La Voz de Galicia

Juan Manuel de Prada: «El error del papa fue querer complacer a todo el mundo»

Fugas

Carlos Portolés Carlos Portolés

Conversamos con el escritor en su paso por Santiago para presentar su obra «Cárcel de tinieblas», segunda parte de «Mil ojos esconde la noche», que disecciona el París de los nazis

25 Apr 2025. Actualizado a las 09:35 h.

«No soy un poco barroco, soy muy barroco». Estoy con Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) en el vestíbulo del hotel Araguaney, en Santiago de Compostela. El papa ha muerto hace pocas horas y se mastica esa arenilla que dejan en la boca los días históricos. De Prada está visiblemente cansado. Cogió el avión desde Madrid a eso de las 5.00, cuando no están puestos ni los cielos. A pesar del agotamiento, me responde las preguntas o pesquisas con su acostumbrada pasión vehemente. Con esa devoción solemne y envolvente del hombre que no es un poco barroco. Sino muy barroco.

­—Como católico, ¿qué balance hace del pontificado de Francisco?

—Creo que será un papado que no dejará mucha huella. Él decía que había que hacer lío. Y el lío lo ha acabado causando entre los católicos. No será un papado que deje grandes hitos. Ha tenido cosas valiosas e interesantes, pero creo que también hubo errores graves. El más grave de todos, intentar complacer al mundo. Francisco era un papa que trataba siempre de caer bien, y eso le llevó a la inanidad. A adoptar un lenguaje confuso. Era un papa conservador que quiso hacerse el progre y ni contentó a los progres ni ha corregido las grandes hipocresías que existen entre los conservadores.

­—Sin embargo, fue muy poco connivente con ese liberalismo que usted mismo llamó satánico. El de los Mileis y compañía...

—En ese sentido, creo que el papa no fue ni más ni menos que ortodoxo. Defendió la doctrina social de la Iglesia y el pensamiento católico. Se le echaron encima por esto, pero siempre con falsedades. Fue una campaña orquestada. El mensaje de otros papas anteriores era el mismo, pero a él convenía identificarlo como un rojo. Todo esto son cuestiones ajenas. Cuando hablo de la confusión generada no me refiero a esto en concreto. Por supuesto que tuvo cosas positivas. Pero quizás era ese toque argentino lo que le daba a su mensaje ciertos aires demagógicos y burdos. Como en un chascarrillo constante. Tuvo momentos interesantes y abrió el abanico de temas para debatir. Supongo que se puede hacer un saldo amable. Pero el papado me ha parecido inane.

­—Este papa dijo que el infierno está vacío. Algo así desprende su libro, con la redención siempre presente...

—Creo en la capacidad humana de cambiar y mejorar. Efectivamente, esto se ve en mi libro, donde el protagonista, a pesar de ser alguien que tiene mala índole, tiene un deseo de ser mejor. Esto provoca una lucha interior muy fuerte entre su naturaleza de hacer el mal y su deseo de hacer el bien. Esta colisión a veces desemboca en locura. Sí, sí. Estoy bastante de acuerdo en lo del infierno. La capacidad humana para redimirse es enorme. Me gusta pensar en un infierno bastante desierto, bastante poco concurrido. Pero es evidente que hay personas que sellan pactos con el mal, y es de justicia que tengan un castigo. Es un tema que no nos corresponde discernir. Lo averiguaremos cuando muramos. En una ocasión le preguntaron al escritor Leonardo Castellani si consideraba que el infierno estab muy lleno. Él respondió preguntando: ¿tú crees que Dios va a ser tan tonto? Es evidente que Él quiere que el hombre se salve, y le dispone instrumentos para ello. 

—El protagonista de la novela, Fernando Navales, un falangista mezquino y con muy mala baba en el París nazi, se va encontrando también con gente buena, como el cónsul Rolland...

—Sí. Es un personaje importante para este cambio de espíritu del protagonista. Bernardo Rolland fue cónsul español en París en aquellos años. Hoy está completamente olvidado. Fue uno de tantos diplomáticos españoles que durante la II Guerra Mundial salvaron a muchos judíos. Hizo piruetas legales para sacarlos de lugares donde corrían peligro. Rolland salvó a bastantes. A algunos los podía proteger porque tenían nacionalidad española, pero hubo muchos otros que no la tenían y tuvo que usar triquiñuelas para salvarlos. Salvó muchas vidas, especialmente de niños. 

—Compara la Falange de Franco, que unía a filofascistas con tecnócratas y con carlistas y con democristianos, con una albóndiga.

—Franco tenía claro que tenía que desnaturalizar el movimiento original de la Falange. El personaje de José Antonio Primo de Rivera era incómodo para Franco, porque era el líder que él nunca lograría ser. Los carlistas también eran muy incómodos. Entonces llega el decreto de unificación y consigue crear un movimiento que en realidad es una especie de burocracia a su servicio. El régimen cambia mucho a lo largo de los años. Hoy, los demagogos tratan de presentar la dictadura como una especie de monolito de granito. Algo que no cambió nunca. Esto es radicalmente falso. No es lo mismo el Franco de 1940 que el de 1944, y no digamos ya el de 1950 o 1960. Pasa de un momento inicial muy fascistizante a ir abandonando al Eje y acercándose a los Aliados. Una vez acabada la guerra hace una intensa labor diplomático para ganarse a los Estados Unidos, lo que culminó con la vista de Eisenhower a España. Lo único constante en la dictadura es la propia figura de Franco. Cualquiera que no se alimente de tópicos sabe que hubo una evolución histórica.

­—En el París de la novela desfilan artistas de todas las disciplinas. Casi todos unos golfos pata negra.

— Unos golfos nacen, otros se hacen. Hay que sobrevivir. El artista tiene que desarrollar mañas de pícaro o golfo. Los hay, no obstante, que ya tenían cierta vocación, como César González Ruano. Otros, sin tener vocación, tuvieron que desarrollarla. Vivían en condiciones muy difíciles. Casi todos callaron luego sobre estas actividades a las que se tuvieron que dedicar.

 «Unos golfos nacen, otros se hacen para sobrevivir»

Jeosm

Hay quien ha llamado obra maestra a su recién publicada Cárcel de tinieblas. Un carrusel grotesco y algo gótico que utiliza el grisáceo y deprimente París nazi como vehículo para viviseccionar al género humano y dejarlo desnudo ante la lupa, aumentando las luces y también las sombras. El resultado es pasmoso. Deja mal cuerpo y chiribitas de entusiasmo en las pupilas. Un título de gran gramaje y hondura de un escritor que escribe las palabras a contracorriente o en sentido contrario. Y así lo seguirá haciendo, dice, hasta que lo halle la muerte y le robe la pluma para siempre.

­—¿Le hubiera gustado nacer cien años antes?

—No, no. En absoluto. Al contrario. Haber nacido en una época tan adversa a mi visión del mundo me ha permitido estar más vivo. Sobre todo el hecho de no haber cedido, de no haberme asimilado. De no haberme convertido en uno de esos escritores del régimen. Eso me ha hecho estar más vivo y ser más ambicioso. En circunstancias más hospitalarias sospecho que me habría aburguesado y habría hecho libros de circunstancia. El estado natural del escritor es estar a disgusto.

­—Habla mucho de su rutina espartana. De forzar la inspiración con la perseverancia...

—Si consigues crear una disciplina y ser fiel a ella, la escritura sale. Cuando yo escribo un libro, me levanto siempre a la misma hora y me marco unos hábitos sin concesión alguna. Hay quien dice que hay escritores que trabajan solo con la inspiración. Yo creo que alguien que hace eso no es escritor. Lo puedo entender en un poeta, pero una novela no se escribe solo con inspiración. La inspiración te tiene que pillar trabajando, como decía Picasso (ríe y arquea las cejas, irónico).

­—Usted a ese señor no lo traga.

—Yo no es que le tenga inquina, pero creo que es alguien con muchas miserias. Vivió en el París nazi muy protegido, incluso por el mismo Hitler, que da la orden de que no se le moleste. Tenía muchos privilegios por ser un artista consagrado. Yo cuento en el libro aspectos muy escabrosos de su vida. Es un personaje humanamente deplorable.

—¿Hasta qué punto debe dejar el escritor aromas propios en sus personajes?

—Es inevitable que haya algo. Pero, al mismo tiempo, los personajes con criaturas independientes. Yo no suelo proyectarme mucho en mis personajes. La gente tiende a hacer la lectura rudimentario y pensar que los protagonistas son trasuntos de los escritores. Y esto es muy falso. No obstante, es imposible no poner algo propio cuando confeccionas un personaje. Aunque no tenga mucho que ver contigo, es hijo tuyo. 

—En un artículo contaba que había leído una novela de James Ellroy fascinado y del tirón. ¿Le ha pasado mucho esto en su vida?

—He tenido muchos momentos así. Me vienen a la mente las primeras lecturas de obras como El Quijote, En busca del tiempo perdido o Crimen y castigo. Muchas que me han suscitado entrega absoluta. Pero a medida que te haces viejo estas sensaciones van disminuyendo, porque la capacidad de deslumbramiento es mucho menor. Pierdes ese candor del lector juvenil. 

­—Lo he oído como cumplido y como insulto. De Prada es un poco barroco, dicen...

—No soy un poco barroco. Soy muy barroco. Un mucho de barroco. Lo que pasa es que a menudo la gente usa este término de forma algo banal, identificándolo con un estilo complejo y una forma de escribir elevada o difícil. Lo barroco es mucho más complejo que eso. Es una reacción frente al clasicismo. En términos literarios contrapone la realidad idealizada del renacimiento con la complejidad humana y el entendimiento de las miserias, que no hay que ocultar. Por eso en el barroco tiene tanta presencia la escatología, la porquería. Lo que el renacentista oculta el barroco lo muestra. Es esa tensión entre el barro del que estamos hechos y el apetito de cielo que tenemos. Soy plenamente barroco.

«Es posible que me pase de cáustico, pero es que las cosas que critico son odiosas»

—¿No se pasa usted de cáustico?

—Es posible, no te digo yo que no. Lo que pasa es que las cosas que critico son cosas tan odiosas que merecen esa causticidad. Llevo muchos años escribiendo, y llega un momento en el que el desaliento empieza a pesar sobre ti. No sé cómo la gente no se da cuenta. Cómo sigue votando a partidos que han demostrado haber sido creados para destruir al pueblo. Muchas realidades políticas y sociales actuales son desalentadoras. Es posible que eso me haga cargar las tintas de la causticidad. Esto tiene que ver con la sensación asfixiante de que se ha perdido la capacidad para dar la vuelta a las cosas. Es lo que más me preocupa.

—Le leo un poco de tristeza últimamente...

—Lo que hay es una cierta constatación de que el despertar no llega. Esto me resulta perturbador. Y luego darte cuenta cómo la capacidad de engaño del demagogo es cada vez mayor. Pero no es desesperanza tampoco. Si no tuviera esperanza no estaría en la trinchera. Soy un pesimista esperanzado. Creo que las cosas cambiarán. Sí que lo creo.

—¿Piensa mucho en cómo se considerará su obra dentro de 50 años?

—Creo que será considerada de una forma muy distinta a como se percibe hoy. Soy una persona que ha nacido en un tiempo inadecuado. Siempre digo que escribo para los que no han nacido o para los que ya han muerto. No me dirijo demasiado a esta generación. Vivimos en un mundo decrépito y marcado por las ideologías que está a punto de morir. En este clima un escritor como yo tiene muy pocas posibilidades de ser comprendido. Estoy resignado a ir a la contra de los tiempos. Pero aspiro a que un día haya una generación que me lea con otros ojos.

—¿Alguna espina literaria que tenga clavada?

—Muchas obras que se quedarán en el tintero. Que no escribiré nunca. Es inevitable tener frustraciones, pero hay que saber aceptar las limitaciones. No me martirizo. Sí me gustaría, por ejemplo, hacer dos novelas, una ambientada en la Guerra Civil y otra en 1944. Querría hacerlo antes de morir, claro. Pero la muerte es un ladrón que llega sin avisar.


Comentar