder puede destruirte, puede arruinar tu reputación, aniquilarte por dentro.
—¿La libertad es sobre todo responsabilidad?
—La libertad tiene mucho de ética, tiene que ver con el sentido de hacer lo correcto, no con el relativismo moral que se lleva hoy. Lo correcto no es algo relativo. Todos tenemos un sentimiento innato de justicia, todos sabemos en nuestro fuero interno lo que está bien y lo que está mal. Y todos sabemos cuándo miramos para otro lado. Cuando estás solo delante de un espejo, sabes si estás haciendo lo correcto o no. La serie Narcos, por ejemplo, convierte a un asesino en un triunfador que alguna gente lleva en la camiseta. ¿Dónde está escrito que el héroe tenga que ser un ganador? De hecho, el héroe muchas veces tiene que perder. ¿Quién tiene hoy en día el coraje de ser un héroe? Gente que no está nunca en el foco. La bondad suele ser discreta.
—¿La novela negra puede ser alta literatura?
—Esa idea de que lo popular no puede ser alta literatura es mentira, es un cliché. Yo tengo muy claro lo que quiero como escritor. La novela negra, si tienes ambición literaria, es un vehículo maravilloso, porque te permite conjugar estas dos cosas: el ritmo y la intensidad. Quiero creer que Nadie en esta tierra le gustará a los lectores de Carver y de Ellroy, pero también a los de El príncipe, de Maquiavelo. La vocación de acercar lo literario a lo popular, a la gente, al lector medio, es una cosa que me ha movido desde siempre. Pero sin renunciar a lo que eres, a ese proyecto que uno necesita en la vida también como escritor, porque si no vas como una veleta, al aire de los tiempos y las modas. Yo tengo mi camino, sé lo que quiero escribir. ¿Por qué he tardado tantos años, 12 años, en decir 'esta es una novela negra'? Esta novela está habitada además por policías, habla de cómo es una comisaría por dentro... ¿Por qué ahora? Porque han pasado doce años desde que me fui de la policía.
—¿Por qué se hizo mosso d'Esquadra?
—Porque soy un poco como Julián Leal. Yo quería hacer las paces con mi pasado. Me falta el valor de Julián, pero yo como policía creía de verdad en lo que hacía y cuando dejé de creer me marché. Fue así de fácil y así de difícil. Pensé: «Haz lo quieres hacer, cuenta lo que quieres contar». Por eso escribo. No ensayo, sino ficción, que te da la opción de ir más allá de la realidad y darle la dimensión completa. Como novelista, puedes abarcar todos los ángulos de la realidad y además de manera subjetiva, desde tu punto de vista. Un escritor donde tiene que hablar es en su literatura, todo lo que venga después es parafernalia.