La Voz de Galicia

Mohamed Mursi, el presidente que dividió a Egipto

Internacional

Edu Marín EFE

Fue recibido por el pueblo como el primer presidente del país elegido democráticamente

16 May 2015. Actualizado a las 15:51 h.

Tan poco carismático como pertinaz en sus decisiones, el expresidente egipcio Mohamed Mursi dividió a su país en su corto mandato y se enfrenta ahora a una provisional condena a muerte casi dos años después de su derrocamiento «manu militari»

Durante su mandato de un año, de 2012 a 2013, Mursi intentó burlar a esa misma judicatura que le ha enviado provisionalmente al corredor de la muerte por su fuga de la cárcel durante la revolución de 2011 y que en abril le condenó a 20 años de cárcel por el uso de la violencia en disturbios ocurridos en 2012. También tiene pendientes otros casos, como insultar a la judicatura y entregar información clasificada a países y organizaciones extranjeras.

Mursi fue recibido por el pueblo como el primer presidente del país elegido democráticamente, pero su experiencia terminó de forma abrupta el 3 de julio de 2013 cuando fue desalojado a la fuerza por el Ejército, después de masivas manifestaciones para exigir su marcha.

Alcanzó la jefatura del Estado en junio de 2012 gracias al poder y a la capacidad organizativa de los Hermanos Musulmanes, tras vencer en una apretada segunda ronda electoral al ex primer ministro del depuesto presidente Hosni Mubarak, Ahmed Shafiq. El presidente aglutinó no solo el voto islamista, sino también el de muchos que temían la victoria de alguien como Shafiq, a quien se veía como una figura del antiguo régimen de Hosni Mubarak (1981-2011).

Desde el comienzo, Mursi puso gran empeño en identificar su mandato con el triunfo de la Revolución del 25 de enero de 2011, que derrocó a Mubarak, y en subrayar su condición de egipcio de a pie. Además, como había prometido durante la campaña, su primera medida fue renunciar a la militancia en los Hermanos Musulmanes y del Partido Libertad y Justicia (PLJ, islamista), que presidía.

En su primer discurso, en la emblemática plaza Tahrir, Mursi abrió su chaqueta para mostrar que no llevaba chaleco antibalas y se presentó como «el presidente de todos los egipcios». Pero los millones de ciudadanos que tomaron las calles los últimos días de junio de 2013 no podían discrepar más. Su entrada fue de carambola en la carrera por la Presidencia después de que el candidato principal de la Hermandad, Jairat al Shater, fuese descalificado.

De maneras sencillas y escasa estatura, este hombre profundamente religioso no oculta sus raíces rurales e hizo de la humildad una de sus bazas para conectar con el ciudadano. En una de las escasas entrevistas que concedió como presidente, Mursi hizo gala ante los periodistas de Efe de la ambigüedad que tanto ha irritado a sus compatriotas, pero se mostró como un hombre tímido y afable.

Nacido el 20 agosto de 1951 en el pueblo de Al Adwa, en el delta del Nilo, nunca dejó de medrar dentro de la cofradía islámica, carrera que transcurrió en paralelo a su trayectoria profesional como ingeniero. Entre 1985 y 2010 fue jefe del departamento de Ingeniería de la Universidad de Zagazig, adonde regresó después de haber trabajado durante tres años como profesor universitario en California (EEUU). Tras ingresar en 1979 en los Hermanos Musulmanes, escaló en su organigrama hasta que en 1995 se convirtió en miembro del Consejo Consultivo, su máximo órgano de decisión. Diputado entre 1995 y 2005, ese año perdió el escaño y al siguiente fue encarcelado durante seis meses por apoyar las manifestaciones de jueces reformistas.

Durante la revuelta que derrocó a Mubarak, fue recluido en la prisión de Wadi Natrun, al norte de El Cairo, de donde logró escapar dos días más tarde gracias al caos en los presidios tras la desbandada de los guardianes, por lo que fue condenado hoy a muerte de manera provisional.

Su victoria en los primeros comicios presidenciales democráticos en Egipto despertó temores en los sectores más opuestos al islam político y entre la minoría cristiana, aunque sus primeras decisiones, como apartar a la cúpula militar que gestionó el país tras la caída de Mubarak, fueron recibidas con aprobación. Sin avances en sus promesas electorales, pero tampoco sin grandes fracasos, la desconfianza que le guardaba buena parte de la población estalló el 22 de noviembre de 2012.

Ese día, Mursi blindó sus poderes ante la justicia hasta la entrada en vigor de una nueva Constitución, lo que motivó grandes protestas de la oposición, que lo calificó de «nuevo faraón». Solo dos semanas después, al menos diez manifestantes opositores murieron a manos de seguidores de la Hermandad, en el suceso que llevó a Mursi a ser condenado a 20 años de prisión. Desde entonces, fue incapaz de conseguir sentar en la mesa de negociaciones a la oposición, que, por otra parte, nunca mostró demasiadas intenciones de dialogar.

La polarización en el país fue en aumento hasta las masivas manifestaciones del 30 de junio de 2013 para pedir su renuncia y la convocatoria de elecciones anticipadas. La sorprendente irrupción de las Fuerzas Armadas con un ultimátum de 48 horas significó el comienzo del fin para Mursi, quien hasta el final reivindicó, como sigue haciendo hasta hoy, su carácter de «presidente legítimo de la república».

Casi dos años después de liderar el derrocamiento militar de Mursi, el entonces ministro de Defensa, Abdelfatah al Sisi, es hoy el presidente del país, tras ganar las elecciones de mayo de 2014 con el 96,91 % de los votos. Desde la caída del exmandatario islamista, las autoridades egipcias han emprendido una dura represión contra los seguidores islamistas y los jóvenes activistas, algunos de ellos instigadores de la revolución que derrocó a Mubarak.


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