La autonomía conquistada sin calor popular
Galicia
El referendo sobre el Estatuto, que dejó una abstención récord del 71 %, cumple cuarenta años
20 Dec 2020. Actualizado a las 19:22 h.
La historia electoral de España apechuga con dos fechas negras que reflejan la apatía ciudadana por el ejercicio de la democracia. Una es la del referendo del 2005 sobre la Constitución Europea, que registró una abstención del 57 %; la otra son los comicios europeos de 1989, en los que desertaron de las urnas el 45,2 % de los electores. Pues bien, en Galicia se fulminaron ambas marcas el 21 de diciembre de 1980, en el referendo del Estatuto de Autonomía vigente hoy en día. Anque chova, vota, imploraba el célebre eslogan de la campaña. Aquel día regaló una luz primaveral en casi toda la comunidad, pero eso no alteró la desgana generalizada, pues el plebiscito que alumbró el autogobierno dejó una abstención récord del 71 %, que rebasó el 80 % en la provincia de Lugo.
Enseguida saltaron los tópicos en los análisis poselectorales que hizo la prensa más allá de Pedrafita: que si el aislamiento, que si el gallego era un pueblo desinformado, que si el retraimiento entre la población rural... «Pero como vai ir a xente a votar se os propios dirixentes non tiñamos asumida a autonomía», objeta Pablo Padín, exconselleiro de la Xunta y dirigente de UCD que participó en la Comisión dos Dezaseis, que se encargó de redactar el primer borrador de Estatuto.
Camilo Nogueira, otro de los 16 nombres de la citada comisión, corrobora la baja querencia hacia el autogobierno: «Os nacionalistas non sabiamos ben como facelo e os outros, sobre todo o centrodereita, non querían saber nada diso». Así que —añade— «o desleixo foi terrible».
Pero hay más razones que explican aquel fiasco del 21D. Una de ellas es el hartazgo que sembró una negociación estatutaria que duró casi dos años, con tiras y aflojas entre Madrid y Santiago. El historiador Ramón Villares, al analizar el proceso con perspectiva en la revista Grial, dejó asentado que «a autonomía galega naceu en 1980 orfa de calor popular».
El relato más extendido apunta a que, una vez que el País Vasco y Cataluña había accedido por la vía rápida a la plena autonomía, el Gobierno de UCD intentó convertir la tercera nacionalidad histórica, Galicia, en un punto y aparte para rebajar el autogobierno de los territorios restantes. El Estatuto dos Dezaseis fue cepillado para otorgar a los gallegos una autonomía muy tutelada. Así se pergeñó el llamado Estatuto da Aldraxe en 1979, contra el que se echaron a las calles cientos de miles de personas en Galicia, que si algo no querían es ser menos que el resto.
Apatía hacia el Estatuto
La UCD tomó buena nota del agravio y accedió a resolver el entuerto a través de los pactos del Hostal. De aquella negociación salió finalmente el actual Estatuto de Autonomía de Galicia, pero para entonces ya se había mareado tanto la perdiz que la apatía social hacia el autonomismo era notable. De hecho, una encuesta del CIS previa al referendo, que el Gobierno centrista se negó a publicar, señalaba que solo uno de cada diez gallegos creía que el Estatuto contribuiría a mejorar los problemas de la comunidad.
La elevada abstención estaba tan vaticinada que la Xunta preautonómica, presidida por José Quiroga, lanzó el eslogan del Anque chova, vota. «Foi unha campaña desastrosa, feita en negativo, na que se daba por suposto que a xente non iría a votar», relata Xosé Luís Barreiro Rivas, entonces una de las mentes preclaras de Alianza Popular.
El propio Barreiro comenta que todo el mundo se creía con capacidad para cuestionar aquella campaña, así como cualquier aspecto que la rodeaba. Recuerda incluso que, en un acto en el municipio de A Lama, una señora censuró el eslogan con este razonamiento: «Pero se nunca en Galicia deixamos de ir a unha festa ou a un baile porque chovera», le espetó.
La noche electoral del 21D, la sede de la Xunta donde se seguía el escrutinio se tornó en una suerte de tanatorio. La UCD se derrumbaba y sus líderes provinciales ni siquiera hicieron acto de presencia en el recuento. Sí acudió, desde la oposición, el secretario general de los socialistas gallegos, Francisco Vázquez, para constatar que la abstención había «ensombrecido» el acceso de Galicia a la autonomía e interpretar ese no-voto como un signo de malestar con el Gobierno de Adolfo Suárez. El propio Suárez dimitía al mes siguiente y dejaba la Moncloa y, dos meses más tarde, se producía el golpe de Estado del 23F.
Eran tiempos agitados. Y la Galicia de 1980 era muy distinta a la actual. El 41 % del empleo dependía del sector primario, frente al 6 % de hoy, y el eje de la autopista AP-9 estaba aún en obras, en medio de protestas que la tildaban de «navallada á nosa terra».
En aquella época era fácil inscribirse en el censo para votar en Vigo sin causar baja en Ramirás. Había cientos de duplicidades, y los votantes fallecidos tardaban meses, o años, en desaparecer de los listados, contribuyendo a elevar varios puntos los niveles de abstención. Así que no es que los gallegos estuvieran desinformados o que la ocupación rural causara algún trastorno, sino que la informática todavía no había hecho su trabajo de depuración. El resto del fiasco lo construyeron los protagonistas políticos de la época, con un Estatuto que, de inicio, estuvo más cargado de enredos que de ilusiones.