¿Es una cuestión cultural, de edad o de clase?

Entre las reacciones que ha suscitado el destrozo de la casa rural de A Baña destacan las que encuentran la explicación en la cultura actual y, especialmente, la manifestada por los jóvenes. El botellón, la permisividad, la irresponsabilidad, la incapacidad de los adultos para ponerles límites, etcétera, sirven como argumentos para explicar el vandalismo. Si además existe un referente audiovisual (en este caso Project X) para culpar a los medios o a la estupidez de los jóvenes por imitar lo que ven en ellos, mejor.

Es posible que algo de todo lo anterior tenga que ver. Pero hay más. Vivimos en una época en la que la población con más recursos está muy alejada del resto de la sociedad. Y no le importa lo más mínimo sus carencias, privaciones y sufrimientos. Es más, ven en ello una oportunidad de incrementar sus ganancias. Fomentan el patrioterismo banal de la gente («yo soy español, español, español») quienes deslocalizan empresas rentables para maximizar beneficios. Y no dudan en sacrificar la educación o salud de sus conciudadanos para sacar tajada. La tajada es su única patria.

Puestos a jugar con las palabras, hay gente que han echado de sus casas y gente que dirige bancos que decide, sin necesidad, tener casas vacías; hay gente que alquila sus casas para vivir y gente que, sin remordimientos, se las destroza. Obviamente, vándalos los hay de toda condición; pero lo que también está claro es que quien no puede hacer frente a la sanción por un acto como el de A Baña se piensa mucho el cometerlo. No es el caso. Aquí los niños bonitos sacan pecho. Las hijas sacan fotos y las tuitean. A Baña aumenta la distancia simbólica y real entre quienes siguen viviendo como si la crisis no existiera y quienes no. De alguna manera, y para quien vive estos tiempos interesantes, A Baña sintetiza las dos visiones marxistas (la de Groucho y la de Carlos): Más madera. Es la guerra? social. Y lo de A Baña, gamberrismo. O una escaramuza.