Rafael Vidal, exjefe de protocolo de la Diputación de A Coruña: «El hombre es un ser ceremonial»
Galicia
Dice que tiene muy ocupada su jubilación, especialmente trabajando desde la presidencia del gremio gallego
03 Feb 2023. Actualizado a las 05:00 h.
Jubilado como jefe de protocolo de la Diputación de A Coruña, Rafael Vidal (Nador, Marruecos, 1951) se entretiene creando gremio y defendiendo la que fue su profesión de lacras como el intrusismo. Vidal, conversador extraordinario, me invita a un café y me cuenta algunas cosas. Lógicamente, menos de las que me gustaría.
—¿Qué es eso de la Declaración de Mérida?
—Un documento que hemos firmado las asociaciones de técnicos de protocolo de toda España para tener más visibilidad, luchar contra el intrusismo y que instituciones y empresas ayuden a quienes se preparan para esta profesión, porque ya hay un grado oficial que se imparte en seis universidades.
—Me perdonará, pero no parece una profesión en la que abunden las salidas laborales.
—Cada vez más. El protocolo es ordenar y, si ordenamos y organizamos, ya hay más puestos de trabajo. Una empresa pequeña contrata a un abogado o a un arquitecto puntualmente. También puede contratar a un técnico de protocolo para la presentación de una mercancía, por ejemplo. Las instituciones, las fundaciones importantes... requieren de un especialista.
—Hablemos de usted. ¿Cuánto lleva jubilado?
—Cuatro años.
—Y estuvo en la Diputación de A Coruña...
—45 años menos dos meses. Entré en diciembre de 1973 como responsable de la oficina de prensa. Más tarde se creó la plaza de protocolo y ceremonial.
—Suena un poco rancio eso.
—Ese es uno de los hándicaps de esta profesión. La gente tiene una idea trasnochada del protocolo. La propia palabra a veces abre puertas y otras cierra ideas. No se puede confundir protocolo con etiqueta, con pompa, con ceremonia...
—Pero también es eso.
—Es que el hombre es un ser ceremonial. Lo dicen los antropólogos.
—El presidente del Gobierno no se pone corbata.
—Dice que no se pone corbata pero aparece con ella sistemáticamente. Sabe distinguir cuándo debe llevarla y cuándo no.
—El otro día se metió en el tren por delante del rey.
—Seguramente se equivocó. Son pequeños errores humanos que no debemos magnificar.
—Usted ve la tele y ve los errores de protocolo al momento.
—Cuando impartía clases les decía a los alumnos que me conformaba con que aprendieran a ver la televisión con otros ojos.
—¿Echa de menos el trabajo?
—No. Tengo la vida muy llena.
—Usted se tuvo que autoformar.
—De aquella había dos libros a los que acudir. Y había muchas plazas relacionadas con el protocolo en la Administración Local.
—En tantos años de trabajo, seguro que se vio en algún apuro.
—Tuve suerte porque no tuve muchos. Es verdad que yo era un poco pesado, reiterativo y metódico. Y aún así hay momentos en los que pasas un apuro grande. Recuerdo un acto con Torrente Ballester en el cine París y no había megafonía. Creí morirme. Pero conflictos con autoridades no tuve nada más que uno, con alguien que se quejó de la colocación de los expresidentes de la Xunta.
—Si pienso en protocolo institucional en Galicia pienso en Fraga, a quien imagino muy difícil de manejar.
—No lo quería ni regalado. Una vez, con Salvador Fernández Moreda de presidente, íbamos a inaugurar la sede de la Uned en A Coruña, para la que la Diputación había puesto bastante financiación. Presidía Fraga. Llegamos con tanta antelación que dimos con el coche una vuelta a la manzana. Y, cuando entramos, ya estaba terminando el acto. Pero mire, a veces son los entornos de los políticos los que les hacen jugar un mal papel. Porque no les dicen las cosas o porque no se atreven.
—No creo que Fraga se dejara condicionar mucho por su entorno.
—En otra ocasión, en un acto en el pazo de Mariñán, Fraga quería entrar cinco minutos antes de la hora. Y le dije que no podía, que había que esperar: «No es la hora zulú». Y él me preguntó: «¿Qué es eso de la hora zulú?». Y mientras se lo explicaba agotamos el tiempo de espera y entramos con la puntualidad debida.
—En su trabajo habrá también un poco o un mucho de diplomacia.
—Yo creo que con naturalidad se puede decir casi cualquier cosa.
—¿Tuvo que organizar algún acto con la presencia de Franco?
—No. Solo asistí una vez a una representación en Madrid, en la Casa de Campo.
—De los presidentes de la Diputación con los que trabajó, había alguno que estuviera más pendiente de estas cuestiones?
—Romay Beccaría sí estaba muy pendiente. Pero debo decir que estoy felizmente jubilado. Podría hablar mal de alguien, pero no es el caso. Fueron todos buenos presidentes y presumo de haber estado en la mejor Diputación de España. Grandes funcionarios y grandes políticos.
—¿Más protocolo es más civilización?
—Desde luego. Si por protocolo entendemos organización, respeto a las normas, a las personas, evidentemente más protocolo es más civilización.
—El otro día vimos el incidente con las medallas de las jugadoras que disputaron la Supercopa y que se las tuvieron que coger ellas mismas.
—Se me hace duro pensar que lo hicieran a propósito. No creo que haya nadie tan tosco en el mundo del deporte. Seguro que faltó la previsión para designar quién se iba a ocupar de entregar esas medallas.
—Y a veces vemos esas fotos de actos solemnes en las que solo hay hombres.
—Hoy en día ningún profesional del protocolo tiene dudas con eso: no hay géneros, hay cargos. Los que están en la foto no son ni hombres, ni mujeres, aunque lo parezcan; son cargos.
—¿Celta o Dépor?
—¡Hombre, Deportivo! Por proximidad, sin que sea un loco del fútbol.
—Autodefínase en pocas palabras.
—Yo creo que soy monotemático para mis cosas. Es decir, la misma profesión, el mismo club, la misma empresa, la misma mujer, la misma familia... No he cambiado nada. Eso sí, me gusta mucho el contacto con la gente.
—Por cierto, eso de nacer en Marruecos...
—Mi padre era militar, pero desde que tenía 1 año vivo en A Coruña. Me siento muy coruñés y de Laxe.
—Ahora que tiene todo el tiempo ¿qué hace?
—No tengo tanto tiempo, la verdad. Me dedico a tres cosas: mi profesión, trabajando para que las generaciones que vienen no encuentren las dificultades que encontré yo. Hago otra parte de voluntariado, con los peregrinos: en la catedral o en el centro de acogida. Y estoy intentando escribir una tesis doctoral, pero con tranquilidad.
—¿Su mejor momento del día?
—Creo que todos. Disfruto mucho de la vida.
—¿Cuál es el lugar donde es feliz?
—Hay muchos, pero voy a decir Laxe. Allí pasé una infancia feliz con mis abuelos, allí llevé a mis hijos de veraneo...
—¿Cocina algo?
—No, los del 51 estamos exentos.
—Dígame una canción.
—Algo de Mozart, una ópera. Così fan tutte.
—¿Lo más importante en la vida?
—La coherencia entre lo que piensas y lo que haces.