La Voz de Galicia

Galicia no se asoma a la España de los balcones

Galicia

juan capeáns santiago / La Voz

El PPdeG maneja con prudencia la guerra de símbolos y banderas que airean Pablo Casado y Ciudadanos

14 Oct 2018. Actualizado a las 05:00 h.

San Caetano, el símbolo del poder administrativo de Galicia, anda en obras estos meses. Ya le tocaba. La renovación de las cubiertas que acogieron más de tres décadas de vida autonómica incluye el fortalecimiento del mástil que preside el centenario edificio. Este elemento tiene su simbología compartida, porque Fernández Albor fue el que se empeñó en ponerlo, pero le correspondió al tripartito la firme decisión de que ondease en exclusiva la bandera gallega cuando la estructura de la Xunta era todavía insignificante. Esa resolución que nadie cuestionó invitó años más tarde a Manuel Fraga a hacer lo propio en Monte Pío, sin que ningún turista que divise la residencia oficial al llegar a Compostela se eche las manos a la cabeza. Entre otras cosas, porque en Galicia ha sido anecdótica la supresión de símbolos oficiales, rebeldía que ha capitalizado el BNG cuando cató poder, pero sin mayores consecuencias.

La fiebre de las banderas y los lazos que se extiende de forma enfermiza por Cataluña y la mayoría de las capitales españolas no cuaja en Galicia, y la «España de los balcones» que proclama Pablo Casado pincha precisamente en el único rincón del país en el que el PP es hegemónico. Feijoo se lo tuvo que explicar, igual que hizo en una conversación sin grabadoras a los periodistas de Madrid durante el congreso popular de julio, para el cual muchos lo veían mejor preparado que ningún otro dirigente. Pero la grey centralista y españolaza le atribuía una tara: es demasiado galleguista.

Las dudas iniciales sobre el compromiso de Feijoo con el idioma y su pasado como gestor en Madrid hicieron tambalear hace una década los marcos que había fijado Fraga con el célebre «Galego coma ti», la insuperable campaña que permitió a los conservadores ganar todo el espectro ideológico a la derecha del PSOE. Ese amplio campo tiene flancos débiles, y ahí es donde intentan sacar tajada ahora otras dos fuerzas que dejan atrás a Casado en el uso y abuso de la bandera española.

Ciudadanos revelaba esta semana que ha alcanzado en Galicia los 7.000 simpatizantes-militantes, una doble figura singular que impide medir su implantación real. Ahora bien, si consigue presentar las cien candidaturas locales que anuncian, le hará un destrozo importante al PP, sobre todo en las localidades medianas o pequeñas donde no alcance el 5 % de los sufragios. Serán miles de votos perdidos para el centroderecha.

Vox es otra historia. A pesar del subidón de Vistalegre, en Galicia es una fuerza residual que solo tiene estructura en la provincia de A Coruña, con 130 afiliados, treinta de ellos en la última semana. Pablo Cancio, de 30 años, es su referente. Vive en Santiago, estudió Derecho, tiene un discurso más moderado que Abascal y admite que las municipales le llegan sin una red sólida. Su objetivo será reforzar al candidato de las Europeas, para imitar el salto del plató al escaño que dio Podemos en el 2014. ¿Existirá algún día Vox Galicia? Sería un irónico contrasentido, porque su bandera, además de la española y la del populismo, es la de un Estado centralista. A saco.

Debate del estado de los portavoces

El Debate do Estado da Autonomía es un termómetro más fiable para medir el pulso de la oposición que del Gobierno. Feijoo habló mucho de la próxima década sin aclarar si él va a seguir siendo el líder de los populares, pero hasta el momento trituró a once portavoces distintos y dejó la sensación de que a Villares y a Leiceaga los da por amortizados.

«Bullying» político a Carolina Bescansa

Si el Congreso fuese un colegio, y a veces lo es, debería intervenir ante el evidente caso de «bullying» al que someten los diputados de Unidos Podemos a su compañera Carolina Bescansa, que trasciende a las diferencias políticas. Pablo Iglesias fijó su ruptura con la compostelana en el momento en el que se filtró un documento para apartarlo del poder, dejándola como una traidora. Pero el desprecio y su aislamiento -literal- comenzó meses antes.


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