Épica exhibición de celtismo
Grada de Río
La afición del Celta protagonizó un gran recibimiento al equipo antes de un partido que acabó siendo mágico
31 Mar 2019. Actualizado a las 05:00 h.
El recibimiento que la afición del Celta brindó ayer a su equipo merecía el premio de un partido épico y, aunque con suspense, así fue. Porque aunque todo se torció muy pronto sobre el verde y dos goles del Villarreal eliminaron -momentáneamente- de un plumazo la ilusión que la Reconquista había generado, lo mejor estaba por llegar en una segunda parte para la historia. Y de nuevo con Aspas protagonista.
Unas horas antes de que el moañés volviera a hacer creer en la salvación hasta al más iluso, la bienvenida al equipo había sido de las más multitudinarias y vibrantes que se recuerdan. Si a alguien que no hubiera estado en ninguno de los dos le pusieran imágenes del recibimiento al Celta en la semifinal de la Europa League y en el de ayer, difícilmente se podría diferenciar uno del otro. Con la salvedad de un cántico que sonó mientras los jugadores bajaban del autobús: «El Celta es de Primera».
Pero la fiesta que continuaría tras el partido con un paréntesis en forma de primera parte había comenzado mucho antes. A eso de las 16.00 ya no eran pocos los celtistas en las inmediaciones de Balaídos. Algunos de previa en los bares, otros esperando a que abriera la tienda. Todo amenizado por un grupo de gaitas de Celanova que animaba la espera mientras no llegaba la multitud. También había pintacaras que hacían las delicias de los más pequeños y no solo.
A medida que los celtistas fueron tomando posiciones en los aledaños del estadio, muchos llegados en lanzaderas desde la fiesta de la Reconquista, ya no hubo pausa. El Aspas on fire sonaba fuerte en las gargantas de un celtismo ansioso por su reaparición y que anhelaba un partido como el que les iba a regalar su gran estrella. Tampoco faltaron el Miudiño, el Decime qué se siente, el Himno, la Rianxeira ni ninguno de los grandes clásicos imprescindibles en cualquier reunión celtista. Había niños, ancianos, hasta algún aficionado al que las muletas no le impedían saltar al ritmo del resto.
La llegada del autobús fue la apoteosis. Desde la calle Fragoso hasta la puerta entrada de los jugadores, un mar de aficionados celestes les hacía un enorme pasillo. No faltaron las bengalas ni la emoción. Varios jugadores lo recogían en las redes minutos más tarde. «No nos merecemos a esta gente», decía Iago después del partido.
Y si alguien hizo vibrar a la afición y pasar de la más absoluta decepción a la euforia fue el moañés. Porque dos goles en los primeros minutos hicieron mella en el ánimo de un estadio que desde antes del pitido inicial, también dentro del campo, estaba volcada. Fue inevitable que con los mazazos en forma de tantos visitantes cundiera el desánimo e incluso asomaran algunos pitos. Como siempre, otros respondieron con aplausos.
Pocos imaginarían en el momento del paso por vestuarios lo que vendría después. Incluso con el 1-2 del moañés, que podía haberse quedado en maquillar un partido y demostrar una vez más el significado que tiene para este equipo. Pero llegó el gol de Maxi y el estadio se levantó como pocas veces. Entonces sí, se visualizaba la remontada. Rugía Balaídos tratando de impulsar a los suyos hacia cada balón.
La tensión alcanzó su punto máximo con un penalti en una acción que debió ser revisada por el VAR. Y se vivieron instantes no aptos para cardíacos y que se hicieron eternos para todo el celtismo. Finalmente el colegiado señaló la pena máxima y Aspas convirtió. La explosión alcanzó su máxima efervescencia. Hasta cuatro veces gritó el speaker el nombre del moañés, que minutos más tarde se iba al banquillo emocionado. Acababa de firmar otra de sus grandes noches como celtista en su partido 300.