Platos con más «violencia gráfica» que el cocido que censuró Instagram
Sabe bien
Tras el revuelo generado por el «cocidogate», repasamos algunos de los productos menos estéticos de la gastronomía española. La cocina gallega también tiene hermanos feos, pero muy sabrosos
31 Oct 2019. Actualizado a las 17:09 h.
Como Chenoa cuando Bisbal la dejó, Richard Barreira se enteró por la prensa. En este caso el tema era menor, pero ha acarreado una polémica casi de la magnitud de la ruptura de los triunfitos. Después de que Instagram censurase la foto del cocido de este gallego por «infringir las normas comunitarias» que incluyen «violencia gráfica», la red social de Mark Zuckerberg pasó de puntillas por la situación y volvió a permitir que los garbanzos y el chorizo campasen a sus anchas por la galaxia digital. Eso sí, Barreira dijo que no recibió disculpa alguna, al menos de manera directa, y descubrió gracias a los medios de comunicación el giro en los acontecimientos.
No es la primera vez que las redes sociales meten la pata de manjera semejante. En el 2016, por ejemplo, Facebook boicoteó un boceto del pintor alemán Hans Holbein en el que aparecía una mano. Imágenes del todo inocuas pasaron repentinamente al ostracismo por razones diversas. Tras el cocidogate, si uno se pone a pensar en platos que podrían sufrir los pormenores del algoritmo de Instagram, vienen a la mente productos y alimentos, por decirlo en cierta manera, difíciles de mirar. Y aunque los más listos saben que no hay que comer por los ojos, para algunos es inevitable perderse en los prejuicios. Repasamos algunos de los alimentos que no han sido bendecidos por la diosa Afrodita. Pero que Instagram los tenga en su gloria.
Lamprea
Se trata del monstruo marino por excelencia, y campa a sus anchas en aguas gallegas, concretamente en el tramo final de la desembocadura del río Miño, donde se nutre alimentándose de la salgre de otros pescados. Pese a su aspecto exterior es un producto especialmente apreciado por grandes chefs de la comunidad como Lucía Freitas (A Tafona), Iñaki Bretal (Eirado da Leña, Pontevedra) o Iván Domínguez (NadO, en A Coruña). Por algo será.
Sesos
Aunque la casquería vive en la actualidad un momento inmejorable, para algunos aún sigue siendo imposible meterse entre pecho y espalda unos riñones, unas criadillas o unas manitas. Los sesos, por supuesto, son para nota, y generan aún más rechazo de lo habitual. De hecho, la receta más popular es esa en la que este producto se reboza, intentando maquillar su aspecto y, por otro lado, dejando un resultado espectacular. Los de cordero son especialmente valorados.
Percebes
Es sin duda el producto que más fobias genera. Antes de ser probado, claro. Para los turistas extranjeros es una verdadera atracción el simple hecho de atreverse a probar manjar semejante. Es el ejemplo hegemónico de que la belleza está en el interior; porque de este crustáceo han llegado a decir que es un insecto, una mutación de un caracol e incluso, un titular que navega por Google lo compara con Kiko Rivera (por eso, al parecer, de ser feo pero rico).
Callos
SIn paños calientes. Las tripas de un animal, así a priori, no tienen muchos adeptos. Hay que saber vender el producto. Y ahí están los callos locales, bien cargaditos de garbanzos, para suavizar tensiones. Sin embargo, más valientes que en la esquina noroeste peninsular, en Madrid por ejemplo, lucen mondongo sin dobleces. Es cierto que bien cocinados, los callos son una delicia, pero la textura echa a muchos para atrás, sobre todo a esos urbanitas que han tenido poca o ninguna relación con los productos de la matanza.
Los límites de la creatividad
Hay veces que un producto es feo, y lo único que se puede hacer es enmascarar su aspecto de algún modo ingenioso o asumir que el físico no tendrá relevancia alguna una vez pase del cubierto a la boca. Pero cosa distinta es ponerle ganas a hacer de un emplatado algo esperpéntico. Esto es, al menos, lo que pensó el community manager de la Guía Michelin de Reino Unido cuando vio esta obra. «Basta ya» era el mensaje que acompañaba a una imagen que habla por sí sola. Pertenece al restaurante Falco de Leipzig (Alemania), que tienen dos estrellas Michelin. Se trata de un postre elaborado con tomate tamarillo helado con champán servido sobre una capa de arena de nueces tostadas, setas y polvo de algas, encima de la chancla. Su precio era de 11 euros.