Reválida antes de emigrar
Grada de Río
Iago Aspas busca su primer gol en un derbi antes de abandonar el Celta
14 Mar 2013. Actualizado a las 07:00 h.
Los derbis tocan a su fin para Iago Aspas (Moaña, 1987). Salvo novedad mayúscula el moañés jugará mañana su cuarto y último clásico. Y lo hará con cuentas pendientes. El hombre que evitó la desaparición del Celta con sus dos goles al Alavés cuando la Segunda B estaba a la vuelta de la esquina y el futbolista que con sus 23 goles devolvió al equipo a la élite tras un lustro, todavía no ha sido capaz de celebrar un tanto. Tampoco de abrazar un triunfo. Dos derrotas y un empate es un bagaje.
Tampoco ha brillado, algo raro para un jugador que absorbe la práctica totalidad del fútbol ofensivo del Celta. En las dos primeras entregas fue Diego Colotto quien le ganó la partida. En el primer duelo incluso llegó a admitir que la motivación le había pasado factura. En octubre pasado, ya no estaba el argentino en las filas blanquiazules, pero tampoco pudo con Marchena, con quien tendrá que rivalizar mañana sobre el verde de Riazor.
Para que apruebe su asignatura pendiente Abel Resino, su entrenador, le ha pedido tranquilidad. «Le he dicho que esté tranquilo, que no se obsesione con los derbis o ese tipo de cosas. Que haga lo que el sabe y punto», comentó el entrenador, que ya había apostado por la misma medicina para sacarle del bache anotador a su llegada.
Iago lleva en la sangre su celtismo y los derbis. Los ha mamado desde los ocho años en las gradas de Balaídos. Como aficionado y como el hermano de Jonathan, ahora su agente, aunque con vericuetos legales por resolver.
El moañés ha vivido este tipo de contiendas desde infantiles. Año a año. Categoría a categoría. Incluso siendo jugador del Celta B pudo vivir una convocatoria para el último clásico en Primera antes del descenso, pero su carácter le traicionó en Barreiro. Vázquez era el entrenador de los celestes.
En los tres últimos derbis sus palabras no han pasado indiferentes. Cada declaración ha generado controversia -especialmente antes del primer duelo con el aplauso de la patada de Vagner a Tristán- hasta el punto de que el club le ordenase silencio antes del clásico de octubre. Esta semana se le ha visto tranquilo, como asumiendo que tiene que aislarse los más posible sabiendo que los derbis tocan a su fin para él.
A lo largo de estos dos años Aspas ha crecido más que nadie dentro y fuera del campo. Solo desde esa madurez puede entenderse que aguantase con cuatro amarillas desde hace un mes para poder llegar al derbi. Del mismo modo ha agigantado su figura. A estas alturas ya es el mejor debutante de la Liga con diez dianas, una cifra a la que no llegaba ningún goleador gallego desde hace cuatro décadas. Porque por primera vez Aspas ya se ve a si mismo como un delantero. Se ha despojado de la indumentaria de asistente desde la media punta para aprender a convivir con la presión del gol.
Frente al Real Madrid rompió el domingo otro muro que le perseguía, el de marcar a un grande, y mañana tendrá la última oportunidad para derribar otra tapia de igual dimensión. Todo pasa porque Iago se comporte como Aspas durante los 90 minutos. Con su descaro, sus cambios de ritmo y su capacidad para sorprender. Otra reválida antes de hacer las maletas. Le queda una bala.