La Voz de Galicia

Adriana Ozores, la matriarca invencible del cine español: «He tenido que pelear mucho con algún director, hasta el punto de no poder volver a trabajar con él»

Fugas

ana abelenda
Adriana Ozores.

La sólida actriz de 65 años defiende en «Galgos» su estirpe de seis generaciones de actores e invita a fluir en Norberta, pura «dramedia». «El cine ha cambiado. Las series son hoy impecables en cuanto a factura, pero esta esa esclavitud de cuánta gente nos verá. Antes, estaban los artesanos que hacían cine para crear industria y estaban los grandes artistas. Mi tío Mariano haciendo Los bingueros y Carlos Saura La caza. Hoy no está definido, nos están dando gato por liebre», piensa

18 Aug 2024. Actualizado a las 17:38 h.

Su voz impone menos que su presencia, porque no es una voz muy alta y tiene cierta suavidad en la rebeldía. Un estilo de papel, un pulso sostenido durante cuatro décadas, le han dado cancha a su fuerza y su autoridad en pantalla. Hace nada la hemos visto en su cuenta de Instagram en compañía de Titán, su compañero perruno de película en Los pequeños amores, esa sutil melodía de Celia Rico Clavellino sobre la relación entre una madre y una hija que se quieren al viejo estilo, como pueden, con tecnología doméstica de la discordia, sin llegarse a entender del todo.

A Los pequenos amores la solidez y el arraigo se los da Adriana Ozores, que es la matriarca Carmina Somarriba en Galgos, la compleja Mercedes de Alba, la entrañable madre de Manolito Gafotas o la perversa doña Teresa de Gran Hotel. La complejidad es el fuerte de Adriana. 

Este verano, la actriz que viene de una estirpe de seis generaciones de artistas nos conmueve en Norberta, en la que el esposo, padre, abuelo y atracador (de medio pelo) que borda Luis Bermejo se convierte en Norberta, la señora que siempre soñó ser. Lo Ozores no quita lo Bermejo. Pareja de ases.

­—Una mujer sólida, fría, poderosa, un golpe al patriarcado en todas sus interpretaciones. Una de mis compañeras dice: «Siempre interpreta a una mujer para la que el fin justifica los medios, que desmonta un sistema». ¿Así son las vidas de Adriana en pantalla?

—Es cierto. Por algún motivo, especialmente directoras, me escogen para ese tipo de papeles. Algo debo de aportar yo... Y con algún director me he tenido que pelear mucho ese lado, hasta el punto de no poder volver a trabajar con él.

­—¿Ese ha sido el precio de pelearlo?

—Sí. Y con una tranquilidad que no sé de dónde me viene. Igual la sororidad está por encima de mí, de mi trabajo.

­—Entonces, esa beligerancia que vemos en pantalla en muchos de tus personajes es también la tuya, una actitud personal...

—Exacto. Hay algo que las directoras ven en esta actriz, que tiene alma de eso.

­—En «Los pequeños amores», haces una madre que empieza siendo odiosa. ¿Cómo consigues bordar a esa madre convencional que nos pesa en el minuto 1?

—Yo creo que en el actor hay mucho de autotrabajo. Más allá de toda la intuición que puedas tener, y del talento, es sobre todo necesario un trabajo personal de toda la vida. Si el encuentro con las capas de una identidad no te asusta demasiado, sino que lo entiendes como un aporte, eso se traduce en el trabajo. Para mí, es respeto, es un respeto a la condición humana. Somos de muchas maneras, tenemos muchas capas, hay trasfondo detrás de cada una de nuestras miradas.

­—Para algunos, siempre serás la madre de Manolito Gafotas.

—¡Ay, esas collejas bien dadas! Hombre, ahí está un guion espléndido de Elvira Lindo y una dirección de Albadalejo que es una joya. Para mí es tocar toda la tradición de este país, a través del humor contar lo más grande.

 

«Tú te puedes enamorar a primera vista o poco a poco, en el cine y en la vida. El amor a primera vista existe y otros amores que son más de paso lento, pero llegan, llegan...»

 

­—¿Debes creer en el papel y el personaje para decir que sí?

—Los procesos son diferentes. Tú te puedes enamorar a primera vista o poco a poco en el cine como en la vida. El amor a primera vista existe y otros amores que son más de paso lento, pero llegan.

 

­—No olvido «La vida de nadie».

—Ahí tuve que pelear como chica, y lo dejamos ahí. Está basada en un hecho real más bestia de lo que se cuenta. Ese caso muestra la parte más sórdida del machismo, más dura para los hombres, el demostrar que tienes que estar en un lugar, que no existe la vulnerabilidad, que no puedes fallar.

­—«Norberta» nos divierte y emociona. ¿Todo drama tiene su gracia?

—Yo creo que sí, y es una tabla de salvación. Fíjate cuántas veces en algún velatorio lo que más oyes son risas. Eso pasa...

«Es una pena considerar que una edad es una tragedia. En el XIX el tabú era el sexo, en este siglo es la muerte, hay que normalizarla»

­—Es una peli que saca temas actuales con una mirada distinta: las residencias de mayores con una abuela que en vez de galletas quiere puros.

—Claro, hay quien se toma la vida como una fiesta hasta el final. Es una pena considerar que una edad es una tragedia; ese es el tabú. En el XIX el tabú era el sexo, en este siglo es la muerte. Algunos dirán: «¡Huy, en la residencia fumando un puro!». ¡Que no pasa nada!

­—¿El cine va por delante de la sociedad en diversidad sexual?

—No, lo que pasa es que lo visible suele ser el folclore, el lazo, lo amarillo. Pero la historia de Norberta está basada en un hecho real de los 80. Le pasó a un hombre de raza gitana y fue ayudado a hacer la transición por todos sus vecinos. No es el cine la vanguardia, pero sí pone el foco ahí. Desde la sobriedad, no desde el amarillismo.

­—Dicen que las mujeres se vuelven invisibles a partir de una edad. Verte refuta esa idea.

—Las mujeres tienen ya acceso a puestos de poder. Pueden ser directoras, cosa que hace diez años no existía. Como hay ya productoras mujeres, que es importantísimo. Es normal que quieras hablar de tu madre, de tu abuela, de tu enfoque, de tus temas. Y hay esa necesidad además.

—¿Ha cambiado mucho el trabajo y la industria del cine desde tu debut?

—Ha cambiado por un lado para bien y por otro para mal. Hay otras miradas, otras maneras; pero también algo de esclavitud, en la venta, que hace daño. Valorar lo artístico desde el rigor de lo artístico no es que se vaya perdiendo, es que no se entiende. Las series son impecables en cuanto a factura, pero hay esa esclavitud de cuánta gente nos verá. Antes, estaban los artesanos que hacían cine para crear industria y los grandes artistas. Mi tío Mariano haciendo Los bingueros y Carlos Saura La caza. Hoy no está definido, nos están dando gato por liebre. ¡Hay que estar atentos!

—¿Al sesgo del algoritmo o a los intereses comerciales?

—Al interés comercial, que es lo mismo que el algoritmo, al final.

—Seis generaciones de actores tienen mucho que decir en cómo trabajas, tomo de algo que le contaste a Elvira Lindo. ¿Es un bagaje pesado?

—Es una herencia. En mi caso, parece que esto era lo que tenía que hacer, y la vida fue la que me abrió los brazos. No soy tonta y dije: «¡Me entrego!».

—Haces brillar los 65 años, permíteme preguntarte cuál es su fórmula, si la hay...

—¡Es la genética de mi madre! 


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