La reforma de la ley busca conservar unas instalaciones vacías por la automatización y el declive de los fareros
01 May 2010. Actualizado a las 02:00 h.
De los casi 200 que operan en la costa española, apenas una treintena están en Galicia. Más o menos según el rigor con que se aplique la definición técnica de faro: ayudas luminosas a la navegación cuyo alcance es mayor de diez millas náuticas. Y se han ido quedando vacíos. Los fareros son una especie profesional condenada a desaparecer, «tras declarar la Administración del Estado a extinguir el cuerpo de técnicos mecánicos de señales marítimas el 1 de enero de 1993», explica Francisco Rebollo, jefe del Área de Ayudas a la Navegación Marítima de Puertos del Estado, de quien depende todo el sistema. Solo ocho faros gallegos están hoy habitados, e irán siendo menos a medida que se vayan jubilando sus inquilinos.
Con la modernización de las instalaciones, la automatización, el farero ha ido perdiendo protagonismo. Y actualmente, gracias a un sistema de telecontrol, su funcionamiento puede supervisarse desde las autoridades portuarias, a las que están adscritos, o incluso desde una oficina del Ministerio de Fomento.
«El faro es hoy un centro de mantenimiento», admite Rebollo. Y si se queda vacío, razona, «es obvio que los edificios hay que cuidarlos de alguna manera. El de Ortegal es solo una torre, pero con los demás algo habrá que hacer, buscar un uso complementario compatible con el faro, o alguien que lo cuide».
El Congreso comenzará en unos días a debatir la reforma de la Ley de Puertos que «debe ahondar en la idea ya recogida en el texto del 2003, que abría la posibilidad de dedicar parte de las instalaciones del faro a otros usos», aclara Fernando González Laxe, presidente de Puertos del Estado, que sostiene que se debe «potenciar este patrimonio arquitectónico y cultural respetando siempre la función clave que el faro tiene de ayuda para la navegación». Aunque no sabe cómo concluirá la redacción de la ley, entiende que «no debe meterse a impulsar proyectos hoteleros o culturales, pero sí facilitarlos, favorecer iniciativas respetuosas». Sobre construir edificación nueva para aprovecharlos, en principio replica que no, «pero deberá estudiarse en cada iniciativa particular, según la viabilidad de cada proyecto. Lo que no se puede es romper su armonía con el paisaje y el patrimonio. Ese debe ser el límite de la flexibilidad», sentencia González Laxe.