La Voz de Galicia

José María Fonseca, 30 años de Terras Gauda: «Ya conseguí que casi nada me quite el sueño»

Sabe bien

J. M. ORRIOLS

influenciado por los cursos de viticultura y enología que impartía el Inem, organismo del que era director para la provincia de Pontevedra, decidió dar un vuelco a su vida y enfocarla hacia el mundo del vino. «Pensé que en Galicia teníamos oro líquido y que había que darle una nueva dimensión»

08 Jun 2020. Actualizado a las 14:27 h.

Cuando José María Fonseca le dio un giro a su vida comenzó la aventura y nació Terras Gauda, uno de los vinos más reputados de Galicia y presente ya en más de 70 países de todo el mundo. «Elegimos O Rosal- explica el bodeguero- porque entonces, y también ahora, son los vinos más fieles a la tierra de la que proceden. Hay que tener en cuenta que esta zona del bajo Miño es la que más horas de sol tiene en Galicia y que el suelo es una franja de pizarras y esquistos, que le da menos acidez al vino, con una excelente evolución en aromas y sabores. También porque me gustaba esta comarca a la que nos llevaba mi padre, que era médico en Ourense, a pasear, comer y beber buen vino los fines de semana».

 

-¿Y por qué Terras Gauda?

-Este nombre fue el resultado de una reunión de márketing casero de hace 30 años, cuando una noche, con el proyecto en su fase inicial, estábamos en mi despacho, con unas botellas de vino, por supuesto, para buscar una marca. Barajamos muchas, pero siempre volvíamos a una que nos remitía a la tierra y a la zona geográfica. Era Terras Gauda, que encajaba perfectamente por dos circunstancias: una porque era el nombre con el que los suevos llamaban a A Guarda y la segunda, porque, si íbamos al latín, Gauda significaba alegría. No le dimos más vueltas y Francisco Mantecón se encargó de hacer un boceto de lo que podría ser la etiqueta. Después yo hice el texto y, para darle prestancia, decidimos envolverla en papel blanco, pero que fuese transparente.

 

Pepe Hidalgo

Y para dar pasos seguros con su proyecto, Fonseca buscó la colaboración de los mejores. «Llegué a Pepe Hidalgo, -continúa- a través de Juan Pita que era compañero mío en una granja experimental en Ponteareas y me fui a Madrid a que me diera su opinión sobre el proyecto. Tanto él como su padre, Luis Hidalgo, dos autoridades a nivel mundial en viticultura, me dijeron que era totalmente acertado, lo que me dio un empuje extraordinario. Buscamos terrenos para plantar en grandes extensiones y dimos con los montes en mano común de Goián, en el ayuntamiento de Tomiño y, al año siguiente, ya vinieron los propietarios de la parroquia vecina de Eiras para ofrecerse. La primera plantación fue de 30 hectáreas y ahí comenzó todo...

 

-¿Vinos de O Rosal y no albariño?

-El albariño es la uva dominante, eso es cierto, pero nosotros quisimos elaborar un vino que mostrase lo mejor de la tierra y, basándonos en esta uva, lograr un vino exclusivo, que se distinguiese del resto y creo que la caíño y la loureiro son el complemento ideal. Hoy se demuestra que hemos acertado, aunque muchos consumidores siguen confundiendo un albariño con nuestro vino. Esta confusión no nos perjudica porque, a nivel mundial, lo más importante es que nos asocien con los vinos gallegos, que son espléndidos.

 

-Pero en aquel tiempo los vinos de O Rosal eran espumosos.

-No, nunca fueron gaseados, se confundieron con unos que elaboraban unas bodegas de Vigo que se llamaban Rosales y que tenían mucho éxito porque un equipo de baloncesto de aquella época se llamaba así. Esto, no cabe duda, nos perjudicó, porque el cliente estaba engañado. Pero duró poco. En el año 1993 inauguramos parte de la nueva bodega y ya todo cambió, porque empezamos a crecer.

 

- Fue una apuesta arriesgada.

-Por supuesto, pero salió bien, fundamentalmente porque creí en lo que estábamos haciendo. Queríamos sacar provecho de un gran potencial que no se estaba valorando en Galicia. Se incorporó Enrique Costas y poco después Emilio Rodríguez Canas. Nuestra estructura creció, y acometimos nuevos proyectos, potenciando además, la investigación y el desarrollo. Es la mía una historia de vino, de pasión y superación. Siempre opté, por conservar mis colaboradores, por aquello de «si algo funciona, para qué cambiarlo». Tengo personal que lleva toda su vida en la bodega y siguen siendo piezas fundamentales.

 

-Y recientemente se incorporaron sus hijos, Carmen y Antón.

-Como la empresa fue creciendo fuimos incorporando a más gente. Así entraron mis hijos, porque pienso que asegurar la sucesión es fundamental. En nuestra empresa lo más importante no es el vino, es el equipo humano. Yo estoy todo el día volcado en la bodega, pero ahora, sobre todo con la llegada de Antón y Carmen, ya conseguí que casi nada me quite el sueño. Poco a poco voy soltando lastre, lo que no quiere decir que no me preocupe y me ocupe del día a día de Terras Gauda. Pero lo cierto es que delego todo lo que puedo, porque veo que lo están haciendo perfectamente. Vamos, como a mí me gusta y siguiendo la filosofía que nos llevó a crear la marca.

 

-Con este proceso de expansión llegan tres nuevas bodegas. ¿ Habrá más?

-Es que nuestro equipo es ambicioso y tiene mucha ilusión y fe en las posibilidades de crecimiento. Tenemos una base firme y creemos que esta es la mejor manera de hacer país. Además, pienso que el movimiento es el futuro. Si estás quieto, mueres. Incorporamos Pittacum en el Bierzo, elaborando vinos con Mencía, una uva tinta que no estaba suficientemente valorada, pero que está demostrando que consigue excelentes vinos y cada vez más valorados, no solamente en nuestro país, sino también en los mercados internacionales, especialmente en los Estados Unidos. También adquirimos Quinta Sardonia en Ribera del Duero, todo un referente de los grandes tintos españoles y Heraclio Alfaro, la última bodega que compramos en La Rioja, es la cuarta pata que faltaba para poder consolidarnos entre los grupos a tener en cuenta en el panorama vinícola nacional e internacional.

Y con una copa de Terras Gauda etiqueta negra, un exquisito vino blanco, con crianza en roble francés, seguimos charlando, porque Fonseca es un gran conversador, cercano, sin prisa, imaginativo, ingenioso «cuando me preguntaban de niño qué quería ser de mayor, yo decía que futbolista como todos», dice riéndose. Nos habla de su afición por la música, ya que toca el saxofón con un grupo de amigos, pero al final, inevitablemente sale el vino, que es su gran pasión.

 


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