Adieu, monsieur Sarkozy!

El cuartel general de los socialistas franceses en la Rue de Solferino y más tarde la emblemática plaza de la Bastilla se convirtieron ayer en escenarios de la celebración eufórica con que los franceses recibieron la elección de François Hollande. Puñados de rosas rojas para el vencedor y pancartas con eslóganes que, ya con un provisional 51,7 % de los votos a favor, renovaban su significado: «El cambio es ahora».

París despidió a Nicolás Sarkozy, el mandatario de zapatos con alzas y michelines pasados por photoshop en las revistas de papel couché. Una vida de lujo a bordo de yates y dinero libio a reventar en los bolsillos. Políticas poco sociales para un pueblo acostumbrado a colgar el cartel de «Fermé pour grève» y una personalidad excesiva que le hizo caer en el insulto («¡pobre imbécil!» fue la frase que dedicó a un ciudadano que rehusó estrecharle la mano).

El triunfo de François Hollande puede y debe abrir un nuevo tiempo de esperanza para Europa. Pero muy probablemente el gran cambio que el socialista prometió ayer se dé de bruces con la llamada al orden de Berlín.