La Voz de Galicia

Una herencia envenenada para Xi Jinping

Internacional

E. C. Pekín / Corresponsal

09 Nov 2012. Actualizado a las 07:00 h.

Es difícil pasar a la historia cuando la mayor virtud de un líder es no haber cometido errores importantes. Hu Jintao no ha caído en ninguno del tamaño de la Revolución Cultural de Mao o de la masacre de Tiannamen que empañó el fin del mandato de Deng. Pertenece a la primera generación de líderes sin pasado revolucionario. Nacido en 1942, apenas tenía 7 años cuando se fundó la República Popular, por lo que representa a un perfil de políticos desprovistos del aura de los que intervinieron en la guerra civil.

Ingeniero de profesión, desciende de una familia de comerciantes de té de la provincia de Anhui, una de las más pobres del país. Obediente, disciplinado, discreto? Las descripciones de su carácter reservado se repiten en los perfiles biográficos. Es como si no hubiese nada que destacar de él. Tampoco nada que ocultar.

Tras participar en la construcción de presas y carreteras durante la Revolución Cultural, obtuvo su primer cargo relevante en 1974. Su falta de implicación en los excesos de la Revolución Cultural favoreció su entrada en el gobierno reformista de Deng Xiaoping, cuyo apoyo lo protegió cuando su mentor, Hu Yaobang, cayó en desgracia.

Su lado más oscuro salió a la luz en 1988, cuando fue designado secretario general en Tíbet. Fue el primer civil que Pekín se atrevió a poner al frente de la Región Autónoma, lo que no le impidió reprimir las revueltas sin que le temblase el pulso. Desplegó tropas y decretó la ley marcial, provocando al menos 40 muertos. En esos años ganó el impulso para llegar a lo más alto. Su perfil bajo favoreció que en 1992, a los 49 años, se convirtiese en el miembro más joven del comité central.

Aún sin ser muy popular, accedió a la secretaría general en 2002. Desde entonces, hace ya una década, China se convirtió en la segunda economía del mundo. Ahora hay 251 multimillonarios, más que en cualquier otro país del mundo. Aunque su crecimiento se está desacelerando, el país ha crecido por encima del 10% las dos últimas décadas y mantiene una envidiable tasa de paro del 4%. El Gobierno, consciente de la crisis internacional, ya manifestó su disposición a reformas que cambien el modelo productivo, para no depender de las exportaciones. China cuenta ya con una clase media de 400 millones de personas que forman uno de los mercados más grandes del mundo.

Sin embargo, el extraordinario crecimiento económico perderá todo su sentido si la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. El último censo de 2011 reflejó que por primera vez en la historia china hay más residentes en las zonas urbanas que en las rurales. De los 690 millones de personas que habitan en las ciudades, 250 son emigrantes de otras provincias, que están excluidos de servicios básicos como la educación o la sanidad. También se extiende la corrupción: las cifras oficiales hablan de 660.000 funcionarios y políticos investigados por este motivo en los ultimos cinco años.

Si las inquietudes democráticas aún no han movilizado a la población, sí lo ha hecho el medio ambiente. China alberga a las 16 ciudades más contaminadas del planeta, la calidad del aire es pésima y la preocupación por los escándalos alimentarios no cesa. Un funcionario aseguró que el número de movilizaciones por protestas medioambientales aumentó un 30% cada año la última década. La cifra oficial de protestas fue de 180.000 en 2011.

Los chinos han aceptado el autoritarismo del Partido a cambio de la prosperidad y la recuperación del prestigio de China como nación, un sentimiento patriótico que alcanzó su cénit con las Olimpiadas de 2008. La mayor parte de sus habitantes ven con buenos ojos la deriva nacionalista de la política exterior. De los numerosos conflictos territoriales que hay en el Pacífico el más preocupante es el abierto con Japón por unos islotes. China necesita energía para seguir creciendo y reclama un papel dominante en el Pacífico frente al despliegue de EE.UU., que pronto concentrará en este océano el 60% de su fuerza naval.

No obstante, no existe la independencia judicial, la superioridad del Partido está por encima de la separación de poderes y la incapacidad del Gobierno para cumplir y hacer cumplir la ley genera un sentimiento de inseguridad y desamparo que poco o nada tiene que ver con el concepto de sociedad armoniosa de inspiración confucionista del que tanto le gusta hablar a Hu. Se marchará sin encontrar el equilibrio entre el autoritarismo y la democracia al estilo occidental, cuando ya han transcurrido 23 años de la matanza de Tiananmen.


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