Elecciones en Alemania: Europa sufre un espejismo
Internacional
Los resultados de hoy no cambiarán en esencia la línea de Alemania hacia la UE
22 Sep 2013. Actualizado a las 07:00 h.
Alemania completa hoy el círculo que empezó a abrirse en mayo del 2010, cuando los británicos se pronunciaron en las primeras elecciones de relieve tras la irrupción de la crisis en Europa. Pasaron solo tres años pero, si intentara ponerse el traje que usaba entonces, la UE de ahora no encajaría dentro. A escala nacional todos los países importantes que pasaron por las urnas dieron la puntilla a sus gobernantes.
En el ámbito comunitario se abrió una zanja entre los socios que forman parte del euro y los que están fuera. Los que comparten la moneda se han visto a su vez segregados por un muro invisible que los divide en dos categorías enfrentadas y que, al decir de algunos, guarda semejanzas con el que separó al Este y al Oeste durante la guerra fría: los del norte y los del sur, acreedores y deudores, los que dictan los recortes y los que los sufren. El eje franco-alemán se volatilizó por la asombrosa falta de pulso que ha mostrado Hollande tras la grandilocuencia de su antecesor, lo que, unido al narcisismo insularista del Reino Unido, fabricó una situación imprevista que ha debido hacer temblar a los padres fundadores en sus tumbas.
La Unión y el euro, que fueron concebidos para sujetar el poder de Alemania dentro de Europa, han tenido el efecto contrario de hacerla más dominante que nunca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Situación buscada
Existen discrepancias sobre si es una situación buscada por Berlín. Entre los que piensan que sí destaca el sociólogo Ulrich Beck, quien sostiene que la canciller Merkel explotó la crisis de la deuda para remodelar las relaciones de poder en Europa. Habría utilizado para ello un método que él denomina «merkiavélico» y que consistiría en la inacción o, a lo sumo, una política de «kleine schritte», pequeños pasos, con el objetivo de situar a los aliados al borde del precipicio y obligarlos a aceptar sus reglas a cambio de que eviten la catástrofe.
El resultado, resume, es una Europa alemana y no una Alemania europea, como quería Thomas Mann. A su juicio, Washington, Pekín o Moscú ya no tienen que preocuparse de a quién llamar en Europa porque, de repente, tiene un teléfono. Está en Berlín.
Beck no es un aventurero. En La quinta Alemania, libro del que es autor, el periodista Rafael Poch cita el caso de Christoph Schönberger, un jurista influyente entre la elite germana, que viene a darle la razón. Hegemonía, escribió Schönberger, ya no es un concepto imperialista sino constitucional. El papel alemán en Europa debería ser como el de Atenas en la liga naval ática, como el de Holanda en las provincias unidas o como el de Prusia en Alemania.
Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo con Beck. El historiador británico Timothy Garton Ash sostiene que Alemania carece hoy de las ambiciones expansionistas de tipo geopolítico que desataron tormentas de guerra en el pasado. A su juicio, se ha visto empujada en contra de su deseo, y por razones objetivas ajenas a su voluntad, a una situación de liderazgo que se resiste a ejercer. Motivo: ser la única economía de la eurozona con capacidad de enderezar los errores de diseño con que nació la moneda única y de corregir las desviaciones a que dieron lugar.
Este es el diagnóstico también de The Economist, que en un número reciente bautizó a Alemania como un «hegemón renuente» al que la sola idea de liderar el continente le produce pesadillas: líder en alemán se dice «Führer». Abunda en ello otro historiador, Mark Mazower, autor de un libro de referencia sobre la historia europea del siglo pasado, La Europa negra, y uno de los que más empeño ha puesto en combatir la idea de que asistimos al nacimiento del IV Reich. El principal problema al que se enfrenta la UE, argumenta, es que Alemania no asume las «responsabilidades» que se derivan de su peso justamente para no repetir la experiencia nazi.
En cualquiera de los casos, lo haya buscado ella o no, Alemania ha empezado a representar el papel de maestro de escuela de Europa que Bismarck le pidió expresamente que evitara, dice Garton Ash. Bajo su magisterio se ilegalizó una corriente entera de pensamiento económico, el keynesianismo, y los socios tuvieron que llevar a sus constituciones la prohibición de recurrir a las armas que brinda para combatir recesiones como la actual. Golpes tecnocráticos aparte, Berlín abandera una contrarreforma en la cultura de la Unión, cuyo principal rasgo es la renacionalización y la devolución de la primacía a los Estados, favoreciendo el intergubernamentalismo en detrimento de las instituciones comunitarias. Se traduce en un vaciado de la Comisión en favor del Consejo.
No es un problema solo de arquitectura política, sino también un lucrativo negocio nacional. Según el Instituto de Economía Mundial de Kiel, Berlín habría ahorrado 80.000 millones de euros entre 2088 y 2012 gracias a los menores tipos de interés que paga por su deuda. El economista Dierk Hirschel sugiere que la fragmentación del crédito coloca a las empresas germanas en una situación de ventaja sobre las francesas, italianas o españolas, similar a la que les permitió desbancar y absorber a las de Alemania del Este tras la reunificación.
Romanos de provincias
Esta cascada de novedades es lo que explica que los ciudadanos de la UE se hayan sentido por primera vez como debían hacerlo los romanos de las provincias exteriores cuando se producían relevos en la cúpula del imperio y le hayan otorgado a las elecciones de hoy una importancia decisiva para el futuro de sus respectivos países y de la Unión que muy pocos alemanes están dispuestos a concederle.
Según la analista Ulrike Guérot, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, el desajuste es fruto de un malentendido. Los alemanes, afirma, tienen sus propias preocupaciones domésticas y han aceptado el esquema provinciano de campaña que les han propuesto los principales partidos, excluyendo del debate cualquier asunto espinoso relacionado con Europa. Por tanto, es un espejismo esperar que los comicios puedan tener como secuela, ya no un viraje brusco, sino tan solo un cambio apreciable en la forma de comportarse en la Unión.
Quizá sea mejor así. Si los alemanes no tuviesen en cuenta los problemas de casa y votasen pensando solo en la UE, la victoria de Merkel podría ser aún más abrumadora.