Cuando el padre de la mitad de Andy y Lucas vestía de celeste
Zona Celeste
El excéltico Pedrito, que bautizó a su hijo cantante en honor a Pichi Lucas, recuerda los años que pasó en Vigo como jugador y entrenador del Celta
24 Jul 2015. Actualizado a las 01:13 h.
La mitad del dúo Andy y Lucas suele comentarlo orgulloso: «Mi padre fue futbolista del Celta». Y nada menos que durante ocho temporadas, que son las que jugó Pedrito González (Córdoba, 1940) en el club. Luego sumó unas cuantas más como entrenador de la base e incluso del primer equipo. Uno de sus hijos nació así en Vigo y el resto se trasladaron «con pocos días». Es el caso del cantante, que conoció la ciudad ya en su infancia y que recibió su nombre en homenaje a Pichi Lucas, a quien Pedrito descubrió deportivamente.
«Pichi es un chaval extraordinario. Lo tuve en el Gran Peña y le dije que le iba a poner Lucas a mi hijo por él y que iba a ser el padrino», recuerda Pedrito, que hoy tiene 75 años. La segunda parte no se pudo cumplir finalmente, al menos de manera oficial. «Vinieron a jugar un partido a Huelva y le partieron la mandíbula, así que se lo llevaron rápido a Vigo y no se pudo quedar al bautizo del niño. El padrino fue Bermúdez, otro compañero del Celta que era portero, pero para mí siempre lo ha sido Pichi», revela el exfutbolista.
Cuenta Pedrito que Lucas le dio un disgusto cuando le dijo que dejaba el fútbol. «Jugó en el Cádiz juvenil y no es pasión de padre, pero técnicamente era muy bueno. Un poco flojo, esa es la verdad. Si la raza y todo lo que pone en el escenario lo hubiera puesto en el fútbol, no hubiera sido cantante». Un buen día le comunicó que dejaba el deporte: «''Te voy a dar una mala noticia'', me dijo. Entonces ya estaba con la música, pero yo no lo sabía».
Tanto Lucas -«en Vigo le querían mucho, era graciosísimo», rememora- como el resto de los hijos de Pedrito son celtistas, como él. «Todos mis niños son del Celta, claro. En mi casa se respira celtismo. Y mi mujer es muy andaluza, pero para ella Vigo es lo mejor». ¿Y él? ¿Sigue pendiente del que durante tantos años fue su equipo? «¡Por favor! Por supuesto que sí. Lo primero que hago cada fin de semana es ver dónde lo televisan y ya lo estoy poniendo». Como cualquier celtista, ha disfrutado de lo lindo en los últimos años. «Estoy muy contento, porque están jugando muy bien en las últimas temporadas. Además, ya he visto el calendario y el inicio no es difícil», constata.
Pedrito viaja a Vigo cada Navidad para la comida que organiza la Agrupación de Veteranos. «No me llegan los minutos y las horas para estar con todos los amigos que tengo ahí. Esta última vez ha sido más triste porque faltaba Hidalgo, que ha fallecido», lamenta. Se juntan unos 200 -«los de allí, como Sánchez, Doblas, Villa, Juan... Y los de abajo, que subimos»- y en alguna ocasión ha acompañado su hijo Lucas. «Una vez, por ejemplo, le coincidía actuar en Pontevedra, me lo llevé y cantó y todo. Ver juntos a Pichi y a mi hijo fue increíble».
«En el Celta pasé los mejores años de mi vida»
González asegura que en Vigo pasó «los mejores años» de su vida. Y eso que había quien no le auguraba una etapa larga en ciudad como la que finalmente cumplió. «Mi compañero Blanco, que había estado allí anteriormente, me dijo que no duraba en el Celta ni un año. Se quivocó un poco bastante», celebra el excéltico.
Reconoce que le costó adaptarse. «Balaídos tenía dos metros de fango. Para coger el balón había que darle muy fuerte y meter el pie debajo. Y luego estaba la lluvia, que yo le decía a mis compañeros ''¿pero aquí no escampa nunca?''. Y venga agua y más agua». Sin embargo, hubo dos claves que le hicieron la estancia más llevadera desde el principio. «Lo primero, el paisaje, que eso es tremendo. Parece un nacimiento, todo verde con las casitas, maravilloso. Y luego la comida. Íbamos a un restaurante en las Traviesas que ya no existe, y la primera vez la señora Felisa nos puso un pote galelgo, un plato de callos... Yo le decía que no comía todo eso ni loco. Pero estaba fabuloso».
Sus mejores momentos como futbolista céltico fueron tres: el ascenso a Primera -de sus ocho años, los cuatro primeros fueron en Segunda y los cuatro últimos en la máxima categoría-, el debut en la UEFA y alcanzar la semifinal de la Copa del Generalísimo. «Fueron momentos históricos. La Uefa era algo novedoso en Vigo, tuvimos mala suerte y un árbitro un poco... En la Copa tuvimos a toda la ciudad esperando para recibirnos». En el otro extremo, el asesinato de Quinocho -«mi mujer se desmayó cuando se lo dije, menos mal que tenía un sillón cerca»- y su cese como entrenador. «Llevaba 25 años entre técnico y jugador, dándolo todo por el club, llega alguien a quien no le caes bien y no llegué ni a los turrones, como suele decirse. El momento en que te anuncian que dejas de pertenecer al Celta es el sabor más amargo de mi etapa en el club. Pero el balance es muy positivo».
De la época como futbolista hay una anécdota que recuerda especialmente: solo marcó un gol en su carrera -era defensa- y fue con el Celta a su exequipo, el Cádiz. «Me había dado un tirón y así atrás no se podía estar, así que me pusieron delante para estorbar y eso». Y supo sacarle partido a la situación. «Me llegó un balón, me escapé cojeando y metí el gol. Así fue la cosa», recuerda divertido. Ganaron 5-0 en una de las muchas tardes inolvidables que el ahora más conocido como padre de la mitad de Andy y Lucas vivió vestido de celeste.