José Sacristán: «La gente de la cultura debería tener un poco más de humildad»
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Con sus 86 años, no hay voz más autorizada para hablar de asuntos del teatro y de la vida en general que la de José Sacristán. El 23 y 24 de enero actúa en Vigo y Ourense
16 Jan 2025. Actualizado a las 14:08 h.
Su verbo docto, profundo e iracundo por veces, no es sino el reflejo de una sabiduría añeja de la que emanan a contracorriente aromas que ya no son de quimérica utopía sino de rebelde ilusión. Con 86 años, inasequible al desaliento en lo social y en lo profesional, José Sacristán está de gira con La colección (jueves 23 en Vigo y viernes 24 en Ourense), una obra escrita y dirigida por Juan Mayorga.
—Este es su primer encuentro con Mayorga. Que a uno aún le pasen cosas por primera vez a los 86 años debe de ser fascinante.
—Esa es la palabra. Es una suerte y un privilegio poder seguir encontrando cosas que te fascinen. Una suerte que yo agradezco, reconozco y celebro.
—En el 2019 me dijo que cuando acabase el recorrido de «Señora de rojo sobre fondo gris» posiblemente también acabaría su recorrido teatral. ¿Qué hizo que se replantease esa decisión?
—Solo dije «posiblemente», ¿no? Porque es que no iba a ser fácil que yo encontrara un texto de tal calibre que me animase a seguir. Pero lo he encontrado en La colección. Así que aquí seguimos.Y seguiremos porque ya tengo en cartera otra cosa para octubre de este mismo año.
—¿Qué nos puede adelantar de ese proyecto?
—Está relacionado con mi amigo y maestro Fernando Fernán Gómez. Tengo ya una dramaturgia de la primera parte de sus memorias, para contar la historia de su infancia y su adolescencia.
—¿Hasta qué punto han sido importantes las colecciones a lo largo de la historia? Hay infinidad de cosas a las que estamos teniendo acceso hoy porque en su día fueron coleccionadas, ¿no?
—Es que todo es coleccionable. Somos depositarios no solo de objetos u obras de arte sino de formas de cultura, pensamiento, vida, muerte, amor, odio, guerra... Somos depositarios de todo lo que impulsa, expulsa y repulsa al ser humano.
—¿Qué colección cree que es la que definiría este tiempo y este momento?
—Hay algo que se parece a una cierta confusión, inquietud o pesadumbre en relación con una serie de escala de valores que uno pensaba que estaban asentados y seguros. Y están apareciendo signos que a mí no me gustan nada. Yo no sé lo que va a pasar cuando este energúmeno de Trump tome posesión de su cargo. O hasta dónde van a llegar los nazis en Alemania, en Austria o en Italia. Y entre tanto, en medio de este despiste y de esta confusión, no sé dónde coño está la izquierda. Pero tampoco quiero de ninguna de las maneras caer en ningún tipo de catastrofismo. Sigo confiando en la condición humana y en que prevalezcan una serie de valores mediante los cuales nos manejemos de un modo un poco más civilizado de lo que nos proponen algunos. Como dice mi amigo Luis García Montero, pertenecemos al grupo de los optimistas melancólicos. Hay una cierta melancolía en la idea de que conforme va pasando el tiempo, la hijoputez, la necedad, la injusticia y el atropello siguen por ahí merodeando, pero, hay que salir a dar la batalla con optimismo. No nos van a vencer.
—De usted se ha llegado a decir que «es la voz en off de nuestra vida».
—No sé qué responderte. Sí creo haber sido un poco la correa transmisora de un tiempo. De las inquietudes y de las ilusiones de lo que se llamaba el españolito de a pie. Y me siento orgulloso de ello. Pero sin pontificar, ¡eh! No trato de enseñarle a nadie cómo tiene que vivir.
—¿Cuánto daño nos están haciendo los nuevos mesías?
—¡Buf! Calla, calla. Es terrible. Porque es que ahora hay un mesianismo al que las tecnologías le ponen la feligresía en bandeja. Y además cuentan con la impunidad del anonimato. Es tremendo.
—¿Nunca tantos becerros de oro hemos adorado?
—Desde luego. Y eso debería llevarnos a reflexionar sobre que no todo lo que supone el avance tecnológico está al servicio de todos, sino más bien al del interés de unos cuantos.
—Me sorprende que diga que la cultura no puede cambiar la historia.
—Mira, si el punto en el que ahora estamos fuese consecuencia de la gente de la cultura, tendrían que enviarnos a una isla desierta para que no perjudicásemos más. Pero no es así. Lamentablemente, la historia hay quien la hace y quien la padece. Y nosotros, en el mejor de los casos, lo que podemos es proporcionar un punto de entretenimiento, de reflexión o de consideración. Yo creo que la gente de la cultura debería tener un poco más de humildad. Ya está bien de púlpitos.
—«La colección» también aborda la importancia de aprender a desprenderse y a quedarse solo con lo imprescindible. ¿Esa es otra de las grandes sabidurías que proporciona la edad?
—Ya lo decía en mi pueblo el viejo tío Tomás: «Lo primero es antes». Llega un momento en la vida en el que no puedes de ninguna de las maneras mantener posiciones, actitudes, preferencias o fijaciones. Hay que desandar y deshacerse de mucho. Sí, es muy saludable.
—¿Qué es para usted imprescindible? ¿De qué no es capaz o no quiere desprenderse?
—De algo que tiene que ver con las ideas que mis padres me transmitieron. Con una forma de convivencia que pasa por respetar y exigir ser respetado. Por defender unos principios. No todo vale. Sin contar con eso, para mí el ambiente se torna irrespirable.
—La memoria, ¿pesa mucho?
—La memoria, por mucho que pese, nunca voy a prescindir de ella. Porque es que yo miro para atrás y no huelo a mierda, sino todo lo contrario. Ojo, que no estoy todo el rato mirando para atrás, porque me daría contra los faroles y además para el hígado no es bueno. Pero yo, además de alguna otra cosa, soy memoria. La memoria que yo tengo, primero del crío que fui, al que le tengo mucho cariño y mucho respeto. Y, por supuesto, todo lo que pueda abarcar el recordar al Venancio, a la Nati y a todo el entorno en el que yo crecí. No, no, yo soy memoria y a mucha honra. Y cargo con todo el peso que pueda tener. No tengo ningún inconveniente.
—¿Y el futuro, huele a mierda?
—A mierda exactamente no, pero hay un cierto tufo. Estamos a punto de ver una serie de advenimientos de tomas de poder por parte de gente que a mí no me gusta. Y vamos a ver qué capacidad de reacción tenemos. Pero, insisto, no quiero trasladar una sensación de pesimismo. Hay que tirar para adelante y se va a salir.
—¿Vive la democracia española el peor momento de sus 50 años de historia?
—No, no. Cierto es que ya me gustaría que estuviera un poquito más sana, pero no es su peor momento, ni muchísimo menos. De los que proclaman que eso es así, es de quien yo más desconfío.
—Suele decirse que el tiempo lo cura todo, pero ¿hay heridas que no cura ni el tiempo?
—Sí. En Calígula, y perdón por la pedantería, Albert Camus dice: «La gente cree que un hombre llora porque el ser a quien ama muere un día, y no es verdad. Su dolor es mucho más grande. Es el descubrimiento de que tampoco la pena dura. Ni siquiera el dolor tiene sentido». Efectivamente, hay un punto en el que todo se pasa y se sigue viviendo. Qué duda cabe que hay ausencias o acontecimientos que dejan una huella difícil, pero la vida sigue.
—Regresa a Galicia, ¿cuáles son sus vínculos con nuestra tierra?
—Decir que el pulpo y el orujo me parece un poco vulgaridad, aunque soy devoto confeso de ambos. Y si te digo Rosalía de Castro, nos ponemos cursis, ¿no? Me gusta esa cornisa, me gusta la humedad, me gustan esas fachadas con esas galerías... Me gusta Galicia.
- VIGO. TEATRO AFUNDACIÓN. JUEVES 23. 20.30. DESDE 17,60 EUROS
- OURENSE. TEATRO PRINCIPAL. VIERNES 24. 20.00. DESDE 12 EUROS