Tras la revolución celeste llegó el sonrojo
Grada de Río
La desidia presidió a un equipo sin identidad y entregado
27 Sep 2013. Actualizado a las 07:00 h.
Un espectáculo desolador fue el que ofreció ayer el Celta en Getafe. Cayó derrotado ante un rival menor y que encontró la fortuna en el agujero negro que es la estrategia céltica. Los goles encajados a balón parado solo fueron la guinda a una antología del disparate cuyos cimientos llevaron el sello de Luis Enrique. El técnico, en un ejercicio de frivolidad, decidió sentar a los ases de su baraja y alineó un once plagado de jugadores que hasta el momento compaginaban la banqueta con la grada, y que no hicieron mérito alguno para enmendar esa situación. Fue un ejercicio de desidia desde el banquillo hasta el último rincón del césped.
En el Coliseum, se vio al Celta menos competitivo de lo que va de Liga. Un equipo que transmitió una sensación plomiza y de desgana que rozó el sonrojo. Como si de un amistoso se tratase, Luis Enrique se echó la manta a la cabeza y montó una defensa en la que prefirió dar la titularidad a Bellvís a pierna cambiada en vez de a un Jonny que el curso pasado había sido titular tras la lesión de Hugo. Sentó a Fontás y decidió que el centro de la zaga debía ser para Costas y un Cabral que nunca habían formado pareja.
El maremoto de cambios siguió con la presencia de Madinda en el trivote acompañando al recuperado Oubiña y a Kronh-Dehli, y acabó en los últimos metros. En un ejercicio casi de imprudencia Lucho se sacó de la manga un ataque en el que solo Rafinha parecía tener ganas e ideas, puesto que sus compañeros de viaje eran un Orellana al que por arte de magia el técnico ha sacado del ostracismo a la titularidad, y un David Rodríguez al que le faltan minutos y gol.
En un duelo plomizo, casi al fallo, ante un rival que desconoce la presión y al que bien podrían haber superado los célticos a poco que lo intentasen, el Getafe sacó a relucir los colores en dos acciones a balón parado. Porque, por difícil que resulte creer, el equipo vigués sigue sin ser capaz de defender las jugadas de estrategia. Claro que ayer, ni nada ni nadie se salvó.
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