Unzué se enfrenta al pesar causado por un desengaño
Grada de Río
05 Mar 2018. Actualizado a las 18:35 h.
Unzué ya ha alternado a los centrales de forma compulsiva, como quien los pone en la batidora para ver qué pareja presenta en la mezcla mejor color. Hasta invertir los términos entre el ostracismo de Roncaglia y los galones de Fontás para el guión de salir siempre con la pelota jugada. Sea con tiki-taka o con taki-cardia. Que cuando la doctrina abraza al fundamentalismo, y dar un pelotazo a tiempo merece lapidación, lo mismo da que te puedas permitir sobar la pelota en una coreografía horizontal que tengas a un ejército rival poniéndote el aliento en la nariz. Hasta que hace un par de fechas se escuchaba al navarro recriminarle a Rubén que no la golpease en largo. Ya ha barajado el medio del campo, con la compañía de Lobotka y Wass en la silla coja. No parece, llegando la primavera, que ni Radoja, ni el Tucu, ni Jozabed le hayan convencido más allá de un rato. También removió la lanza. Alejando a Iago de la banda, en la que se desesperaba, y aproximándolo a dónde resulta letal. O administrando, progresivamente, los minutos de Emre ante el declive de Pione, clave en las asistencias durante la primera vuelta. Si de algo no se puede acusar por tanto a Unzué, es de inmovilismo. A la altura de la jornada 21, sus números superaban cómodamente a los de Berizzo, Luis Enrique o Paco Herrera en sus temporadas como debutantes. Y, sin embargo, llegada la hora de la verdad, el equipo se diluye y parece haberse dejado su documento de identidad en alguna esquina. Va a Vitoria y regala una hora. Viaja a Getafe y el previsible manual de Bordalás se cena la pizarra de Unzué, que se quejaba a la salida de la falta de capacidad competitiva de los suyos. Maxi y Aspas rescataron los puntos ante el Éibar en otro día con más dudas que certezas. Girona solo vino a corroborarlo. Sin argumentos, sin reacción y sin mordiente, el Celta se enredó en la tela de Machín y cayó fruto de un error. El vagón europeo toma velocidad justo cuando el Celta parece haber entrado en punto muerto.
Dejémonos de milongas y de ese cinismo que tan bien gastamos. Llegara el técnico que viniera, después de los últimos años del que se iba, cubrir expectativas era un ejercicio de ilusionismo. Pero tampoco seamos condescendientes. A Unzué le falta un gramo de autocrítica cuando lo que propone, falla y no encuentra esa tecla por la que se ganan puntos desde el banquillo. La inversión en fichajes está ahí. Y el matiz del fracaso a la decepción no deja de ser, con perdón, una carallada semántica. Decepción, dice la RAE, es el pesar causado por un desengaño. Pues eso.