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Rembrandt van Rijn: Luces y sombras de un maestro del barroco

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Rembrandt van Rijn, considerado uno de los mayores maestros barrocos de la pintura y el grabado, celebra su 407 aniversario con un doodle de Google

09 Sep 2013. Actualizado a las 11:28 h.

Rembrandt van Rijn celebra su 407 aniversario y Google ha rendido homenaje a uno de los maestros barrocos dedicándole su doodle. El pintor más famoso de la historia holandesa, nacido el 15 de julio de 1606 en Leiden (Holanda) firmó obras inmortales como La Dánae o La ronda de noche.

En el medio de tanta vorágine de actividad cultural la figura de Rembrandt van Rijn, el genio del claroscuro, el hijo del molinero que removió en pleno Barroco los cimientos del arte, regresa desde su pedestal de mito romántico, del que muchos se empeñan ahora en bajarle para dejar a un lado su desgraciada vida y subrayar su papel de genio creador en constante búsqueda.

La imágen de Rembrandt van Rijn sucumbido ante una serie interminable de desgracias (la muerte de un hijo y de dos hijas de cora edad, seguida de la de su gran amor, su mujer Saskia; así como el declive económico que le llevó a la bancarrota) no hace más que empañar la verdadera esencia de su obra.

Rembrandt van Rijn no se consideraba un artista que se expresase a sí mismo en el arte. Era un genio en constante búsqueda a través de las diversas técnicas y estilos y él elegía su estilo en cada momento. Su misión, como la de otros autores de la época, fue la de renovar una gran tradición que

había comenzado en la época clásica griega. Y lo hizo manejando como nadie el claroscuro, al igual que el maestro y rival Caravaggio. Se divertía trazando las marcas dejadas por la experiencia mundana: las señales que otorgaban al rostro humano una gran riqueza». Pero además, Rembrandt van Rijn, que antes de los veinte años ya dijo a su padre lo que quería ser, «pintor histórico», fue también un gran mago de la luz y el movimiento.

Volver a resucitar, 407 años después, la esencia de Rembrandt van Rijn es subrayar también su papel, de algún modo, precursor de la fotografía. Es esa magia para captar un instante en el tiempo la que hace que su pincel hiciese, en muchas ocasiones, de cámara fotográfica. Se anticipa a la fotografía en la creencia de que la totalidad de un carácter puede insinuarse por la revelación de un solo instante. Congelado en una imagen, este sencillo momento tiene el poder de sugerir la continuidad de una vida de la que ha sido selectivamente extraído, encarnando los valores de la modernidad, la franqueza, la seriedad y la honestidad, como contrapunto a la hipocresía y la retórica de la reinante tradición católica. Aquella época y la sociedad de la misma, le vinieron como anillo al dedo a Rembrandt van Rijn para convertirse en el artista más solicitado del país poco tiempo después de llegar a Leiden desde Amsterdam, en 1931.

La competencia

Hacia 1630, los oligarcas de la casa del canal de Amsterdam empezaron a buscar una inmortalización algo más atrevida. Algo que se ajustara mejor a su convicción de que era los nuevos amos de los bienes del mundo. Rembrandt van Rijn, que por entonces tenía unos veinticinco años, aprovechó la oportunidad que le ofrecía esta dura clientela y con ello reinventó el canon del retrato. Retrataría a los burgueses otorgándoles la grandiosidad de los aristócratas italianos, pero sin su vanidad. A cien florines por retraro, el negocio era redondo y su especialización le hizo alcanzar un nivel de virtuosismo impresionante, con un estilo inconfundible y un manejo privilegiado del lenguaje corporal, a juzgar por lo mucho que sus personajes nos dicen con sus rostros y sus manos. Ningún pintor de su siglo miró al rostro humano con mayor profundidad que Rembrandt van Rijn.

Quizáz fue el afán de superación lo que llevó a Rembrandt van Rijn a ir muchas veces en contra de la moda, y su originalidad radica precisamente en que sus experimentos con la pintura eran, en el sentido más profundo, creativamente desobedientes, instintivamente libres. Solo él podría haber creado la antipose, convirtiendo incluso a las diosas en mujeres con piel de gallina, de carne y hueso. Este paseo por los límites entre el arte y la vida real es uno de los grandes atractivos de la pintura de Rembrandt van Rijn, que ha demostrado por sí misma que 407 años después sigue más viva que nunca, en cada pincelada, en cada rostro, en cada gesto.


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