Vuelo MH17: Una tragedia difícil de gestionar
Internacional
Como era de temer, los despojos de la catástrofe son ya otro espacio más del conflicto político
20 Jul 2014. Actualizado a las 07:00 h.
Aunque no se deja de hablar de la urgencia de una «comisión de investigación internacional creíble y completa» que determine lo que ocurrió con el vuelo MH17 de Malaysia Airlines, lo cierto es que a más de tres días del desastre, esa comisión aún no se ha formado, y no porque se trate de una zona de guerra. Los periodistas han podido llegar al lugar sin dificultad y allí están siendo testigos de una visión macabra: una gigantesca escena del crimen en la que los cuerpos de las víctimas se descomponen en un radio de quince kilómetros. Cuando, ayer, los rebeldes, que pululan por el lugar más que controlarlo, empezaron a llevar algunos de esos cadáveres a la morgue de Donetsk, el Gobierno de Kiev aprovechó para acusarles de «manipular pruebas». Y a su vez, cuando los observadores de la OSCE intentan inspeccionar el terreno, los rebeldes les cierran el paso.
Como era de temer, los despojos de la tragedia son ya otro espacio más del conflicto político.
La resistencia de los rebeldes a que se inspeccione el lugar se entiende, porque son los principales sospechosos. Si pudiesen manipular pruebas, sin duda lo harían, pero no es ahí donde se encuentran las evidencias de su probable culpabilidad. Por otra parte, es a Ucrania a quien compete iniciar una investigación o delegar en una comisión internacional. Pero en el duro juego de la alta política toda tragedia es también una oportunidad.
Kiev ha visto aquí la posibilidad de retomar la iniciativa perdida en su enfrentamiento con los separatistas y de aislar a Rusia todavía más en la comunidad internacional. Aunque es cierto que la investigación podría acabar señalando a Moscú como culpable indirecto o incluso directo, a corto plazo podría servir, paradójicamente, para sacarla del atolladero. Por experiencia se sabe que esta clase de investigaciones aflojan la tensión, tardan años en concluirse y cuando implican a países poderosos tienden a resolverse con acuerdos bajo la mesa.
En el caso del derribo de un avión de línea coreano por un caza soviético en 1983 se tardaron diez años en tener un veredicto y el asunto se liquidó con una indemnización, lo mismo que con el avión iraní de pasajeros derribado por Estados Unidos en 1988. La propia Ucrania tiene un precedente más cercano aún: en 2001 derribó por error un avión de pasajeros ruso sobre Crimea. Tardó más de un año en saberse la verdad y apenas hubo consecuencias.
Son Estados Unidos y Rusia los que están interesados en esa investigación internacional que les permitiría gestionar el asunto entre ellos mientras tanto. Probablemente ya saben la verdad de lo ocurrido, que no se encuentra entre los restos del avión sino en la información de sus satélites, pero los intereses de Washington son sutilmente diferentes a los de Kiev. Más que enfrentarse con Rusia quiere presionarla para que le ayude a forzar un acuerdo que acabe con la guerra civil ucraniana. Algo parecido a la salida que se le ofreció a Bashar al-Asad hace un año a cambio de su colaboración tras el escándalo de las armas químicas, del cual no se ha vuelto a hablar.
De momento, Moscú se resiste y juega a intoxicar con teorías de la conspiración sin base pero que funcionan en su mercado doméstico. Todavía tiene la esperanza de que la crisis se disipe como el calor de una explosión. Y quizás acabe siendo así.