La Voz de Galicia

Jesús Carrasco en Galicia: «Las cosas duran lo que duran, hay que dejarlas marchar»

Fugas

mila méndez
El escritor Jesús Carrasco.

Una casa en ruinas con fecha de derribo que rescatar se convierte en una metáfora de la vida que se escapa en esta novela sobre un caso real

31 May 2024. Actualizado a las 07:12 h.

Somos constantemente demandados para ser eficientes, para rentabilizar el tiempo. Por eso, no es casualidad que los talleres que proponen actividades manuales como la alfarería broten en nuestras calles. Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) construye una oda a lo provisional y a la pausa en Elogio de las manos (Seix Barral). El autor que alcanzó repercusión internacional con Intemperie vuelve a diseccionar una experiencia personal como hizo en su anterior título, Llévame a casa.

 

Estamos en Sevilla, en los años posteriores al estallido de la burbuja del ladrillo del 2008. A las afueras, en el campo, hay una casa abandonada cuyo dueño, un conocido, le cede a su familia mientras busca cómo levantar ahí un complejo turístico. Nuestros protagonistas sabían que era algo temporal, pero reparan la vivienda. Una locura, pensarán. No para ellos.

«El trabajo manual tiene algo que puentea el cerebro. Las manos son capaces de involucrar al ser entero sin que medie la mente discursiva, esta máquina de pensar que a veces no va a ninguna parte», dice. Hacer algo por el simple placer de hacerlo. ¿Qué mayor desafío que ese para la rueda que nos engulle del capitalismo?

—Tener una casa que reformar puede ser una pesadilla, como aquella película de Tom Hanks, o un lujo, si se mira bien.

—Apropiarnos del espacio está al alcance de cualquiera. Basta con pintar o repintar una pared, reparar una pequeña avería, poner plantas bonitas y cuidarlas. Se establece un vínculo especial con la realidad cuando tú intervienes en ella. Pero hay que estar en el proceso. Hay que pintar, no basta con llamar al pintor.

­—¿Se siente cómodo en la autoficción?

—Me he dado cuenta de que en el espacio próximo hay un territorio muy fértil para la narración. A fin de cuentas, todos tenemos una relación con nosotros mismos y el espacio. Si sabemos mirar, hay una cantidad impresionante de historias y, sobre todo, una intensidad enorme en esas historias. En el jardín de las emociones que cada uno tenemos, voy descubriendo cada vez más riqueza literaria.

­—En este libro habla sobre la memoria. ¿Son fiables nuestros recuerdos?

—La memoria no es un disco duro que registre unos y ceros, la realidad tal y como sucedió. La teñimos de las emociones. Dirigimos la memoria de una forma narrativa para conseguir un objetivo: seducir, consolarnos, explicarnos algo. Para lo que la necesitamos, sobre todo en el plano emocional, es innecesario que sea fidedigna. Es una recreación y está bien que sea así.

ANGEL MANSO

—Pasó de sufrir el bum del ladrillo a los pisos turísticos.

—En Sevilla, cuando llegué hace 20 años, abundaban los edificios en ruinas, vacíos, decrépitos. Con esta llegada del turismo se ha producido una rehabilitación del tejido urbano enorme. No estoy en contra, para mí el problema no es el turismo, es una cuestión de equilibrio, de medida. Y, si dejamos que únicamente el capitalismo establezca la medida, ya sabemos cuál va a ser, todo lo que no sea negocio sobra.

­—Mientras, el campo afronta sus propios problemas, y no parecen más sencillos.

—Creo que el problema del medio rural español es que tiene un voto demasiado disperso y, entre Galicia, Castilla o Andalucía las diferencias son casi continentales en el modo en el que se habita. Cualquier partido tiene que tener en cuenta ese territorio. ¿Cuál va a ser el camino? ¿Vaciarlo? Somos un país rico que tiene que ser capaz de repartir esa riqueza.

­—¿Valió la pena esforzarse en una casa que, en un momento u otro, se iba a derruir?

—Sí, porque la alternativa era muy mala, era no vivir. No vivir esa experiencia con entereza, con riqueza. Si pensamos que todo lo que hacemos tiene que ser productivo, dejar un rédito, nos vamos a perder la mayor parte de las cosas importantes de la vida. Lo hicimos porque así queríamos vivir. No sé si es una forma inteligente, pero sí necesaria de existir para mí.

­—Esa casa se iba a acabar, pero también la vida, y nos entregamos a ella...

—Pensando que vamos a vivir para siempre se nos van la mayor parte de las cosas importantes de la vida. El tiempo es cortísimo. Me he dado cuenta cuando he tenido hijas. Ves cómo pasas de cambiar pañales a, prácticamente, despedirlas para que se vayan a la universidad. Creo que hemos venido aquí para algo más que ser productivos. Hay un elogio a eso que es provisional, como las flores en el campo en primavera o ese rato a solas con tu pareja, tomándote un vino en un atardecer. Las cosas duran lo que duran, también hay que dejarlas marchar... y trabajar para que se repita ese vino. 


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