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El ángel de la guarda es Enrique

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maría cedrón redacción / la voz

El Consejo de la Abogacía Española premia a un educador gallego dedicado durante más de cuarenta años a rescatar de la marginalidad a niños

02 Jan 2014. Actualizado a las 08:57 h.

Detrás de cada nombre hay una historia. José, Jacobo, Daniel, Rosa, Arturo, Pedro, Adelaida... A Enrique Martínez Reguera no le gusta desvelar la identidad de «sus niños» ni desgranar qué les pasó porque, como dice, ahora todos tienen una familia, un futuro... Y es que este vecino de A Coruña, emigrado a Madrid en 1968, ha dedicado su vida a ayudar a los menores marginados que crecían en las áreas más desfavorecidas de la capital. Por toda esa labor educativa con los niños, el Consejo de la Abogacía Española, a propuesta de la Fundación Raíces, le ha concedido un premio por su defensa de los derechos humanos.

Por las manos de este diplomado en Magisterio, licenciado en Filosofía y Psicología, cofundador de la escuela de educadores dedicados a la marginación y autor, entre otros, del libro Cachorros de nadie, han pasado a lo largo de más de cuatro décadas, decenas de pequeños. A todos ha tratado de ayudar a salir del pozo.

Ahora, aunque jubilado y con 78 años, todavía continúa echando una mano en lo que puede. Uno de los últimos a los que ha tendido la mano es un joven de 19 años llegado de Costa de Marfil, Souleymane Sakho, con el que ha colaborado en la escritura del libro No le pongáis alambradas al viento, publicado hace poco más de dos semanas. Además, dice, «es un chaval que juega muy bien al fútbol, el problema es que los ojeadores no se fijan en inmigrantes».

Pero su labor se remonta a los años setenta. Comenzó a trabajar en La Celsa, una de las áreas más pobres del madrileño barrio de Vallecas, ubicada junto a un basurero en el que familias de toda España con poca suerte buscaban restos con los que ganarse el pan.

«Buena crianza»

«Trabajaba con niños que no aceptaban en las aulas. Luego, a través de Protección de Menores, también acogía en casa a chiquillos de los centros de tutela», recuerda. Junto con algunos colaboradores, llegaron a abrir una casa en el barrio. Y un día el Tribunal Tutelar de Menores fijó su atención en el trabajo que realizaba y le pidió que aceptara a chiquillos de los reformatorios. Por supuesto, no se negó. «Lo que tratábamos de hacer era dar una buena crianza a esos chavales porque la base de la educación está en la buena crianza», explica.

Primero tenían una casa de acogida y luego fueron abriendo otros pisos. «Al principio les llamamos Hogares Promesa, muchos niños dormían ahí porque eran de la calle. Comenzaron en Madrid y luego en otras ciudades, pero poco a poco la experiencia nos dijo que teníamos que cambiar nuestros enfoques», recuerda.

¿Qué descubrió? «Lo ideal es que los chavales no pierdan sus raíces, sus vínculos. Vimos que el hecho de que estuvieran en un piso llamado Hogar Promesa podía ser peligroso para ellos porque la sociedad los trataba de un modo diferente. Ahora entendemos que no hay que quitar a los niños de sus familias, no hay que robárselos a los hogares, lo que hay que hacer es cubrir aquello que precisan», apunta ahora, al tiempo que recuerda que «todo eso lo fuimos aprendiendo con ellos».

Desde que él comenzó a trabajar en la educación de pequeños marginados hasta la actualidad, «el mundo y la explotación de los niños han cambiado mucho», explica. A grandes rasgos da un repaso por esas cuatro décadas. Recuerda que cuando comenzó a trabajar lo que había era «una pobreza carencial. Los niños vivían en chabolas, no tenían para comer..., lo que provocaba lástima o indiferencia».

Pero pronto llegaron los años ochenta. «Los astilleros comenzaron a cerrar, la ganadería ya no era rentable..., el acceso al trabajo era muy limitado y la droga empezó a entrar en esos barrios marginales. Aquellos niños, convertidos algunos en camellos o consumidores, comenzaron a suscitar miedo y se creó una industria de la seguridad en torno a ellos», añade.

Y con los noventa, dice, «empezaron a aparecer nuevas oenegés, centros, nuevas carreras... todas ellas dedicadas al cuidado y a la educación de esa parte de la población». En este momento, explica, es el inmigrante en el que quizá precise mayor ayuda. La que continuará dándoles en la medida en que pueda. Además, ha escrito nueve libros donde expone toda la experiencia recabada durante más de cuarenta años de trabajo con niños procedentes de barrios marginales. No solo de España.


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