La Voz de Galicia

«Mi planta de naranja lima»: escarbar en la miseria para llegar a la belleza

Fugas

RUBÉN SANTAMARTA

Zezé crece entre la fantasía de lo que podría ser y las palizas que realmente son. Su historia es una joya, una perenne maravilla

30 Aug 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Se puede describir la belleza desde la miseria, pero tiene que resultar algo enormemente complicado. Salvo que seas alguien especialmente dotado para el lenguaje que ha vivido en el pozo y esa escritura puede salir de forma natural. José Mauro de Vasconcelos (Río de Janeiro, 1920, São Paulo, 1984) conoció todo lo que cuenta en Mi planta de naranja lima siendo un pobre crío en una favela brasileña, y simplemente supo, siendo adulto, recuperar todo aquello que vivió, olió y sintió en una pequeña novela de belleza y brutalidad en crudo.

 

Mi planta de naranja lima se escribió en 1968, y Libros del Asteroide lo tiene como una joya de su catálogo en España. Es fácil sintetizar lo que se cuenta en esta obra: los recuerdos de un niño de apenas 5 años en una zona marginal, un chaval con ciertas inquietudes —sabe leer siendo tan crío, algo excepcional en ese momento—, pero también algo gamberro cuando, como dice él, el diablo le susurra algo para que haga una trastada. Lo que es difícil es describir el nivel de sensibilidad que alcanza esta obra, con una decena de secundarios, incluyendo el propio árbol de naranja lima con el que Zezé, que así se llama el pequeño, intercambia confidencias y aventuras (lo convierte en su propio caballo para imaginarse que anda en un western).

 

Al lado de Zezé, una madre que se desloma por una miseria de sueldo, de sol a sol; un padre en paro que anda dejando deudas por tiendas y bares; unas hermanas que andan entre amoríos y ausencias en el colegio; un ricachón que se convierte en un segundo padre para el niño; un tío que enseña al pequeño; un músico callejero, limpiabotas, compañeros de calle... Zezé crece entre la fantasía de lo que podría ser y las palizas que realmente son, entre llantos y esperanzas, entre las inocentes preguntas de un niño y los interrogantes sin respuesta de un adulto en ciernes. 60 años tiene esta perenne maravilla.


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